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El encuentro, nuevo reto tras el 24M

Ada Colau celebra la victòria de BComú. / ENRIC CATALÀ

Olga Rodríguez

Los distritos más humildes y populares de Barcelona se decantaron en las elecciones del pasado domingo por la agrupación ciudadana Barcelona en Comú, de Ada Colau. En Madrid, donde Manuela Carmena podrá ser alcaldesa con el apoyo del PSOE, aumentó la participación también en las áreas más castigadas por la crisis, y fue en ellas donde Ahora Madrid obtuvo más votos. No hay más que ver el mapa madrileño para darse cuenta de que es el sur de la ciudad el que se ha decantado por el cambio, frente a un norte que ha seguido dando su apoyo al PP.

¿Qué lección se extrae de todo esto? Una que ya estuvo presente durante la campaña, que analizamos con Manuela Carmena en esta entrevista y que menciona a menudo Ada Colau: Habitualmente son los barrios más humildes y más castigados por esto que se llama crisis los que concentran en ciudades como Barcelona un mayor porcentaje de abstención. En algunas de esas áreas no llega a votar ni el 40% del electorado, mientras que en las zonas más ricas de la ciudad condal la media de participación ronda el 70%.

Por eso a menudo ganan fuerzas políticas dispuestas a gobernar al servicio de los intereses de una elite y en contra del interés general. Para darle la vuelta a estos porcentajes se necesitan agrupaciones capaces de apelar y seducir a ese electorado que no suele votar, pero que sin embargo precisa más que nadie de políticas que garanticen una vida digna para todos.

Esta vez, en estas elecciones, esa tendencia se ha corregido un poco. Las agrupaciones ciudadanas de Barcelona y Madrid han sabido movilizar a ese electorado que habitualmente se siente ajeno al proceso electoral porque la política se ha presentado como algo propio de despachos y alejado de la gente corriente. Aún así, la participación de los sectores más desafavorecidos podría ser aún mucho mayor y de ella dependerá en gran parte el cambio político.

Ese es uno de los retos más urgentes a abordar: cómo apelar al electorado más afectado por la pobreza, por la exclusión, por la precariedad, por el paro, por los recortes. Ese electorado que se siente excluido políticamente, que sufre la losa de una vida difícil y que por lo tanto no puede creer fácilmente que su voto importa y que se pueden cambiar las cosas. Junto a ese reto hay otro: el desarrollo de espacios que desborden fronteras identitarias de partidos, la creación de unidad a través de herramientas en las que quepa la mayoría social, sin carnés que diferencien, sin sectarismos que excluyan, sin consignas que aparten. En ese sentido, queda aún mucho trabajo político en los barrios y mucho contacto permanente entre representantes y ciudadanos.

La fórmula de las agrupaciones ciudadanas, integradas por personas independientes, por miembros de movimientos sociales, por militantes Podemos y por gente de Equo, Anova en Galicia o Izquierda Unida entre otros, ha dado excelentes resultados en ciudades como Madrid, Barcelona, A Coruña, Santiago de Compostela o Zaragoza. En ellas han cabido personas muy diferentes, que han sabido trabajar por lo común y en común, y cuyas tareas -todas y cada una de ellas- han sido decisivas para crear una atmósfera de ilusión. Han sido ellas, las agrupaciones ciudadanas, las que en Madrid y Barcelona se han situado como segunda y primera fuerzas más votada.

El PP se ha dado un batacazo y el bipartidismo sigue cayendo, pero se mantiene aún como primera opción política con millones de votos. La pérdida de credibilidad de los dos partidos que se han alternado en el poder hasta ahora es enorme, pero no se corresponde con un determinante desplome electoral, a pesar de la pérdida de votos que han sufrido.

Hay diversos sectores de la sociedad que desean un cambio real y que lamentan profundamente las políticas y actitudes de partidos plegados a las imposiciones del poder financiero. Todos ellos, junto con los integrantes de movimientos sociales y de otras formaciones que defienden el cambio podrían caber en los mismos espacios, porque es mucho lo que comparten. Por encima de Podemos, de Ganemos, de Ahora Madrid o de Barcelona en Comú, está la urgencia de un espacio en común en el que puedan encontrarse muchos y en el que no haya lugar para prejuicios.

Al margen de los resultados electorales, en el camino emprendido ya se están cambiando las cosas. Desde las agrupaciones ciudadanas se está haciendo una política concebida de forma diferente, sin servilismos y con transversalidades. El reto ahora es apostar con más fuerza por espacios en los que la mayoría social se encuentre y se reconozca, y para ello habrá que evitar la política de nichos, los esquemas cuadriculados y las plantillas que encorsetan la capacidad de acción y de entendimiento.

No pasa desapercibido que este lunes Pablo Iglesias subrayara en un artículo la necesidad de poner en valor los movimientos sociales y de “ir más allá de una identidad de partido”. “Podemos no debe ser en las generales un partido más, sino un instrumento abierto a la participación y al protagonismo de todos aquellos que apuesten por el cambio”, ha escrito.

Podemos tiene la oportunidad de trabajar por el desborde y la creatividad, traspasando fronteras identitarias para convertirse no solo en una herramienta abierta a todos, sino dispuesta a ser uno de los motores de una plaza aún mayor en la que los que apuestan por el cambio puedan encontrarse. El debate en la formación nacida hace poco más de un año está servido. Las conclusiones que en él se extraigan jugarán un papel determinante en los acontecimientos políticos de este 2015. La responsabilidad es enorme.

Como diría Italo Calvino, es preciso “conocer quién y qué no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”. De eso se trata. De crear y encontrar espacios en los que quepan todos los que defienden los intereses de la mayoría social.

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