Cerrado por atraco
En mi barrio hay una joyería por la que paso a diario. Desde hace semanas el escaparate está cubierto con una enorme pancarta que anuncia: “Liquidación total. Cerramos por atraco”. En efecto, hace meses sufrieron un robo del que no han podido recuperarse, y que les lleva a bajar la persiana tras vender lo que puedan.
La realidad se está volviendo tan obvia, tan evidente en su obscenidad, que las metáforas te salen al paso por la calle. La de esta joyería pide a gritos ser adoptada, así que la recojo. Desde que la vi, su pancarta me acompaña por donde voy. Y a la manera de aquel Larra que recorría Madrid como un cementerio, y en cada edificio veía una lápida mortuoria, yo ahora veo por todas partes carteles de “Cerramos por atraco”.
Ahí está la radiotelevisión valenciana, agonizando tras dos décadas de saqueo sistemático, gestión delirante, utilización partidista o directamente delincuencia organizada. Culpar a los trabajadores, o a la Justicia por anular un ERE que la propia Generalitat sabía que tenía un “riesgo elevado” de anulado, merece que alguien cuelgue en su fachada un cartelón de “Cerramos por atraco”. Todo se entenderá mejor.
Sin alejarnos mucho -también en la Comunidad Valenciana- encontramos otro atraco, este de manual, con huida caribeña incluida: la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), la antigua caja levantina que tuvo que ser intervenida por la situación de ruina en que se encontraba. Hoy sabemos que sus directivos, tras repartirse el botín con sus compinches, planeaban fugarse a un destino cálido y exótico, cual Dioni de cuello blanco.
El sistema entero de cajas de ahorro, liquidado de la noche a la mañana, rescatado con dinero público, entregado al mercado o malvendido al mejor postor. De Bankia para abajo, miles de sucursales de ex cajas merecerían cubrir sus ventanales con carteles similares: “Caja liquidada, cerramos por atraco”.
Seguiríamos con aquellas empresas hundidas por la codicia de sus directivos, por entregarse a la gestión financiera, por querer jugar en el casino donde siempre ganan los mismos. Empresas que han caído en concurso de acreedores, que han despedido a miles de trabajadores, que han dilapidado una larga historia y una marca, y que hoy podrían anunciar lo mismo: “Cerramos por atraco”.
Una vez te pones a colocar carteles, ya no paras. En este paisaje de ruinas en que vivimos, hay tantas instituciones, servicios públicos, empresas, medios de comunicación y todo tipo de entidades que hoy atraviesan momentos críticos o directamente son liquidadas, y que previamente fueron atracadas, sufrieron el saqueo de su caja fuerte pero también de sus posibilidades de futuro.
A veces los atracadores venían de fuera, pero en la mayoría de atracos estaban dentro, se sentaban en sus despachos nobles. Y con algunas excepciones, la norma es la impunidad. Los saqueadores se van tranquilos, a menudo se llevan el botín, a veces siguen su carrera delictiva en otros despachos por saquear.
Por eso, junto a cientos de carteles de “Cerramos por atraco”, habría que empapelar medio país con otros del tipo “Se busca”, con el retrato de los atracadores, antes de que continúen sus fechorías.