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Los derechos humanos son anteriores a Cristo

Manifestación del Orgullo LGTBI en Madrid en 2017.

Violeta Assiego

Es fácil declarar la guerra contra los más vulnerables, contra los inmigrantes sin papeles, las personas trans, las unidades familiares no convencionales, las víctimas del acoso lgtbfóbico en las escuelas, las niñas y mujeres que no quieren iniciar un proceso de gestación o las que son víctimas de la violencia machista y sexista dentro y fuera del ámbito de pareja. Es fácil lo que hace Vox. De hecho, sus “Tres condiciones, Tres principios” no tienen nada de original, son una réplica tuneada y edulcorada (todavía por su frágil posición institucional) de los mimbres en los que se inspiraba el nacional catolicismo franquista. Señalar como sujeto de 'no derechos' o 'menos derechos' a los miembros más vulnerables de la sociedad es lo fácil, ya lo hacía la Ley de Vagos y Maleantes primero y la de Peligrosidad Social después. Y hoy en día es lo que vemos que hacen Salvini, Bolsonaro, Orbán o Trump. Fácil, poco original y muy peligroso.

Una de las ventajas de estar en el siglo XXI es poder echar la vista atrás y ver qué ideales defendieron los hombres y mujeres “buenos” en la Historia y cuáles los sátrapas, dictadores y genocidas que sembraron sufrimiento, terror y odio. Y con ese barómetro rápido de mirar unos lustros atrás comprobamos que las retóricas destinadas a minar la convivencia y negar la multiplicidad de ideas, creencias, culturas, etnias, nacionalidades, géneros, sexualidades... no han sido, precisamente, un legado noble que admirar y replicar. Más bien todo lo contrario. A largo plazo sabemos, cuáles fueron las mentiras, quienes los mentirosos y las consecuencias de ese tipo de discursos de intolerancia. Sin duda, han traído más sombras que luces, incluso para quienes los protagonizaron.

Estos últimos nueve meses escuchamos, de forma cada vez más cotidiana, cómo se tacha al feminismo, al movimiento LGTBI o a las organizaciones que defienden los derechos humanos de “chiringuitos subvencionados”. Me gustaría saber con base a qué criterios objetivos, y no ideológicos, define Vox (y allegados) lo que llaman “chiringuitos”. Para no existir definición objetiva ninguna están prendiendo una llama de sospecha y hostilidad innecesaria e injustificada con base sólo en sus ideas y prejuicios. Una discrecionalidad, arbitrariedad y animadversión peligrosa que añade vulnerabilidad y prejuicios hacia quienes deberían tener especial sensibilidad. Sin embargo, han entrado en una especie de bucle de 'saña' y 'revanchismo'.

Empieza a ser necesario decir alto y claro que los derechos humanos (y el relato que se hace desde estos para defender a los colectivos vulnerables) no son propaganda política sectaria. Los derechos humanos no tienen ideología, quienes sí la tienen son quienes los atacan con sus propuestas políticas fascistas. Es mentira que los derechos de las mujeres, LGTBI o de los migrantes no sean integradores o que solo representen a quienes los defienden. Defender o no los derechos de los colectivos vulnerables, y promover y respetar esta defensa, dice mucho de la capacidad de acogida o la crueldad de los hombres y mujeres que representan a una formación política, algo de lo que sus votantes deberían empezar a sentirse responsables, son los que les dan alas o no.

Los Principios que inspiran los derechos humanos que conocemos por la Declaración de 1948 no son algo nuevo ni fruto de “la dictadura de lo políticamente correcto”. Tampoco son “un invento de la izquierda progre” ni “un panfleto ideológico” contrario a nuestros valores y tradiciones. No hay nada más centrado en los valores y tradiciones de una sociedad que la necesidad de comportarse de forma fraternal, solidaria y respetuosa con quienes nos rodean. Una consigna que se viene repitiendo a lo largo de la Historia de la Humanidad, desde el primer milenio antes de Cristo. Y como ejemplo sirvan reflexiones como las de Mahabharata XII: “Todo lo que una persona no desea que le hagan, debe abstenerse de hacerlo a los demás”; Confucio (551-479 A.C): “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”; Mencio (370-289 A.C): “Esfuérzate en tratar a los demás como querrías ser tratado, y verás que es el camino más corto a la benevolencia”; o Talmud: “Lo que a ti mismo te contraría, no lo hagas a tu prójimo”.

La evolución de ese trato digno al Otro, al diferente, es lo que se ha ido perfilando de manera progresiva en los últimos 50 años. Y al hacerlo se ha ido poniendo nombre a “ese diferente” para reconocerlo como miembro de un colectivo vulnerable porque, en su contexto histórico y social, está sufriendo probada violencia estructural por sus características, identidad, ideas, creencias, rasgos... De esta forma la libertad de expresión, sexual, religiosa o de movimiento han terminado por convertirse en 'campos de batalla' para los grupos más ultraconservadores que se resisten a perder poder y control sobre los cuerpos, las vidas y las espiritualidades de millones de personas que prefieren reclamar sus derechos en vez de refugiar su vulnerabilidad en oraciones y rezos.

Si el género, la raza, el origen, la orientación sexual, la identidad, las creencias, la etnia, la discapacidad, las ideologías... son motivo de 'vulnerabilidad' no es por la fragilidad de sus sujetos o porque en ellos haya algo anormal, sino porque esas diferencias y los prejuicios que se siembran sobre ellas han sido durante siglos (y todavía lo son) carnaza fácil para el abuso, la explotación, la extorsión, la violencia, la amenaza, el maltrato o la discriminación. A pesar de lo que pueda parecer, las ideas reaccionarias nunca han dejado de ser un gran negocio para quienes viven y dependen del poder, por eso es importante que vulnerar los derechos humanos no salga gratis.

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