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El cartel desafortunado y el machismo feroz

Cartel de la campaña del Ministerio de Igualdad

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El cartel contra la gordofobia ha sido un fiasco en su ejecución. Aunque parece que ya es una práctica al uso la de coger por la brava imágenes y “adaptarlas”, esta vez la diseñadora en cuestión arrasó con los principios profesionales y con el propio sentido de la campaña. Pero todos en la cadena que llevó a su publicación tienen su responsabilidad. Hay que contar con la existencia de ese tipo de fraudes, siquiera “atajos” en la realización de un trabajo. Y preverlos. Como sabrán por su amplísima difusión, el cartel del Instituto de la Mujer, encargado al estudio Arte Mapache, utilizó imágenes preexistentes de modelos sin su permiso y modificó sus cuerpos al punto de suprimir una pierna ortopédica y cambiarla por una de carne y hueso.

Ahora bien, ese cartel se ha convertido en un auténtico emético para que el machismo feroz haya vomitado sus esencias genuinas desde el fondo de sus tripas. Demostrando el atraso y la incultura de esta sociedad, la necesidad de un Ministerio de Igualdad. Los países los componen las personas y es difícil que se puedan afrontar los muchos problemas que nos acucian desde ese odio visceral, rancio y brutal al feminismo que anida en ciertas esencias patrias. El errático cartel ha sido sin pretenderlo como meter los dedos en la garganta para que saliera en tropel todo el vómito machista en sucesivas arcadas. No ha ocurrido en España nada peor se diría, a salvo del consejo del presidente Sánchez de no usar corbata en verano, que esas gordas trucadas en la playa. Ni siquiera asistir a esa confesión tácita de las tenebrosas tinieblas que debe ocultar la Transición y más allá al proponer secuestrar durante 50 años, 65 incluso, los Secretos Oficiales. En general, funciona una descomunal doble vara de medir mediática que es capaz de pasar por alto, no ya errores, sino daños graves infligidos voluntariamente.

“El resultado no solo es cutrérrimo, tosco y feo, es fraudulento”, escribe Juan Soto Ivars en El Confidencial. “La misma idea que promociona el cartel es fraudulenta. La presencia de mujeres gordas en la playa es una de esas luchas vencidas hace décadas que el Ministerio decide batallar. Dado que los asesinatos por violencia doméstica no descienden, lo suyo es emprender también cruzadas ya ganadas, para compensar”, dice. “El trabajo del Ministerio consiste en lograr que el mayor número de mujeres en España experimenten miedo, inseguridad o rabia para que terminen convencidas de que el Ministerio es necesario”, añade, “lo cual requiere gastar mucho dinero público. Ahora toca provocarlo entre las mujeres con sobrepeso”. concluye el columnista. Es sobrecogedor.

Pedro J. Ramírez se lanza en plancha desde su editorial de El Español llamado “El rugido del león”:

“La campaña de Igualdad levantó una agria polémica desde el mismo momento de su lanzamiento, continuando con el estilo polemista y polarizador al que parece abonada Montero. Su Ministerio ya tiene experiencia en sacarse de la manga problemas que no existen, y en crear otros nuevos de la nada”. Y eso pasó, sí, sin saber aún el fiasco de la manipulación de las imágenes, con ella les vino dios a ver.

Que alguien cuyo periódico en su día, El Mundo, se inventara nada menos que una conspiranoia para desviar la atención de la autoría de los atentados islamistas del 11M, cargue con tal virulencia por una manipulación de imágenes solo puede ocurrir en este país. Pero sirve para el objetivo:

“La cruzada anti-gordófoba de Igualdad constituye un episodio más en el modus operandi de Unidas Podemos. Uno consistente en pergeñar narrativas efectistas que justifiquen sus pretensiones de ingeniería social sin escrúpulos. Y en suscitar enconados debates sobre cuestiones menores, desviando la atención de la inanidad programática radical que subyace a todos sus posicionamientos políticos”.

“Ingeniería social sin escrúpulos”, dice en el más puro estilo Antonio Caño. Precisamente ellos, Caño y Pedro J. Ramírez, directores de medios que hicieron más que ingeniería política para cambiar el sentido de este país.

Y solo relato lo escrito en medios tradicionales. En la vasta cantera ultra los insultos y las desmesuras alcanzan la cima del Everest. El costo de esta fase de la campaña –4.490 euros– es alto, pero nada que ver con los 100.000 euros que han llegado a publicar. Y da igual ya lo que se diga. Así quedará como queda todo lo que les interesa.

Por supuesto que las mujeres gruesas van a la playa, y a la piscina y al supermercado, pero el modelo estético triunfante es el de la delgadez, incluso la extrema delgadez. Y el sobrepeso –que tiene distintas causas- se arrostra con diferentes humores. A menudo, con complejos.

El modelo es delgadez y juventud. Y causa un daño enorme en mujeres vulnerables que lo buscan para ser aceptadas socialmente. Cada poco lo recuerdan para que nadie se salga del guión. “Por qué nos gusta más Kate Winslet gorda y vieja que de musa del ‘Titanic´” publicaba El País el año pasado. Y titulares así son frecuentes. Y cala. Gorda... y vieja, porque el llamado “edadismo” –mayoritariamente ejercido contra las mujeres– también discrimina a las mayores. La OMS ha advertido sobre el problema. Es ingente el número de personas que discrimina a los mayores por su edad. Hasta para darles atención médica en una pandemia. Kate Winslet tenía 45 años, la edad de la plenitud. En cuanto a la gordura, el artículo en cuestión aludía que ya en Titanic usaba una talla 38 “y de ser más delgada igual se hubiera salvado del naufragio”. Una 38 es casi para adolescentes. El problema existe, sin la menor duda. La actriz confesó que estuvo sujeta “a un escrutinio físico y personal enorme” al punto que pensó en dejar el cine.

Y solo hablamos del físico de las mujeres a las que tradicionalmente se ha venido engordando y adelgazando al gusto de la moda. O rejuveneciendo a base de falsas cremas “antiedad” o a través de la cirugía. Esto es además de las discriminaciones y agresiones varias.

En la irritación que la labor del Ministerio de Igualdad produce mezclan todo. No se crean problemas de la nada, como asegura el machismo creciente alentado por las ideas ultras que se promocionan. Y cada nuevo zarpazo, no hace sino demostrar la necesidad de un cambio de signo. La repulsa que la labor de Montero y su equipo despiertan es otro índice claro de la necesidad de hacer algo. Lo cierto es que Irene Montero sufre una campaña en contra cada tres días como media. Todo cuanto hacen les molesta, les irrita. Muy mal, el estudio encargado y la falta de una supervisión efectiva en todos los niveles, pero el machismo que ha saltado directo a la yugular, sintiéndose justificado, legitimado, ése sí que es un gravísimo problema. 

Agosto de 2022 vuelve a ser un mes inquietante en la realidad nacional e internacional. Pero en el fondo cada cual tenemos lo que somos y el terreno que pisamos. Un espejo propio o aquél que nos fabrican para bien o para mal. Y ser mujer en este país no es precisamente lo más fácil.

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