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Elecciones en pandemia

Representantes de los partidos, el Govern y autoridades sanitarias, reunidos en el Parlament

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Haber sido restrictivo en Navidad podría haber evitado una tercera ola. O como mínimo, sería de más fácil gestión y con menos costos. En Catalunya desde que los contagios empezaron a escalar después del puente de diciembre, se sabía que lo más racional era pinchar la burbuja navideña que habían ayudado a hinchar periodistas y políticos. Nadie quiso ser claro y tomar medidas en este sentido: “este año no se van a poder celebrar las fiestas, toca un último esfuerzo final; aunque las vacunas están cerca aún tenemos que ganar tiempo”. Pero es que además había un motivo añadido. Teníamos una cita muy importante que preservar en democracia: la celebración de elecciones. Era responsabilidad de los poderes públicos hacer todo lo posible para llegar en buenas condiciones a esta fecha. Este, y no otro, es el principal reproche que puede hacerse a los responsables políticos frente al 14F.

Ahora tenemos lo que tenemos. Estamos en fase de subida acelerada de contagios y el Govern ha valorado que es mejor retrasar la cita electoral. Desde mi punto de vista, estamos frente a una decisión delicada y que debe ser muy bien argumentada. Que puede tomarse pero que importa cómo se tome. No está prevista en la legislación el cambio de fecha, pero tampoco estaban recogidas otras actuaciones que se han tomado en pandemia. Frente a situaciones complejas, no podemos quedarnos encadenados en interpretaciones normativas estrechas. Decisiones similares se han tomado en algunos contextos, en otros se ha decidido tirar adelante. Hay razones de peso tanto para un aplazamiento (se puede limitar de facto el derecho a voto a algunos colectivos, se genera un aumento de interacción social, dificultades de constitución de mesas, etc.) como para el mantenimiento de la cita si no hay un confinamiento domiciliario (alegando que mientras pueda hacerse otro tipo de actividades como ir a trabajar o a la escuela, también se puede garantizar el voto seguro).

No he escondido desde el inicio mi preferencia hacia el mantenimiento de la normalidad electoral. Y por lo tanto, de que se votara el 14F. Ahora bien, no dejan de sorprenderme las sobrevenidas y activistas defensas de esta opción. Entornos socialistas que, de golpe, hacen bandera de la inamovilidad de la fecha como algo sagrado y trascendental. Como efecto espejo, parece también desdeñable el poco interés de algunos miembros del Govern (de la parte de JxCat) en que la cita tirara adelante. Tanto que en algunos momentos pudo parecer, aunque quizá no fuera su intención, que ya les iba bien que empeorara la situación pandémica. El indisimulado interés partidista puede emborronar debates de alto interés político e institucional como un cambio de fecha electoral sin precedentes. Pero, ¿podemos afirmar que mover las elecciones puede beneficiar o perjudicar a determinados partidos? A pesar del griterío colectivo en la arena política catalana y estatal, tengo mis dudas. 

En primer lugar, es cierto que si ahora no se hacen las elecciones, la situación de Salvador Illa se complica. Si no deja el ministerio, será acusado de hacer partidismo desde las instituciones. Si deja ya la cartera, podrá perder una parte del efecto “ministro” en las elecciones si se demoran mucho en el tiempo. Esto es evidente, pero habría que considerar otras variables. Por ejemplo, la abstención. Los datos de las elecciones gallegas y vascas apuntarían que esta continúa repartiéndose de manera similar a las anteriores citas electorales. Pero… ni aquellas elecciones se produjeron en plena ola, ni los comportamientos abstencionistas son iguales que en Catalunya. Si se celebraran las elecciones el 14F cabría esperar un aumento de la abstención, entre otras razones, por la pandemia.

Dos preguntas:

1) ¿Se volvería a la abstención diferencial? Es decir, al patrón de comportamiento que se reprodujo durante más de tres décadas en que un segmento de la población determinado (áreas urbanas, próximo a socialistas y comunistas) votaba en las elecciones generales pero no en las autonómicas.

2) El efecto miedo, ¿afectaría distinto en los tramos de edad? Es decir, ¿disminuiría más el voto en el segmento de población mayor? Si las dos respuestas fueran afirmativas, que no lo sabemos, unas elecciones en la fecha inicial podrían acabar siendo letales para el PSC.

En segundo lugar, la batalla entre independentistas les puede generar una mala pasada si se arrastra en el tiempo. Las puyas entre conselleries dan una imagen de Ejecutivo en decadencia. Además, los nervios provocados por las encuestas pueden llevar a cálculos cortoplacistas y descentrar estrategias más generales y ambiciosas. Lo que ha funcionado durante el procés puede no ser útil ahora. La pandemia ha puesto en el centro la importancia de la buena gestión y de las políticas públicas. ERC está intentando situarse en un nuevo marco, pero a veces sucumbe. No ser capaz de desprenderse del pasado le puede hacer descarriar sus intenciones de quedar primero en la batalla electoral. Para nostalgia ya está JxCat. A estos, las últimas actuaciones de la justicia belga en relación al exconseller Lluís Puig les han dado aire. Optimismo sobrevenido por primera vez desde que se empezó a hablar de elecciones, pero que puede agotarse si se demora mucho la cita. 

En definitiva. Vamos hacia un aplazamiento de elecciones. Pero no está claro cuál puede ser su efecto electoral. Más aún, no es que no lo conozcamos por limitaciones cognitivas, sino porque hay muchas variables en juego que pueden transformar el campo de batalla. Y una muy importante: la acción de los actores para reconstruir el contexto dado. Queda mucho partido aún por ver.

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