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Barcelona, la ciudad del agua

La fuente de canaletas, convertida en un punto de homenaje a las víctimas del atentado en La Rambla de Barcelona.

José Luis Gallego

Soy de Barcelona, una de las ciudades más guapas del mundo. Nací en mi calle. Mi madre quiso parirme en casa: un pequeño piso del barrio obrero del Congrés, en el distrito de Sant Andreu. Aquí me casé, nacieron mis hijos y están enterrados mis padres. Y quiero librarme del dolor, de la áspera pena que me aflige, hablándoles de un aspecto poco reseñado de mi amada ciudad: su íntima relación con el agua.

Me hice naturalista mirando por la ventana, espiando a la colonia de gorriones del barrio, siguiendo el ritmo de las estaciones en los plátanos y viendo florecer las acacias de la plaza. Pero uno de los recuerdos que conservo con mayor nitidez es el de las tardes de tormenta: cuando los truenos retumbaban en el patio de vecinos, el barrio se quedaba a oscuras y mi calle, que da a una riera, la Riera d’Horta, se convertía en un arroyo de montaña.

Y es que Barcelona es, por encima de todo, agua. Bañada por el mar, la ciudad se eleva bajo una inmensa placenta que son sus acuíferos y está flanqueada por dos de las arterias fluviales más importantes de Catalunya: el Llobregat y el Besós.

Es una de las pocas grandes capitales del mundo cuyo término municipal forma parte de un importante espacio protegido: el Parque Natural de la Sierra de Collserola. Gracias a esa ubicación, la ciudad recoge las aguas de escorrentía de las montañas que lo forman, unas aguas que en los días de tormenta bajan por unas calles que llevan nombre de lo que en verdad son: rambles, recs, rieres o torrents.

Las calles de El Torrent de l’Olla, del Remei, d’en Vidalet, de la Guineu, de les Roses o de Perera son auténticas torrenteras. La Riera Alta y la Riera Baixa, la Riera d’Horta, de Sant Miquel, de Vallcarca, d’Escuder, de Tena son los antiguos ríos que regaban los actuales barrios. El agua ha sido y es la gran urbanista de la ciudad, y en los días de tormenta vuelve para recordárnoslo.

Otro inmenso patrimonio que demuestra la estrecha vinculación de Barcelona con el agua es el de sus numerosas fuentes: Font Baliarda, Font d’Arboç, d’en Fargues, del Lleó, del Mont, de Canyelles, de la Mulassa, del Coll, dels Pins, dels Ocellets… el nomenclátor de calles de la ciudad está dominado por ellas.

Uno de los lugares más famosos y más visitados de la ciudad es una fuente: la Font de Canaletes. Otro de los puntos de encuentro más frecuentados por los turistas es la Font Màgica de Montjuic. Pero hay más, muchísimas más: Barcelona cuenta con más de 1.800 fuentes repartidas por toda la ciudad, algunas de ellas muy antiguas, como la de Santa Eulàlia, inaugurada en 1673 en el corazón de El Raval. Somos del agua.

Por si fuera poco, por las entrañas de la ciudad discurren más de 1.500 kilómetros de canales que forman su red de alcantarillado, y existen nueve depósitos controlados con una capacidad de almacenamiento de más de medio millón de metros cúbicos de agua. Un agua que, convenientemente tratada, reciclada y puesta de nuevo en circulación, se convierte en recurso para atender todo tipo de demandas municipales, como el riego de parques y jardines o el saneamiento urbano.

Las Ramblas (una rambla es el lecho por el que discurren las aguas pluviales tras una tormenta) son el principal eje turístico de la ciudad. Pero antes de convertirse en uno de los bulevares más famosos del mundo, Las Ramblas eran eso: el arroyo por el que discurrían las aguas que bajaban del Tibidabo hacia el mar. Tal vez por eso sean tan bellas y atraigan a tantos visitantes.

Todas las semanas recorro un buen tramo de Las Ramblas para acudir a mi trabajo en la radio, frente al Mercat de La Boquería. Y en los días de lluvia observo con una sonrisa cómo una fina capa de agua se resiste a obedecer y, en lugar de sumergirse en el alcantarillado, resbala revoltosamente por la acera hacia Colón empapando las sandalias de los turistas, demostrándoles que Barcelona es la ciudad del agua.

Nací en una de las ciudades más bellas del mundo. Ahora sé que también es una de las más queridas. En nombre todos los barceloneses: moltes gràcies!

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