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El búnker de la Memoria

Manifestantes protestan contra la exhumación de Franco en el Valle de los Caídos

Gabriela Wiener

En mayo de este año, el excomandante general del ejército y hoy congresista de la República del Perú, Edwin Donayre, apareció en las instalaciones del museo de la memoria de ese país, llamado “Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social” (LUM), disfrazado con un gorro, una peluca y gafas de sol para no ser reconocido. Con un desprecio feroz por los colectivos vulnerables, se hizo pasar por una víctima de torturas a manos de las Fuerzas Armadas de Colombia, a consecuencia de las cuales había quedado sordomudo y solicitó una visita guiada. Días después con lo que grabó a escondidas hizo un video en el que pretendía acusar al LUM de apología del terrorismo y de no ser justos con los militares peruanos que combatieron a Sendero Luminoso –según él, siempre pacificadores, nunca asesinos–, algo que por supuesto no pudo probar en absoluto: su montaje en lugar de desprestigiar al museo provocó que se duplicara el número de visitas. Aunque célebre por haber sido perpetrado por un parlamentario (que por cierto está a punto de entrar a la cárcel por peculado), ese ha sido solo uno de los tantos ataques sufridos por el museo de la memoria en Perú desde su creación.

Cuando escucho hablar a Pedro Sánchez de crear uno en España, fuera del Valle de los Caídos, me imagino que si llegara a existir se llenaría todos los días de gente como Donayre, que quiere negar el terror que ejercieron los militares, que quiere tapar el sol de crímenes de Estado en décadas de violencia con un dedo. No sé si aquí algún diputado llegaría a semejante esperpento, pero un museo para recordar a las víctimas del franquismo estaría en la mira de ultras violentos como los que vemos a menudo en los medios y en las calles. En lugar de un museo este monumento ibérico a la verdad y la reconciliación tendría que ser un fortín, un búnker más custodiado que la Moncloa o el Palacio Real. La triste constatación de que todavía la paz en este país tiene que estar armada hasta los dientes.

Sánchez ha vuelto a hablar de hacer una Comisión de la Verdad y un museo después de visitar el chileno, que conmemora a los desaparecidos y asesinados por la dictadura de Pinochet, a diferencia del museo peruano, que lo hace con las víctimas del conflicto interno que enfrentó al Estado con un grupo levantado en armas que lo puso en jaque. En Perú el enemigo del Estado estaba clarísimo, era Sendero, aunque después el Estado se convirtiera en enemigo de todos. En España, en cambio, el enemigo del Estado se convirtió en el Estado. Y aún permanece de algún modo. Por eso tantos siguen justificando los años de represión y glorificando ese pasado.

Hay gente que tiene tanto interés en que se cree esa comisión investigadora sobre crímenes contra los derechos humanos como que se empiecen a contar los cadáveres de las cunetas, es decir ninguno. Y esos que dan alas a los fascismos tampoco van a perdonar que sea el PSOE quien ponga la primera piedra.

Es probable que el de España tenga que ser un museo más similar al de Chile, el lugar de la memoria de los 40 años de dictadura, pero si algo hemos comprobado con la última polémica sobre el traslado de Franco y el Valle de los Caídos es que para que haya memoria primero tendría que haber justicia, empezando por retirar las condenas a los represaliados o suspendiendo la Ley de amnistía que impide juzgar los crímenes.

Y enseguida, aceptar sin histerias que esta es una nación postdictadorial que ha transitado sobre el crimen, el silencio y el olvido, y que toca juzgar, hablar, recordar. En ese proceso de memoria y reconciliación, cada uno debe hacerse responsable de su parcela. Entonces sí, quizás, algún día no muy lejano podría sentarse en una sala de exposición permanente al nieto de un general franquista frente a la nieta de un republicano fusilado para escucharlos hablar de cómo van a seguir construyendo España.

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