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Desafíos del futuro (y actuales)

Economistas Sin Fronteras

Alejandro Represa —

Estos días atrás nos hemos empeñado en analizar minuciosamente a todos y cada uno de los candidatos que han participado en los debates previos a las elecciones generales, por fin ya celebradas el pasado 20 de diciembre.

¿Y qué hemos conseguido de esas soporíferas intervenciones?, muy poco. ¿Y por qué opino esto?, pues simple y llanamente porque todos se sujetaron al guión predeterminado y perfectamente  diseñado por sus respectivos asesores, los cuales es posible que estén hechos de un duro material, aunque sin duda alguna perfectamente adaptable a las características y conveniencias de sus patrocinados.

Los resultados de las elecciones han sido prácticamente los que indicaron las encuestas, con algunas reseñables desviaciones que no han hecho más que corroborar lo que se esperaba, es decir, que los representantes de las diferentes fuerzas políticas han quedado muy preocupados por no haber conseguido la abrumadora victoria que tanto ansiaban todos ellos, aunque irónicamente hayan anunciado orgullosos que “el pueblo ha hablado”. Pero, tristemente, ninguno  se preocupó a lo largo de la campaña, y a mi juicio sigue sin hacerlo, de lo que podrían suponer para los ciudadanos unos u otros resultados, salvo quiméricas ofertas hechas sin demasiada convicción.

A pesar de ello, nuestros provisionales gobernantes parecen sentirse muy satisfechos por el gran éxito alcanzado al haber crecido en el último año por encima del 3 por ciento, pero, ¿a costa de qué?, pues sencillamente, de haber logrado que la tasa de ganancia de las oligarquías económicas y financieras se haya visto beneficiada por los bajos costes salariales establecidos en las empresas, y debido al resto de reformas impuestas desde la Troika, o sea, desde esas mismas oligarquías. Amén, obviamente, de la extraordinaria bajada del precio del petróleo, de la puesta en marcha por parte del Banco Central Europeo de las Quantitative Easing (oferta monetaria) y de otras causas que en ningún caso previeron quienes aún nos gobiernan.

Pero también es cierto que en el resto de Europa, y no únicamente en España, las clases populares (y también las llamadas clases medias) que forman la mayoría de los habitantes del mundo desarrollado (el rico) han sufrido en esta espantosa crisis económica un importante deterioro de su venerado estado de bienestar. Y es que la pobreza se agranda aun en épocas de crecimiento, debido al descomunal aumento de las desigualdades. Ya lo demostró en su día el economista del FMI, Fuad Hassanov, cuando dijo que por cada punto de desviación típica en desigualdad, según el índice de Gini, se genera un 0,6 por ciento de crecimiento del PIB, lo cual ratifica la reflexión sobre las consecuencias de las desigualdades y la pobreza.

En la economía globalizada actual, la impuesta por el todopoderoso capitalismo neoliberal, todo se basa en el Producto Interior Bruto, la medida para la que únicamente cuentan los valores monetarios existentes en las transacciones económicas entre los países, sin que importen el tipo de transacciones que se hacen, y sin tener en cuenta otros valores fundamentales del ser humano que estimulan el desarrollo de las personas o que producen impactos sociales y medioambientales positivos.

Y por eso, a pesar de que algunos prometieran cambiar las actuales condiciones de vida en nuestro país, con fantásticas transformaciones, la verdad es que dudo mucho (por lo que ahora estamos viendo) de que alguno de ellos pensara en algo más que no fuera en sus resultados electorales, dejando en un segundo término las preocupaciones ciudadanas. 

Y si esto es cierto, como apunta lo hasta ahora visto, ¡cómo entonces iban a tener en consideración nuestros candidatos a los demás seres humanos!, sí, me refiero a los otros, a esos que no saben nada de elecciones, ni de lo que significa la democracia, y mucho menos de eso que los ricos del mundo llamamos estado del bienestar, y sobre todos ellos, esos mil millones de personas que viven en un mundo de absoluta pobreza, esos cuya principal preocupación de cada día es saber cómo poder comer, y sobre todo cómo lograr que sus hijos ingieran algún tipo de alimento antes de dormir, ya que sin él son incapaces de conciliar el sueño. Por eso mismo, cuando dice Stiglitz que la brecha entre el 1 por ciento de los ciudadanos más ricos de los Estados Unidos y el 99 por ciento restante es amplia en relación a los ingresos anuales, yo supongo que también se está refiriendo al resto del mundo desarrollado.

Lo peor es que todos estamos inmersos en el mundo del consumo, y también los candidatos de una u otra ideología, considerando todos ellos ese requisito como condición imprescindible para lograr el crecimiento económico. Por lo tanto, como para ellos esa es la solución, unos bajan los salarios y los gastos sociales en general, para que las industrias del país sean más competitivas y puedan vender más en el extranjero; y los otros piden subidas salariales, con el fin de que los trabajadores dispongan de más liquidez y puedan consumir más, y así, de una u otra forma, las empresas consigan incrementar sus ventas, con lo que nuestro PIB aumentará y seguirán ganando más los que más tienen. Y es que desde hace tiempo la política está condicionada por la economía y el mercado, no teniendo este último otro fin que el interés privado de muy pocos.

Sin embargo, todavía tenemos una esperanza, y es que cada vez se ve con mayor claridad que el capitalismo se encuentra verdaderamente nervioso en los últimos tiempos, mostrándose algo más frágil el motor que lo mueve. Y como dice David Harvey, habrá que reparar ese motor o sustituirlo por otro con un diseño diferente, puesto que las exageradas y crecientes desigualdades en cuanto al nivel de riqueza monetaria se refiere, hacen que la única forma de salir de una crisis sea la que prepara el escenario para entrar en la siguiente.  

Ojalá que nuestros políticos, los viejos y los nuevos, aunque lo hagan por una sola vez, sean capaces de pensar en la ciudadanía en general, la de aquí y la de allí, y lleguen a un acuerdo de gobernabilidad con parámetros que beneficien en la medida de lo posible a la mayoría. Ello podría ser un auténtico ejemplo que quizás se animaran a seguir en otras latitudes.

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Este artículo refleja la opinión y es responsabilidad de su autora. Economistas sin Fronteras no necesariamente coincide con su contenido.

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