Deja que me haga vieja en paz
Se llega a vieja porque se tiene la suerte de no haber palmado, y cada una llega como puede y como la dejan. Pasado el esplendor de la juventud y cruzado el umbral de la menopausia, cuando ya has tenido muchas aventuras laborales, amores y desamores, risas y llantos, aciertos y errores, la prioridad empieza a ser vivir en paz y tener suficiente dinero, salud y amigos para conseguirlo. No es fácil que te dejen envejecer tranquila. La OMS dice que una de cada dos personas en el mundo discrimina por edad y las mujeres son las principales víctimas de esta exclusión invisible. Se ve a los mayores como un grupo homogéneo, frágil y vulnerable, y se los rechaza o se los infantiliza. Gregorio Luri escribió que a los viejos “se les permite ser figuras entrañables, pero no de autoridad”, así que después de perder oportunidades laborales y deja de ser deseable sexualmente, todavía te toca que terminen llamándote abuelita y te traten como si necesitaras tutela.
Esto viene a cuento de que Jodie Foster tiene 61 años y un físico espléndido, pero hay hombres que la encuentran demasiado avejentada en la última serie que protagoniza, la temporada 4 de True Detective, en la que luce todas sus arrugas interpretando a un personaje antipático y mordaz. Si lo dicen de una estrella de Hollywood millonaria que no ha conocido otra cosa que el éxito profesional, qué no dirán de su vecina de al lado, con todas sus canas, inseguridades y problemas. El escritor y presentador francés Yann Moix afirmó hace años que consideraba a las mujeres de 50 años demasiado viejas para ser amadas, aunque él tenía la misma edad. Ni con 20 años me hubiera fiado de semejante narcisista. Pero lo cierto es que expresó lo que muchos hombres piensan. A partir de los 50, corres el riesgo de ser inempleable y socialmente invisible y, pasados los 70 te conviertes en una yaya desprotegida, posible víctima de la avaricia de cualquier youtuber.
Nuestra idea de la belleza y la pasión está asociada casi exclusivamente, por razones comerciales, a la juventud, aunque el tiempo también te regale profundidad y carácter. El edadismo, además de una consecuencia del capitalismo (no produces o creo que produces menos, no sirves) tiene un componente de miedo a lo que nos espera a todos: envejecer y morir. Por eso se rechaza a los mayores o se les envuelve en una estúpida dulzura que los borra como individuos. Las mujeres lo sufrimos con mayor intensidad aunque no todo son malas noticias. Un estudio de Jack Zenger y Joseph Folkman para Harvard Business Review concluía que las mujeres tenemos mucha menos autoestima que los hombres hasta los 40, pero la seguridad en nosotras mismas va creciendo con la edad y después de los 60 años, la confianza de los varones comienza a declinar y las mujeres se sienten cada vez mejor consigo mismas. Las viejas ganan.
En su libro Yo vieja, Anna Freixas intentaba romper los clichés que anulan la vida y la voluntad de la mujer mayor, en ese momento en que tu pasado profesional, activista y amoroso se borra de la memoria de los otros. Freixas defiende a las mujeres viejas, defiende las canas y la talla de más, defiende la nueva realidad que supone cumplir años, uno detrás de otro. Poder llegar a vieja con libertad, dignidad y control sobre la propia vida es el objetivo. Pudiendo elegir dónde quieres vivir y cómo, tus marcos de referencia, tus recuerdos, tus compañías, tus aficiones y libros, tu vida sexual y todo ello sin escuchar necedades ni sufrir sobreprotección. Defendiendo la propia vida de propios y ajenos. Porque mientras estemos vivas exigimos, al menos, un respeto.
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