Tan cerca, tan lejos
“¿Qué pasa en Cataluña?”, es la pregunta que me formulan algunos amigos en sus correos, correos que contienen una mezcla de incredulidad, desconcierto y pesar: “No os vayáis”, me dicen. Leyéndolos uno podría repensar si vale o no vale la pena independizarse de España... Si no fuera porque es demasiado tarde. Una parte importante de Cataluña se ha ido ya.
Seguro que hay quien piensa que todo sigue igual y que es tormenta de verano. Provocación para la negociación. No, la independencia ya es un hecho. Puede que falten las firmas del notario y del juez, ya se sabe cómo anda la justicia del país. El papeleo que oficializa el divorcio no ha llegado. Los tribunales podrán negar el derecho a la autodeterminación, pero lo cierto es que esas leyes ya no nos sirven y que la realidad va por otros derroteros. Lo digo sin pensar en cifras, escaños o porcentajes de referéndum. Se me da mal la predicción, pero lo que sí sé, eso lo sé seguro, es que mucha gente se ha ido y que cada vez van a ser más. Me froto los ojos mientras lo escribo, pero mentiría si dijese que no es así.
Me cuento entre aquellos a quienes les duele haber llegado hasta este punto pero comprendo y comparto las razones del lema de la manifestación, “Catalunya, nou estat d’Europa”: hoy ya no queda otra salida. Se nos pide que no abandonemos la tarea de cambiar España pero es precisamente esa tarea la que nos ha dejado exhaustos. Cataluña no solo ha sido el motor de los cambios durante las últimas décadas. Mientras empujaba ha tenido que encajarse como ha podido: se ha relacionado con mayorías absolutas y relativas de derechas y de izquierdas; hemos visto coaliciones y pactos; se han producido intentos de golpe de Estado más o menos efectivos; hemos vivido momentos de prosperidad y de crisis… Se han dado todas las circunstancias posibles y seguimos estando donde estábamos pero mucho más cansados. La manifestación de la Diada responde en gran medida a esa lógica.
Así las cosas, no puede resultar extraño que una mayoría social piense que la única manera que hoy Cataluña puede cambiar España es alejándose de ella. La mayor parte de los medios españoles en vez de enorgullecerse de su diversidad lingüística, cultural y social se avergüenza de ellas. Lo mismo sirve para los partidos que se suceden en los gobiernos. Mientras repaso estas líneas oigo que Joaquín Leguina amenaza con la Guardia Civil. ¡Uf, con la Guardia Civil! Seguro que una España diferente es posible pero a fecha de hoy cuesta imaginar. Diría que nos duele, pero no, el duelo lo venimos elaborando desde hace años.
Una de muchas: el Gobierno de Luisa Fernanda Rudi, herido en su honor porque en una parte de Aragón se habla catalán, le ha cambiado el nombre a la lengua por el de aragonés oriental. El desprecio llega al extremo de querer ocultar incluso el nombre, como si así se negara la realidad. Escritores como Jesús Moncada, Mercè Ibarz o yo mismo nos volvemos invisibles. Como catalanoparlante nacido en Aragón no sé si ofenderme, si avergonzarme o si sentir lástima, pero lo más triste es que conozco lo suficiente Aragón para saber que eso no quita votos. Los da, precisamente por eso el Partido Popular revoca una Ley de Lenguas que más que una ley era una caricatura. No miren al PSOE, que se alió con el Opus Dei para cambiar el límite de las diócesis de Huesca y Lleida. Y el Gobierno condecora a la Virgen del Pilar con la Medalla de la Guardia Civil… Seguro que es posible, pero a fecha de hoy y después de 35 años de democracia, cuesta muchísimo imaginar un Aragón diferente. Del botón de muestra podríamos pasar a los cajones de la mercería.
Deseo que esa España que tantos amigos imaginan, inclusiva, amable y abierta sea algún día posible para consigo misma. No obstante, por mucho que lo deseemos, ¿será posible para con Cataluña? Me gustaría pensar que sí pero la realidad es muy tozuda. La gente que salió a la calle piensa que no, ni a corto ni a medio plazo. Prefiere no saber con exactitud hacía donde camina ―¿lo sabe España?― que esperar un cambio más que improbable. ¿Con qué apoyos se podría producir dicho cambio, con qué interlocutores? Los escasísimos artículos conciliadores tienen que convivir con centenares de amenazas, sarcasmos e insultos de todo tipo. El espectro es amplio, de paletos abducidos a nazis (en la derecha) pasando por insolidarios o irresponsables (en la izquierda y también en la derecha). Leer el pasado 21 de septiembre, en este diario, el artículo de Isaac Rosa “Cataluña, no nos dejes solos” fue como encontrar una aguja en un pajar. Comprendo el miedo a la soledad que en él se expresa.
El desprecio de los gobiernos del PP se ha intercalado con la mofa de los gobiernos del PSOE. La penúltima muestra, la respuesta a un proceso estatutario democrático y consensuado fue una humillación por parte de todos y cada uno de los organismos que conforman el Estado, gobiernos, judicatura o partidos. Los medios silenciaron la manifestación del 10 de julio de 2010 que fue también multitudinaria, nadie escuchó lo que fue un clamor popular.
Hoy vemos como de las burlas y los incumplimientos se pasa a las amenazas de intervención militar, a las advertencias sobre las consecuencias de la convocatoria de un referéndum, a los boicots a los productos catalanes, a la oposición de que Cataluña pueda estar en la UE... Pensábamos que era amor y sólo era pornografía.
El hartazgo es tan grande que hace que, a pesar de la incertidumbre de lo que pueda venir, la gente quiera un cambio tan radical como un nuevo Estado. Y es que hace tiempo que nos hemos ido. Se nos pide que nos quedemos para cambiar esa España que alguien resumió en dos palabras: demasiados retrocesos. Hemos gastado saliva con la conllevancia, con el Estatuto o con la pedagogía, con el federalismo simétrico, asimétrico y tridimensional. España cambiará en relación con Cataluña cuando los españoles así lo decidan. Hoy la mayor parte de los catalanes prefiere pensar que, visto lo visto, es preferible dedicar sus esfuerzos a intentar cambiar su propio país. Trabajo va a costar, como si aquí no lloviesen chuzos de punta.
Cataluña quiere un entendimiento amable con España. Aunque parezca una contradicción en los términos, el movimiento independentista busca precisamente eso, un encuentro respetuoso en igualdad de condiciones. Seguro que la actual, no es el único tipo de relación posible. Y en esto soy optimista, creo que ambas naciones van a salir reforzadas.