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Deseos y realidades para el fin de una guerra

Analista de la Fundación Alternativas y general de brigada retirado
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Tenemos tantas ganas de que acabe esta maldita guerra que muchos medios occidentales titulan alborozados “Moscú rebaja sus objetivos militares iniciales”, como si supieran, o hubieran sabido alguna vez, cuáles eran realmente esos objetivos. El deseo –que comparto– de ver al ejército ruso volver a su país, derrotado por la valiente resistencia ucraniana –y si puede ser, de paso, que eso significara la caída de Putin y su entorno–, no debe ocultarnos la realidad de que la desproporcionada relación de fuerzas entre los bandos en liza ha cambiado muy poco. Confundir los deseos con la realidad no suele dar buenos resultados.

Un periódico español titula: “Rusia renuncia a ocupar toda Ucrania...” ¿Pretendió Rusia en algún momento ocupar toda Ucrania? Desde luego este modesto analista no lo sabe, quizá solo lo saben el Estado Mayor y el Consejo de Seguridad rusos. Pero no parece probable. Ocupar un país más extenso que España con 150.000 o 200.000 efectivos sería una hazaña inaudita, incluso para un ejército mucho más operativo de lo que el ruso está demostrando ser. En septiembre de 1939 la Alemania nazi empleó casi un millón y medio de efectivos para invadir Polonia –que no tuvo ninguna ayuda-, y tardó cinco semanas en rendir al país, con la colaboración de la Unión Soviética que invadió casi simultáneamente desde el este. Moscú ha bombardeado algunas ciudades e instalaciones militares en el oeste de Ucrania con el claro objetivo de impedir o dificultar la llegada al país de armamento o voluntarios foráneos. Pero pretender una ocupación de todo el país no sería muy realista, y no solo porque al ejército ruso le haya ido peor de lo que esperaba –lo que parece evidente–, sino porque es prácticamente irrealizable con los efectivos en juego e -además- insostenible en el tiempo.

Parece igualmente poco verosímil la versión del portavoz ruso según el cual el único objetivo de Moscú sería el Donbás. La defensa de los habitantes de esta región fue la excusa que utilizó el presidente ruso Vladímir Putin para lanzar la agresión, aunque nunca ocultó que la pretensión final era asegurarse la neutralidad de Ucrania e impedir reivindicaciones futuras sobre Crimea. Para defender las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Luhansk no hacía falta atacar Kiev ni Járkov. Una vez reconocidas por Moscú, el despliegue en esas repúblicas de unidades rusas de cierta entidad hubiera evitado con toda probabilidad que fueran atacadas por Ucrania. Pero tal vez los rusos se están refiriendo a toda la extensión de las provincias del mismo nombre, que aún no controlan, ya que antes de la agresión las repúblicas reconocidas por Rusia solo ocupaban poco más de una tercera parte de su territorio, que incluye por ejemplo a la martirizada Mariúpol. Tampoco es muy precisa la idea de que conquistar esta ciudad permitiría a Rusia enlazar el Donbás con Crimea. Entre ambas hay aún dos provincias: Zaporiyia y Jerson, que los rusos no dominan del todo.      

Esta hipótesis del enlace entre ambas regiones incluiría, por tanto, más territorio ucraniano que el correspondiente a Crimea y al Donbás, y es posible que Moscú no tenga intención de incluirlo en sus pretensiones, o si la tenía la haya abandonado. No se puede tampoco descartar –ni asegurar- que el objetivo inicial ruso no fuera más ambicioso e incluyera todo el territorio mayoritariamente rusófono del este y sur del país, de Járkov a Odessa, tradicionalmente parte del imperio ruso de los zares, donde hubo revueltas prorrusas sin éxito en 2014 a raíz de la revolución de Maidán. Tal vez con el propósito de que algunas de esas provincias siguieran el camino de Donetsk y Luhansk, y se declararan independientes bajo la protección de Rusia, formando una especie de estado tapón y debilitando a Ucrania. Eso parece hoy fuera del alcance de Putin, que posiblemente esté recibiendo ya presiones, tanto en su propio entorno –dada la problemática marcha actual de las operaciones– como tal vez, de modo discreto, desde Pekín, para que el conflicto se acabe cuanto antes.

Por lo que se ha conocido hasta ahora, las exigencias rusas en las negociaciones que están teniendo lugar se podrían resumir en cuatro. La primera sería la neutralidad de Ucrania, la limitación de su poder militar y la prohibición de establecimiento de bases militares extranjeras en su territorio. Sería un estatuto similar al que obtuvo Austria en 1955 para terminar con la ocupación subsiguiente a la II Guerra Mundial. Kiev se ha mostrado dispuesta a estudiar este asunto, aunque rechaza la comparación con Austria, quiere garantías sólidas y eso es lo que se está discutiendo ahora. La segunda tendría un carácter más político, es la que se refiere a la famosa “desnazificación” y se concretaría en algunas medidas como prohibir la propaganda antirrusa, controlar las milicias extremistas o declarar el ruso cooficial en algunas provincias. Tampoco parece imposible que un hipotético acuerdo incluyera algunas cláusulas en este sentido, aunque tuvieran un carácter declarativo.

Los problemas reales vienen con la cuestión territorial. Moscú pretende que Ucrania reconozca que Crimea pertenece a la Federación Rusa, esta sería su tercera condición, irrenunciable, y parece muy difícil que Kiev esté dispuesta a aceptarlo. Mucho menos probable aún es que admita la cuarta condición, la independencia del Donbás, y si encima se trata de la totalidad de las provincias de Donetsk y Luhansk, todavía el acuerdo se aleja más. Rusia no ha planteado -hasta ahora- otras pretensiones relativas al territorio ucraniano, pero estas son más que suficientes como para que no se llegue a una solución aceptable para ambas partes. Ucrania puede asumir ser neutral, pero no aceptará perder parte de su territorio. salvo que sufriera una derrota total, lo que ahora parece claro que no va a pasar.

En estas condiciones, a lo máximo a lo que se puede aspirar es a lograr un alto el fuego, un repliegue del ejército ruso, y una vuelta a la situación previa a la agresión, o similar, a cambio de una renuncia de Ucrania a entrar en la OTAN. Esto significaría que, aunque callaran las armas, Ucrania seguiría reclamando –sin muchas esperanzas– Crimea, pero sobre todo que el Donbás –completo o en parte- continuaría siendo un territorio en disputa, independiente de facto bajo la protección de Moscú, al modo de Osetia del sur y Abjasia en Georgia, o Transnistria en Moldavia. En el este de Ucrania quedaría un conflicto latente, que conllevaría una amenaza permanente de reactivación. En este caso, probablemente muchas de las sanciones occidentales a Rusia se mantendrían, con las consecuencias que estamos viendo en Europa, y dejando a Rusia aislada y empobrecida, lo que comportaría un gran riesgo de inestabilidad, en un país con armas nucleares. No es la solución que nos gustaría, y menos a los ucranianos. Pero incluso ese arreglo, incompleto, débil y sin duda injusto para la parte agredida, sería preferible a la brutal destrucción a la que estamos asistiendo cada día, a la muerte y al sufrimiento inhumano que están padeciendo tantas personas inocentes. Hay veces que la realidad nos obliga –lamentablemente- a elegir entre lo malo y lo peor.

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