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Cocodrilos, boas o mapaches: la nueva (y peligrosa) fauna ibérica

Los invasores mapaches se han multiplicado en Europa y están fuera de control

José Luis Gallego

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Debo reconocer que, aunque llevo muchos años anotando episodios similares y alertando de que estas cosas pueden ir a peor, lo del cocodrilo del Duero me lo tomé al principio con cierta sorna.

Hasta que me llamaron de una radio local para conocer mi opinión al respecto y me insistieron en que la cosa iba muy en serio. Fue entonces cuando conocí el famoso bando municipal del Alcalde de Tordesillas. Y me acolloné.

“La Guardia Civil –decía el documento oficial– ha comunicado la existencia de un cocodrilo de un metro y medio aproximadamente en las orillas del río Duero a su paso por las localidades de Simancas, Villamarciel, San Miguel del Pino y Tordesillas.”

El tono del aviso era perfectamente serio y sus advertencias muy intimidatorias: “El animal podría resultar muy peligroso para las personas”, “no se acerquen al río”, “se ruega máxima prudencia”, “se recuerda que el teléfono de emergencias es el 112”.

Hace años que venimos hablando del grave problema de las especies invasoras. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) este fenómeno, también conocido como “globalización biológica”, representa la mayor amenaza para la biodiversidad del planeta. En la Unión Europea, los gastos destinados al control de las especies invasoras ascienden a más de 15.000 millones de euros anuales.

Llamamos especies invasoras o alóctonas a aquellos animales o plantas que, bien sea de manera accidental o inducida, mediante sus propios medios o con la ayuda del ser humano, colonizan un hábitat ajeno y acaban por instalarse en él: expulsando a las especies autóctonas, restando variabilidad biológica y alterando gravemente el equilibrio ecológico del ecosistema colonizado.

Pero hay un aspecto del que se ha hablado poco, y es del grave riesgo que supone la tenencia de animales exóticos peligrosos, no ya para el medio ambiente, sino para la seguridad de las personas. Estamos hablando de seguridad ciudadana: de riesgos para la salud, de prevención de accidentes. Poca broma.

Los casos de grandes serpientes (boas, pitones, anacondas) escapadas del domicilio de sus propietarios y aparecidas en el de un vecino hace tiempo que dejaron de ser noticia. Pero unos días antes de lo del cocodrilo del Duero, conocíamos la muerte de un joven de Algeciras tras ser mordido por una de las veinte serpientes venenosas con las que convivía en casa.

Hace menos de un año, la Guardia Civil de Castellón requisó más de cuatrocientas tarántulas venenosas pertenecientes a diferentes especies en el piso de un aficionado a este tipo de animales peligrosos, sin seguro ni las necesarias medidas de seguridad.

Entro en una conocida página de anuncios en internet, copio y pego: “Murcia. Se vende pitón birmana con 7 meses. Come y muda perfectamente. 100 euros. Podría interesarme cambio por otra serpiente o reptil. Más info por whuassap”. Así de sencillo: así de inquietante.

Hablo del tema con un agente forestal y le pregunto si cree que el problema se nos está yendo de las manos. “No te puedes imaginar hasta qué punto –me responde muy serio– cada vez recibimos más avisos de este tipo: y no solo arañas y serpientes; hay veces que acudimos sin tener claro lo que nos vamos a encontrar”.

El caso del mapache es un claro ejemplo de ello. El origen de su invasión biológica está en el estreno de la película de dibujos animados “Pocahontas”, que puso de moda a la especie como “mascota” (odio este concepto que cosifica a los animales).

Se llegaron a vender a miles en nuestro país desde mediados de los noventa (la película es de 1995) hasta su prohibición en 2011. Los niños querían tener al simpático personaje de Disney en casa. Pero no uno de peluche, no: querían al animal de verdad. Resultado: en los últimos años y solo en los espacios naturales de la Comunidad de Madrid se han capturado más de un millar de mapaches asilvestrados. Y en países como Alemania, la cosa es incluso aún peor.

Allí la causa de su aparición como especie invasora fue la suelta masiva de ejemplares que se hallaban cautivos en granjas peleteras. La misma que provocó en nuestro país la bioinvasión del visón americano que ha colocado al visón europeo al borde de la extinción. Y los resultados están siendo catastróficos. Según los conservacionistas germanos, el número de mapaches que puebla los espacios naturales alemanes podría superar actualmente el millón de ejemplares.

Un serio problema ecológico que está alterando el equilibrio de los ecosistemas, desplazando a especies autóctonas y diezmando las poblaciones de las que se han convertido en su alimento. Pero también un grave problema de salud pública, porque el mapache puede transmitir la rabia al ganado y a los animales de compañía y es el vector de un virus muy peligroso para nuestra propia salud… ¿les suena?

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