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Muy pronto venden algunos la piel del bipartidismo

Foto: Efe

Isaac Rosa

Viendo el entusiasmo de algunos ante las últimas encuestas, me da que más de uno está vendiendo la piel del bipartidismo antes de cazarlo. Decía ayer Rubalcaba que hablar del fin del bipartidismo político en España es “prematuro”, y por una vez estoy de acuerdo con él. Rubalcaba, por cierto, cuya piel sí que pueden vender ya, si es que alguien paga algo por ella.

Sí, los sondeos son rotundos en mostrar el derrumbe de los dos grandes partidos -sobre todo el PSOE-. Pero de ahí a sacar el cava de la nevera para celebrar el fin del bipartidismo y del sistema nacido en la Transición, me parece que es correr demasiado. Sin tener unas elecciones a la vuelta de la esquina, y tras dos años de recortes y contrarreformas tanto del PSOE como del PP, lo raro es que no caigan más todavía. Basta ver el recuerdo de voto que dicen los sondeos, y compararlo con las últimas elecciones: son muchos los avergonzados que esconden su voto de entonces.

Pero las encuestas son eso, encuestas. Y dicen más cosas. En las tres últimas, tanto el CIS de abril, como las de Metroscopia o el Observatorio de la Ser, más de la mitad de los encuestados no declara intención de voto a ningún partido, y se acoge al voto en blanco o nulo, a la abstención o al no sabe/no contesta.

¿Qué harán todos esos indecisos de aquí a las elecciones? ¿Cuántos no acabarán regresando al PP o al PSOE en caso de no ver una alternativa convincente, o abrazarán lo malo conocido llevados por el miedo al cambio, tan fuerte en estos tiempos de incertidumbre? Basta fijarse en lo sucedido en elecciones de otros países europeos, donde de pronto los defenestrados vuelven a asomar por la puerta poco tiempo después.

No defiendo el bipartidismo, pero me parece ingenuo creer que tiene los días contados y sentarse en la puerta a esperar que pase su cadáver. Ocurre como con la monarquía, que nos creemos que la República está al caer por su misma descomposición, y al final nos llevaremos el sofocón si cualquier día de estos el rey abdica en su hijo y no cambia nada.

Pero además, el bipartidismo no es solo parlamentario. Hay otras manifestaciones del bipartidismo que siguen muy fuertes, y que no se vienen abajo por una encuesta ni porque repitamos muchas veces lo del “PPSOE”. Está el bipartidismo institucional, que tras más de treinta años está fuertemente implantado en todos los niveles del Estado y en las comunidades y ayuntamientos, manteniendo todavía en funcionamiento las maquinarias de poder de los dos partidos. Hay también bipartidismo mediático, con una agenda informativa fuertemente marcada por los dos grandes.

Hay bipartidismo económico, un entramado de relaciones con la banca y la gran empresa al que son ajenos los pequeños partidos. Hay bipartidismo electoral, con un sistema que seguirá beneficiándoles aunque pierdan apoyos. Incluso hay bipartidismo demoscópico, con unas encuestas cuya cocina siempre reparte generosas raciones para los dos al condimentar la intención de voto.

Y aun hay más: un bipartidismo mental, que no nos hemos sacudido todavía. Que tiene que ver con la cultura política que hemos mamado desde la Transición, sí, pero más aun con la falta de una alternativa visible y creíble para la mayoría. Los otros partidos solo reciben una parte pequeña del apoyo que pierden PP y PSOE, mientras la mayoría se refugia en la indecisión, a falta de esa alternativa. Pasa como con el capitalismo, que por mucho que lo señalemos como fuente de todos los males, todos seguimos siendo capitalistas a falta de una alternativa sólida: porque no somos capaces de imaginar cómo sería vivir fuera del capitalismo. Pues lo mismo con el bipartidismo: todavía hay muchos que no conciben cómo sería este país con un gobierno que no fuese ni del PP ni del PSOE.

Por eso, y vuelvo a mi artículo anterior, la urgencia de construir esa alternativa, que por ahora solo se la ve en grado de tentativa, de buenas intenciones. Pasar de la protesta a la propuesta. Si no se pone en pie algo verosímil de aquí a las elecciones, ya veremos dónde acabarán esos indecisos: o de vuelta al calorcito bipartidista, o en la abstención, de la que también se beneficiarán ellos.

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