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Zona Crítica

Democracias plenas

La votación en un colegio electoral en las elecciones de Portugal el 30 de enero.

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¿Qué es una democracia plena? La mayoría de la población no lo sabe porque no vive en una, según el índice anual del estado de las democracias que publica la unidad de consultoría del Economist

Más del 37% de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios, en gran parte por la extensión de China, uno de los 59 países clasificados como autocracias en este índice. Pero incluso en democracia, hay diferencias y el Economist mete ahora a Estados Unidos, Francia, Italia, y ahora también a España y Chile en lo que llama “democracias defectuosas”. En el caso de España, el índice ha pasado al país de “democracia plena” a “democracia defectuosa” en 2021, según explica en su informe, por la falta de independencia de los jueces y la división partidista para renovar el Consejo General del Poder Judicial. Además, también dice que España sufre de “un aumento de la fragmentación parlamentaria, una letanía de escándalos de corrupción y el aumento del nacionalismo regionalista”.

Noruega sigue siendo el número uno en ejemplo de democracia plena, en la cúspide junto a países como Nueva Zelanda, Finlandia, Islandia y Dinamarca, pero incluso algunos de los países que el Economist clasifica como democracias plenas, empezando por el suyo, Reino Unido, no están para dar muchas lecciones. 

La situación, sin embargo, es más preocupante en América Latina, donde pese a los avances en algunos derechos y los posibles cambios con las elecciones hay más ejemplos de autoritarismo, limitación de la libertad de prensa y persecución abierta de rivales políticos. 

“El compromiso cada vez más débil de América Latina con la cultura política democrática ha dado margen para el crecimiento de populistas que atentan contra las libertades, como Jair Bolsonaro en Brasil, Andrés Manuel López Obrador en México y Nayib Bukele en El Salvador, y ha alimentado los regímenes autoritarios en Nicaragua y Venezuela”, dice el informe. 

En el estudio hay múltiples y variadas explicaciones según la región para entender de dónde viene la bajada de la calidad democrática y cómo la mide este índice, pero quizá uno de los datos clave para democracias como la española es el escepticismo creciente sobre cómo funciona el sistema y el deseo de que cambie.

Una encuesta de Pew Reserach en 17 países este otoño, mostraba la decepción mayoritaria de los ciudadanos con el funcionamiento en la práctica la democracia en su país. España era uno de los países con índices más altos de respuestas a favor de un cambio: el 54% de los encuestados decía que el sistema político necesita “una reforma completa” -y esto era el porcentaje más alto de los países interrogados- y el 32%, que hacen falta “cambios sustanciales”. 

Las trifulcas a menudo superficiales entre partidos cansan a los ciudadanos -eso se puede ver en la caída en el interés por las noticias políticas en general en España y en otros países-, pero también van dejando mella en forma de descontento general sobre la democracia. 

El político de turno puede pensar que salva el día haciendo un chiste o un juego de palabras -muchos debates consisten en eso para no entrar en la sustancia de la cuestión-, pero en realidad está erosionando el sistema del que depende directamente.

No renovar el poder judicial puede hacerte bajar unos puestos en el índice del Economist, e incluso puede tener consecuencias en la frágil definición de marca para un país, pero esto no es lo esencial. Lo más grave es el mensaje de bloqueo, hastío y poca valentía a la hora de afrontar los problemas de fondo. Unos pocos políticos lo han entendido, por ejemplo, Yolanda Díaz, y probablemente ese sea uno de los motivos de su popularidad. Pero son una minoría. Hasta que más políticos no lo entiendan y lo practiquen el menor de los problemas será caer en una tabla. 

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