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La culpa es siempre de la izquierda

Alexandria Ocasio-Cortez

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En EEUU la culpa, para algunos, también es de la izquierda. Así lo han estado repitiendo estos días no solo integrantes del Partido Republicano, sino también miembros del establishment del Partido Demócrata y periodistas en varios medios de comunicación estadounidenses: “Las posiciones radicales de los progresistas han pasado factura al Partido Demócrata”.

Los llamados progresistas son gente como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y un largo etcétera. Les reprochan haber reivindicado “medidas socialistas” y haber defendido o incluso impulsado la campaña Defund the police (desfinancia a la policía), cuando lo cierto es que dicha campaña nació de movimientos sociales, del activismo de la calle. El objetivo de la misma era poner el foco en la impunidad con la que actúa un sector de las fuerzas de seguridad, causantes de la muerte de casi mil personas al año, tras el asesinato de George Floyd a manos de cuatro agentes.

El establishment carga contra los progresistas acusándolos de ahuyentar al ciudadano medio, de asustarlo, de haber contribuido a que el Partido Demócrata no pudiera obtener un resultado más holgado. Es sorprendente que tantos medios de comunicación asuman ese reproche como algo válido a pesar de que no está sostenido en argumentos sólidos.

Podríamos preguntarnos por qué en un contexto de incertidumbres como el actual se puede asegurar con rotundidad que la defensa de una atención médica para todos provoca tanto miedo y espanto en la población como políticos y periodistas estadounidenses afirman. ¿Qué pruebas tienen para asegurarlo?

Según una encuesta a pie de urna de la cadena Fox el día de las elecciones el 70% de los votantes está a favor de algún tipo de plan de salud administrado por el Gobierno, un dato que contradice esas afirmaciones. Otro: Todos y cada uno de los candidatos que han defendido Medicare for all (atención médica para todos) -y por tanto, pertenecientes al ala progresista demócrata- han sido reelegidos, incluso en áreas que se inclinaban por el partido republicano. Son 112.

La propia Alexandria Ocasio-Cortez ha arrasado en su distrito, a pesar de que los republicanos multiplicaron por nueve los millones destinados a hacer campaña contra ella. Otro dato: De los noventa y tres candidatos defensores del Green New Deal que se postularon para la reelección todos menos dos obtuvieron su escaño.

Este debate se está desarrollando actualmente en el seno del Partido Demócrata, no solo internamente, sino también a través de declaraciones en entrevistas y testimonios en redes sociales de integrantes de ambas facciones. Bernie Sanders ha recalcado que Florida votó a favor de la aprobación de un salario mínimo de quince dólares por hora, Montana, Dakota del Sur, Arizona y Nueva Jersey a favor de la legalización de la marihuana, Colorado dijo sí a doce semanas de seguro por incapacidad temporal familiar y Arizona aceptó subir los impuestos a los ricos para financiar la educación. Todas esas medidas formaban parte de la agenda progresista del Partido Demócrata.

Alexandria Ocasio-Cortez está subrayando estos días la importancia de crear dinámicas políticas muy conectadas con la calle, con los barrios, con las comunidades:

“Una cosa diré: durante los dos últimos años los candidatos progresistas hemos desbancado a poderosos demócratas del establishment. Ni una sola vez nadie en el partido me ha preguntado qué debilidades he encontrado en sus estrategias. Si dejan de culparnos, podemos ayudar”. También ha dicho que “el impulso ciego de culpar a los activistas y a la izquierda desmoraliza a un electorado clave y nos distrae de las preguntas reales y de los problemas serios”.

En el pasado los llamamientos de los demócratas para construir unidad y consenso en Washington DC fueron sinónimo demasiado a menudo de entregar el poder a las grandes corporaciones y a sus grupos de presión. Ante ello, los progresistas advierten de que “no podemos permitir que eso vuelva a suceder y no podemos permitir que las narrativas republicanas nos separen”.

Estos días está circulando en esos círculos progresistas un escrito del The New York Times de 1859, en el que el diario exigía a Abraham Lincoln “sensatez” para ignorar las peticiones de los abolicionistas de su partido, pertenecientes al ala radical del mismo: “Son tan rencorosos y abusivos como si estuvieran a punto de la aniquilación total. (…) Si el Sr. Lincoln es elegido, tendrá que cortar la abolición y el ala extrema de su partido; de lo contrario, formará parte de ello”. Ante dicho escrito Ocasio-Cortez ha dicho, con ironía: “Me suena familiar”.

Nadie suscribiría hoy en día semejante escrito. En 1859, como ahora, existía también un establishment que intentaba estigmatizar posturas absolutamente vinculadas a la defensa de los derechos humanos, como fue la abolición de la esclavitud entonces y como son hoy medidas tan sensatas como una atención médica pública de calidad. Eso, tanto en EEUU como aquí en España es tildado por sectores amantes del statu quo -que suelen estar muy bien remunerados- de socialista, bolchevique, caótico, y presentado como una alternativa de fracaso.

“¿Podemos conseguirle a la gente cheques de ayuda, alivio hipotecario, condonación del alquiler, apoyo a las pequeñas empresas, pruebas [de COVID] gratuitas o atención médica para los no asegurados (o con seguro insuficiente) en medio de una pandemia, o eso también es demasiado socialista?”, preguntaba este lunes Ocasio-Cortez.

Tanto allí como aquí en España hay un sector político y mediático empeñado en inocular en la población miedo a medidas que podrían mejorar la vida de muchas personas, reducir desigualdades y aumentar derechos. Son los mismos que hace siglo y medio se escandalizaban ante el abolicionismo. Hace un siglo clamaban contra la reducción de la jornada laboral a diez horas diarias o criminalizaban la petición del derecho a la huelga y a la protesta. Posteriormente edificaron una deidad en torno al neoliberalismo, adorando la expresión mínima del Estado.

Son los mismos que hoy en día se empeñan en defender que los mercados son la fuerza de la naturaleza más inteligente, demonizando la intervención humana en las condiciones económicas de la vida. Ponen el grito en el cielo ante las críticas a un rey emérito corrupto, ante ayudas que bautizan como “paguitas”, ante la defensa de derechos sociales, de los derechos humanos.

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