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La ceguera monclovita

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

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No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y en el Gobierno de coalición hay unos cuantos. De Podemos, del PSOE y de ese espacio en construcción que nadie sabe cómo terminará o si empezará. La ceguera, dejó escrito Saramago, también es esto: vivir un mundo en el que se acaba la esperanza. Y en la izquierda social empieza a cundir el pesimismo por ese continuo choque entre socios que, por mucho que se trate de rebajar, no augura nada nuevo para el futuro electoral de una coalición en colisión permanente. Será mucho más lo que les une, pero el estruendo de lo que les separa es insoportable además de disuasorio.

La reforma de la ley 'del sólo sí es sí' ha provocado una última fractura entre los aliados gubernamentales difícil de restañar cuando se han traspasado ya demasiadas líneas rojas, por ejemplo la de igualar a tu socio desde la tribuna del Congreso con el fascismo y acusarle además de traición al feminismo. Todo lo que no sean las ocurrencias de Pam -Ángela Rodríguez-, para Podemos es vileza contra las mujeres cuando en realidad hay miles de mujeres abochornadas por verse representadas por la actual Secretaria de Estado de Igualdad.

La ceguera blanca que se apoderó de aquel hombre que esperaba el cambio de semáforo y que se propagó como una epidemia en una de las novelas más conocidas del Nobel de Literatura es la misma que impide a los actuales inquilinos de La Moncloa ver más allá de sus propios ojos y reconocer que la muerte llega la mayoría de las veces sin avisar.

La responsabilidad de tener ojos cuando otros los han perdido de la que hablaba Saramago es una obligación que hasta hoy en el Gobierno nadie se atreve a asumir aun sabiendo que esa obcecación les puede llevar al destierro. Prefieren seguir ciegos a la realidad, relativizar lo que auguran los sondeos, buscar culpables a todos sus males siempre en factores exógenos, nunca endógenos e intentar tapar la gresca con un inminente acuerdo sobre pensiones.

Tres encuestas publicadas esta semana dicen que el PP ganaría las elecciones porque los electores moderados que votaron PSOE hace cuatro años están dispuestos hoy a votar al PP. Y no porque Feijóo les entusiasme o consideren que el suyo sea un liderazgo irrefutable, sino por el desgaste de un Pedro Sánchez que acumula, más que las dificultades de gestionar una pandemia y las consecuencias de una guerra, la erosión provocada por unos socios de gobierno que, además de atacar a sus siglas desde los micrófonos y desde la tribuna del Congreso, le alejan claramente del electorado más templado, y especialmente del voto de las mujeres.

A diferencia de los ángeles, los votos sí tienen sexo. Y esa distinción responde en buena medida a la sensibilidad hacia las cuestiones de género que muestra cada opción política. El PSOE era hasta ahora la formación con más votantes de sexo femenino (hasta el 56% de sus electores en las últimas generales) y el que concitaba mayor apoyo entre las mujeres, una tendencia que la demoscopia detecta que ya se ha invertido.

Si lo que espera el presidente es que amaine la tormenta con sus socios o que la intervención de facto del Ministerio de Igualdad desde que se anunció unilateralmente la reforma de la ley de libertad sexual por parte del PSOE le libre de las críticas, se equivoca. Ni los morados bajarán el volumen de sus críticas ante la necesidad de marcar un perfil propio ante las municipales y autonómicas ni el que Sánchez impulse en primera persona una ley de paridad servirán de mucho ante las estridencias y la beligerancia de sus aliados de coalición.

Y si lo que aguardan, como se escucha entre las paredes monclovitas, es a que pase el último domingo de mayo para que sean las urnas quienes pongan a Podemos en su sitio y actuar después en consecuencia ante las generales, quizá sea demasiado tarde. La legislatura estará para entonces prácticamente acabada y la presidencia de la UE y la proyección internacional de Sánchez no devolverán a la mayoría de la izquierda social la esperanza pulverizada por los morados. 

El PP de Feijóo ya ha dicho que gobernará con lo que pueda, y con lo que pueda sólo puede ser con Vox. Al menos, ya no lo esconde. Será porque el Gobierno anda entretenido con sus líos internos y mantiene una ceguera impropia en quien aspira a un segundo mandato.

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