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Lo de Bolaños será por algo

Félix Bolaños, a su llegada al primer Consejo de Ministros del nuevo Gobierno.

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Tras tomar una resolución, voy directamente a mi objetivo derribando cuanto me sale al paso

Cardenal Richelieu

Un periodista es un ser sensible o debe serlo. No sensiblero sino simplemente sensible y sobre todo debe serlo respecto al poder. Si cualquier otra cosa no le conmueve, la expansión del poder, sus derivas y devaneos y, cómo no, sus abusos, deben hacerle mella en las carnes. Antes de llagarte es mejor estar atento y, la verdad, lo del macro ministro Bolaños es, sin duda, una acumulación de poder desconocida. Como poco te debe encender los circuitos, no digo que luego no la aplaudas si quedas convencido, pero que es un salto cuantitativo y cualitativo y que tiene que tener un objetivo, eso no es discutible. Nadie se mete en un charco semejante, cuando digo nadie digo un presidente del Gobierno, si no es porque busca un fin concreto que considera imprescindible. En caso contrario, ¿qué necesidad? Sobre todo cuando el susodicho Bolaños lleva ya cinco años tutelando a los ministros de Justicia y sobre todo a la última, a la que arrebató hasta la apariencia de que era competencia suya negociar un CGPJ.

Preguntarse es obligado, a menos que compartas con Stephanie Roza la inquietud por el alejamiento de las izquierdas de los valores ilustrados procedentes de la revolución y cuyo supremo representante es la Razón. Preguntarse es obligado y luego las respuestas pueden variar, pero es inaceptable exigir que se dé por asumido algo que no ha sucedido nunca. Bueno, una vez, de forma transitoria, la vice Soraya llegó a acumular tanto poder al sustituir al dimitido Gallardón. ¡Y cómo la fichamos! Desde luego no deberíamos aceptar los argumentarios banales. Uno de ellos, que en alguna comunidad autónoma también se juntaron Presidencia y Justicia. Para cualquiera que sepa que las comunidades sólo tienen transferida la administración de la Administración de Justicia –o sea, los medios materiales– es ocioso comparar, sabiendo que el Ministerio de Justicia conserva la potestad sobre la Abogacía del Estado, la relación con la Fiscalía General de Estado, la intervención en la elaboración y calidad legislativa, el presupuesto para las comisiones de servicio, la competencia para convocar plazas, crear juzgados o regir las oposiciones del sector. Nada que ver. 

La Justicia española está en bancarrota, deshecha, gripada. Lleva así mucho tiempo, pero desde el malhadado Gallardón va en picado. Precisa pues de rectores que puedan poner todo el esfuerzo en crear el corpus legislativo moderno y los medios económicos imprescindibles para su funcionamiento mínimamente aseado. Créanme, de todos los lugares en los que he trabajado en cuarenta años, ninguno más lastimoso y con menos medios que un tribunal de Justicia. Así que no es un ministerio María o no debería serlo y no estamos tampoco ante un Gobierno que se haya propuesto ahorrar mediante la reducción de carteras. O sea que Infancia y Juventud tiene una cabeza dedicada en exclusividad y Justicia tiene que repartirse la sin duda gran eficacia de Félix Bolaños. Alguna razón habrá, ¿no creen? Porque que el mismo ministro –humano a pesar de súper– tenga que gestionar la delicada tarea de Presidencia y, a la par, relacionarse con las Cortes y todos los líos que los grupos amigos y enemigos le darán este año e intentar arreglar el sector más depauperado de todos, mientras se ocupa de supervisar la relación con los medios de comunicación es una tarea titánica por mucho que, como dicen, esto se resuelva “nombrando a un secretario de Estado súper potente, una especie de viceministro”. ¡Coño, pues para ese viaje se nombra un ministro! ¿O no? Alguna razón habrá y no verlo es dejar que te tapen los ojos con tu consentimiento.

Y mira que me parece muy bien la idea de que no sea astilla de la misma madera la que gestione este ministerio. Pretender que jueces o fiscales estén llamados a ser ministros de la cosa es tanto como creer que un general sería el mejor ministro de Defensa. Los del negocio no son los ministros necesarios, más que nada porque se siguen debiendo al lugar del que salieron y al que volverán. Los suyos son sus sufridores y a la par el pueblo al que regresarán. Miren cómo le ha ido el viaje a Delgado y cómo lo paga o cómo Campos se acopló a poner sentencias entre los suyos. ¿De verdad un ministro así va a tirar por donde haga falta a pesar de las reticencias? Así que sí, un ministro con conocimientos jurídicos pero político me parece una idea interesante, si fuera a dedicarse a ello. Podría haberse nombrado a personas socialistas que estuvieran en ese caso, que las hay, pero se ha optado por acumular poder en manos de Félix Bolaños. Por algo será, ¿no creen? A mí me da rabia que se niegue lo evidente. Bolaños ha participado en la elaboración de la ley de amnistía y no quiere delegar la relación con la Abogacía del Estado – cuestiones prejudiciales– ni con la Fiscalía, que serán decisivas para la aplicación de una ley en la que tanto él como Sánchez y todo el Gobierno se juegan el futuro. 

Esperan una batalla judicial contra la amnistía y la van a tener. No me gusta, pero tampoco que se pretenda que una norma de ese calado –de la que no me muestro contraria– sea tramitada sin informes, sin discusión, sin debate público, sin oposición y que se criminalice a todo el que no se ponga en primer tiempo de saludo. Pensar lo que ellos mismos pensaban hace cuatro meses no parece que sea una locura. Puedes creer que tu fin justifica los medios, pero tendrás que aceptar que algunos te lo afeen porque no vean ni la necesidad ni la virtud. Insisto, no es mi caso. 

No queda otra que concluir que lo de Bolaños es por algo. Y que ese algo ha llevado a una acumulación de poder y de un poder determinado, relacionado con todos los poderes, incluido el metafórico cuarto. Entenderán que si un periodista es un ser sensible tiene que abrir los ojos de la vigilancia sobre estos hechos. Nada tiene que ver siquiera con que Bolaños te parezca súper competente o creas que sería un ministro único de Justicia estupendo –pero para eso hubiera tenido que ser degradado y no era plan–. Simplemente es una decisión arriesgada y poco aseada de aspecto –hasta un poco obscena por el tipo de poder que acumula– y tanto Sánchez como Bolaños lo saben. No les vamos a hacer el feo de tomarlos por tontos ni el de hacérnoslo nosotros. Ellos van a entender que les pongamos el ojo encima. Es más, cuentan con ello. 

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