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Catalunya necesita un presidente

El presidente de la Generalitat, Quim Torra.

Neus Tomàs

Ser presidente de la Generalitat conlleva muchas obligaciones, menos privilegios de los que a menudo pueda pensarse y sobre todo implica una enorme responsabilidad. Ser la máxima autoridad en Catalunya significa asegurarse de que la gestoría, como despectivamente a veces se ha bautizado a la Administración autonómica, funcione, y a la vez tener la capacidad de pensar estrategias de país a largo plazo que superen el cortoplacismo partidista. Casi nada.

Guste más o menos es en eso en lo que consiste gobernar aunque sea en tiempos de excepcionalidad como estos, con activistas y dirigentes políticos que no deberían estar en la cárcel y un conflicto que tendría que resolverse en una mesa de negociación y no con escarmientos en los tribunales.

Pero la excepcionalidad no puede convertirse en excusa permanente para no asumir la labor de gestión intrínseca a cualquier gobierno. Torra vive y se desvive por mantener vivo el espíritu del 'procés'. Puede considerarse incluso lógico puesto que Junts per Catalunya se presentó a las elecciones convocadas por Mariano Rajoy con ese propósito. Cómo lo haga es y será motivo de debate e incluso de malestar en una parte de sus votantes. Ahora bien, intentar cumplir con lo prometido a sus electores no puede ser incompatible con ejercer las obligaciones del cargo para el que fue elegido. Torra es (o debería ser) el presidente de todos los catalanes.

Tampoco el agravio económico derivado de un mal modelo de financiación y de un ahogo provocado por un techo de gasto pésimamente repartido entre las distintas administraciones pueden ser argumento único para no asumir las obligaciones que conlleva presidir un país. El primer día que los médicos salieron a la calle para manifestar su agotamiento e impotencia por una situación límite, Torra siguió públicamente solo a lo suyo y se dedicó a denunciar el “absoluto desprestigio del estado monárquico español por su represión contra la autodeterminación de Catalunya”. Este martes ha enviado un mensaje de “empatía” a los médicos y al personal sanitario. Igual más que muestras de afecto lo que necesitan del presidente es que se arremangue para encontrar una solución. 

Por pura estadística es fácil adivinar que muchos médicos de primaria que de manera masiva están haciendo huelga y muchos de sus pacientes quieren una solución política al conflicto catalán. También es más que seguro que los hay que igual que Torra están a favor de la independencia. Pero eso no es incompatible con que el Govern haga su trabajo y ofrezca una solución a un problema que afecta al día a día de miles de profesionales de la sanidad catalana y a los usuarios de este servicio público.

Catalunya lleva una década de recortes sociales. Fue la primera comunidad en coger la tijera y todavía no la ha soltado. Artur Mas se lamentaba en privado de que el problema fue que pareció que les gustaba recortar. Es lógico que los médicos ya no aguanten más. Y no son los únicos. Los profesores se manifestarán junto a ellos este jueves mientras que los funcionarios lo harán el 12 de diciembre para exigir que se les retornen las pagas extras. El problema de la escuela catalana no es el adoctrinamiento, por más que desde el desconocimiento o la mala fe haya quien insista en esa idea. El problema es la saturación de las aulas y la falta de recursos para atender a los alumnos con más dificultades.  

El vicepresidente y dirigente de ERC, Pere Aragonès, tiene ya diseñados los presupuestos pero todavía no los ha presentado en el Parlament. Urge que lo haga y que logre los apoyos necesarios para aprobarlos. Los anteriores los prorrogó la administración del 155. Seguir sin presupuestos daría la razón a aquellos que, dentro y fuera de la Generalitat, consideran que esta es una legislatura perdida.

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