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Democratizar los cuidados

Una cuidadora ayuda a comer a una anciana en una residencia / EFE

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La familia es un agente esencial en la provisión de cuidados, y dentro de la familia son las mujeres las encargadas de realizarlos, como un mandato derivado de sus roles de género y de parentesco. Es así en la vida diaria, cotidiana, en que se practica el cuidado propio y el de las personas del entorno familiar inmediato. Pero el cuidado toma su visibilidad cuando se configuran necesidades especiales que derivan de las situaciones de crianza (cuidado de niños y niñas) o del cuidado hacia personas mayores y dependientes. Es en este marco donde el cuidado desborda el marco familiar para pasar a ser una cuestión social y política.

La arquitectura del cuidado está construida a partir de desigualdades de género y de desigualdades sociales. La vida de las mujeres está atravesada por el cuidado, lo que impacta en sus trayectorias laborales y sociales, constituyendo un elemento de discriminación y desposesión. Por otro lado, las personas con pocos recursos envejecen peor, tienen más necesidades de cuidados y menos recursos materiales para resolverlas, lo que obliga mucho más a las mujeres de la familia. Donde las políticas públicas para atender los cuidados son débiles, como sucede en España, se hace más necesario este altruismo obligatorio que practican las mujeres y también la solidaridad intergeneracional. Esta insuficiencia en recursos públicos obliga a su vez a las familias a recurrir al trabajo de mujeres migrantes, con salarios precarios y pésimas condiciones laborales. Es esta otra expresión de como el cuidado está configurado desde ejes de desigualdad. Por esto indicamos la necesidad de democratizar los cuidados. A ello nos referiremos más adelante.

En la literatura académica se ha acuñado la expresión de “crisis de los cuidados” para referirse a una situación paradoxal y que está llegando a una situación límite, y es el hecho de que mientras se incrementan las necesidades de cuidados (especialmente los relacionados con la vejez), disminuyen las posibilidades de cuidar. Esta crisis de los cuidados se origina por la intersección entre unos cambios demográficos y unos cambios sociales y culturales de gran magnitud.

Estamos a nivel mundial en un momento de transición demográfica: hemos pasado de un régimen que se caracterizaba por una alta mortalidad de tipo catastrófico y por una elevada fecundidad, a otro en que se invierten las variables anteriores: reducción de la mortalidad y disminución de la natalidad. Esta dinámica conforma el envejecimiento de nuestras sociedades: vivimos más años y hacemos menos hijos/as. Resultado: nuestras sociedades envejecen. Dos son las razones más comúnmente atribuidas a este proceso: 

En primer lugar, el descenso de la fecundidad se ha producido en prácticamente todos los países del mundo, de manera que a partir de la segunda mitad del siglo XX, las tasas de fecundidad se sitúan por debajo de las tasas de reemplazo de la población. Así sucede en países tan diversos como Estados Unidos, Chile, Brasil, China, Japón, Alemania o Rusia. España tiene una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo (1,3 hijos por mujer). Solo los países africanos están experimentando actualmente un crecimiento demográfico.

En segundo lugar, se ha producido una drástica reducción de la mortalidad en todas las etapas de la vida, especialmente entre las personas de más de 55 años, lo que comporta que progresivamente haya una mayor proporción de personas con más de 80 años y un notable incremento de la esperanza de vida al nacer. Si nos situamos en el caso de España, por ejemplo, en 1960 la esperanza de vida de las mujeres era de 71,7 años, mientras que en 2020 era de 85,1. En el caso de los hombres era en 1960 de 66,7 años, y en el 2020 de 79,7 (13,4 y 13 años más, respectivamente).

En paralelo a estos cambios demográficos se han producido cambios sociales y familiares muy importantes. El más relevante es la participación laboral de las mujeres de clase media (las de clase obrera siempre la han ejercido) y la consecuente generalización de las familias de doble salario, en que tanto los hombres como las mujeres aportan ingresos para el sustento familiar. Esto ha ido acompañado en el caso de España de un mayor acceso a la educación por parte de la población y de una movilidad social ascendente a través de la educación. En consecuencia, actualmente las mujeres tienen menos disponibilidad para cuidar y, frecuentemente, han sido sus propias madres quienes las han estimulado a estudiar, a tener una vida propia y no estar atadas a los cuidados. La figura del ama de casa, dedicada a cuidar de sus familiares, prácticamente ha desaparecido y queda reducida a las generaciones mayores. También las familias han experimentado cambios sustanciales, a partir de la presencia de divorcios, familias recompuestas, familias monoparentales, y la diversidad de formas de convivencia. Unas familias a menudo fragmentadas por la lógica de la vida urbana y también por las migraciones.

A pesar de estos cambios en la familia y en la vida de las mujeres, el modelo de cuidados se sigue sustentando idealmente en la familia y en la figura de la mujer como pilar básico. Un modelo que ya no existe. Los hombres, por su parte, han incrementado su participación en las actividades de crianzas, pero apenas se implican en los cuidados de personas mayores y dependientes. Donde las políticas públicas son débiles, como sucede en el caso de España o de Italia, por ejemplo, la familia tiene que hacerse cargo de unos cuidados que cada vez son más difícil de resolver, ya que en el caso de la vejez aumenta el tiempo en que se requiere cuidados y estos, a su vez, son de mayor complejidad e intensidad. En estas condiciones, la crisis de los cuidados está servida. 

Es urgente democratizar los cuidados. Los cuidados están provistos desproporcionadamente por la familia y por las mujeres. Se requiere un mayor compromiso público y comunitario.

El término democratización de los cuidados es potente y evocador. Supone plantear una organización social del cuidado basada en valores democráticos tanto para las personas que los reciben como para quienes los proporcionan. Surge de una propuesta de Sandra Ezquerra y Elba Mansilla que asume el Ayuntamiento de Barcelona como guía de la intervención social en este tema y que hemos empezado a utilizar en el marco académico como referencia y propuesta política. La democratización de los cuidados pasa por los siguientes ejes:

1) Promover el reconocimiento del cuidado y de su centralidad.

2) Socializar las responsabilidades del cuidado.

3) Repartir el cuidado entre hombres y mujeres, para eliminar la (mal)división sexual del trabajo.

4) Tener en cuenta los derechos y las demandas de las personas receptoras de cuidados, en función de su ciudadanía y no solo como consumidores.

Cada una de estas dimensiones es un paso positivo hacia la democratización de los cuidados, pero el avance de solo una de ellas constituye una democratización parcial o incluso un retroceso. Por ejemplo, si no se dan de forma simultánea una socialización del cuidado y un reconocimiento social de este, esta socialización podría darse en una dirección mercantilizadora y perjudicar el derecho al cuidado de los colectivos pobres. Por esto las cuatro dimensiones están interrelacionadas.

También hay la necesidad de avanzar hacia una sociedad cuidadora, enfocada desde esta perspectiva del cuidado como organización social. Esto implica reconocer la vulnerabilidad de los seres humanos, potenciar la solidaridad generacional y de clase, y dar prioridad a los valores asociados al cuidado: pensar en las necesidades de los demás frente al individualismo. Es avanzar en el modelo de la “paridad en el cuidado”, que defiende Nancy Fraser, potenciar las iniciativas comunitarias y fortalecer el Estado para proveer servicios públicos y protección social. Supone dar valor al vínculo social. Este es un buen punto de partida para superar el modelo de la hegemonía mercantil, adoptar la lógica del antiutilitarismo y de la sostenibilidad de la vida como prioridad. En este sentido, el cuidado se sitúa como un elemento de profunda transformación social al subvertir las relaciones dominantes a nivel económico y político.

Esta urgencia no es nueva. Hasta hace poco más de un año estábamos muy lejos de conocer que una pandemia tan terrible como el coronavirus nos cambiaría nuestro mundo de forma tan drástica y repentina. Lo que entonces nos parecía pertinente, urgente, imprescindible de tratar (como es el cuidado a mayores y dependientes), hoy se ha convertido en plena actualidad. La pandemia ha revelado la fragilidad del sistema de cuidados tal como está organizado actualmente. Y ha revelado también que se trata de una cuestión social y política, no una mera cuestión individual o encerrada en las familias.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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