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Las desafortunadas declaraciones sanitarias de nuestros políticos

La consellera Teresa Jordà consumiendo leche cruda para fomentar su comercialización

Esther Samper

Teresa Jordà, consejera de Agricultura de Catalunya, saltó a la actualidad hace una semana por una controvertida frase emitida en la radio que, se supone, pretendía respaldar la aprobación de la venta directa de leche cruda al consumidor en dicha comunidad autónoma: “Beber leche cruda es tan seguro como comer un muslo de pollo que lleva 4 semanas en la nevera”. Dicha afirmación se sumaba así a la polémica surgida anteriormente en Twitter en donde aparece Jordà en una fotografía consumiendo leche cruda (sin hervir) y diciendo “El valor biológico y gustativo de la leche cruda de vaca es espectacular”.

Con la desafortunada frase del muslo del pollo, intuimos que la política catalana quería defender sus declaraciones anteriores. Sin embargo, lo que realmente se ha producido es lo que los alemanes definen como “Verschlimmbessern”. En otras palabras, con la noble intención de solucionar o mejorar algo, lo que se consigue es empeorarlo más todavía. Es de imaginar, pues, que Jordà nunca ha llegado a experimentar lo que ocurre cuando se deja un muslo de pollo durante 4 semanas en la nevera. De hecho, la recomendación general sobre la conservación de dicha carne establece un máximo de 2-3 días en la nevera, según si se encuentra o no envasada.Al alargar dicha conservación hasta las 4 semanas no sólo se produce una degradación importante de la carne, también hay un riesgo muy elevado de crecimiento de microorganismos y no estaría, para nada, aconsejado su consumo.

Si lo que quería la consejera era ilustrar la seguridad de la leche cruda al hervirla antes de beberla, no podía haber elegido peor ejemplo... o no. De hecho, diversos estudios demuestran que una amplia mayoría de los consumidores no está a la altura de las exigencias de la leche cruda y los brotes de enfermedades infecciosas se multiplican allá donde se permite la venta de ésta. Puede que, en realidad, las declaraciones de Jordà hayan sido un inocente arrebato de sinceridad.

Así pues, estas últimas declaraciones sanitarias de Jordà se suman al repertorio de frases célebres sanitarias originadas por nuestros políticos patrios que marcaron por ser especialmente desafortunadas. Por su similitud, algunos podrían recordar las también famosas palabras de Celia Villalobos, Ministra de Sanidad en plena crisis de las vacas locas: “Recomiendo a las amas de casa que no usen huesos de vaca para el caldo. Yo en mi casa hice el otro día y le eché hueso de cerdo”.

A diferencia de Jordà, que subestima los riesgos de la leche cruda y los pollos de larga duración en el frigo, Villalobos pecó de prudente y sus declaraciones fueron el principio de una larga cadena de errores de comunicación, descoordinación y falta de asesoría científica. Estudios experimentales con huesos de caña de vaca sólo demostraban inefectividad en condiciones extremas de laboratorio y bajo circunstancias especiales, por lo que la OMS los clasificó como de “baja infectividad”.

En España, dado el restringido número de casos de vacas locas, no se justificaba ni la prohibición ni la restricción del consumo de dichos huesos. Diversas asociaciones de ganaderos, bastante afectados ya por la crisis, respondieron furiosos a las declaraciones de Villalobos: “Bastante enfado y confusión existe ya como para que esta señora se dedique a emitir esas estupideces de maruja sin el menor criterio científico. No estamos dispuestos a aguantar ni una más. Ni una más”.

Aunque las frases de Jordà y Villalobos sean un despropósito, no llegan, sin embargo, al nivel de la declaración sanitaria más delirante de nuestra historia reciente. En 1981, al comienzo de la tragedia del aceite tóxico de colza, el entonces ministro de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social, Jesús Sancho Rof, afirmaba lo siguiente en televisión: “El mal lo causa un bichito. Es tan pequeño, que si se cae de la mesa, se mata”. Como podrán adivinar, en aquellos momentos el Gobierno no tenía ni la más remota idea de qué estaba causando aquellas muertes y enfermedades. En lugar de reconocer su ignorancia, recurrieron a una peregrina explicación más dirigida a niños de “parvulitos” que a una sociedad extremadamente preocupada por lo que estaba ocurriendo. Pasaron semanas hasta que, por fin, cuando se descubrió la causa, el aceite adulterado de colza, el Gobierno dio una explicación honesta al respecto.

Detrás de las desafortunadas frases sanitarias de nuestros políticos suele estar casi siempre la falta de información. En otras, como en el caso del ministro Rof, lo que hay es un absoluto desprecio a la sociedad, al recurrir a mentiras descaradas. En ocasiones, sin embargo, lo que hay son arranques de sinceridad que demuestran una gestión incompetente de un asunto sanitario. Fue lo que ocurrió con la entonces ministra de Sanidad, Ana Mato, cuya gestión nefasta de la crisis del ébola en España en el año 2014, más las sospechas de su implicación en el caso Gürtel, supusieron el fin de su carrera como política. Cuando los medios de comunicación preguntaron a Mato sobre la situación de Teresa Romero, el primer caso de contagio de ébola en España, las palabras fueron las siguientes: “No tenemos más información que la de los medios de comunicación”. Tal declaración era especialmente ilustrativa de cómo el Ministerio de Sanidad había llevado el asunto: con múltiples y graves errores de comunicación institucional y una gestión tan mala que Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno, tuvo que asumir el mando.

Como habrán observado por los ejemplos anteriores, los políticos no suelen salir bien parados de las crisis sanitarias. Probablemente porque las circunstancias son extremadamente complicadas y bajo incertidumbre, con vidas y múltiples intereses en juego. Además, reciben un fuerte escrutinio de la población a través de los medios. En esos momentos críticos y vitales, unas declaraciones pueden tener mucho peso. Así, cuando éstas son desafortunadas e inoportunas no son fáciles ni de perdonar ni de olvidar. Para la próxima crisis sanitaria, tal vez, tendríamos que recordar las palabras de Johann W. Goethe: “No es prudente poner gran confianza en palabras pronunciadas en momentos de emoción”.

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