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Error del sistema ¡Reinicia!

Vista general de la Puerta del Sol durante las protestas del 15M

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15M. Para reflexionar sobre el brutal cambio con el que la sociedad ha afrontado las dos grandes crisis globales que nos han sacudido en el siglo XXI. Son la sociedad activa y la sociedad pasiva y aún errática ante la desgracia. Protagonista o cautiva. La caída del sistema financiero, por sus propios errores, en 2008 quebró la economía. La pandemia de coronavirus en 2020 también la salud. Las bombas de este tipo causan, de hecho, ignorados estragos en todos los ámbitos. La de hoy hereda los fallos de la anterior, de la tijera que recortó servicios esenciales como la sanidad pública. Carencias responsables de una mayor mortalidad, sin lugar a ninguna duda. La crisis del coronavirus es infinitamente más devastadora que la de 2008 y sacude a una sociedad desarmada en valores, desactivada.

Hoy hace 10 años que la ciudadanía saltaba en las calles de toda España buscando una nueva sociedad, más justa y participativa. Pero a la vez el derrumbe financiero, económico, político, social y hasta ético, desencadenado desde 2008, estaba asistiendo a una aceleración y una dureza inusitada. El poder nunca pierde, y era el financiero y no el ciudadano el que seguía y sigue en lo más alto de la cúspide.

Asistimos entonces a la sustitución de democracias por tecnocracias, comenzando nada menos que por Grecia, el país que inventó la democracia. El neoliberalismo, causante de la crisis, salió reforzado. Ahora, el mismo desprecio por lo público viene impregnado de ultraderecha, de la irracionalidad del fascismo.

La información, como señalamos ya, fue clave en el 15 M, en todas las revoluciones sociales de 2011; la desinformación marca por el contrario este tiempo de pandemias. Demostrando, por cierto, lo esencial del conocimiento para afrontar cualquier eventualidad, los contratiempos de forma destacada. Hoy es el tiempo de las fake news. Es decir, de las falsedades, bulos y calumnias, sin el menor escrúpulo. La vieja práctica política de mentir se ha elevado a categoría máxima con Donald Trump y sus homólogos, de los que en España tenemos cumplida representación en la derecha. Si entonces se precisaba reiniciar el sistema, hoy habría que reconstruirlo casi por completo.

El periodismo asiste a una trágica degradación. En España desde luego, en Estados Unidos reaccionaron ante la escalada trumpista que terminaría asaltando el Capitolio. Tarde, cuando ya estaba la fiera suelta. Aquí es verdaderamente sonrojante. Desde las portadas y artículos escritos al formato de la basura audiovisual, con las tertulias espectáculo en la cumbre de lo más dañino.

La mayoría de los grandes medios terminaron de cuajar su crisis a partir del derrumbe de 2008. Cierres y ERE drásticos siguieron a continuación. La mano de Rajoy anduvo por el relevo de los directores de los tres principales periódicos en apenas tres meses. De todo ello surgieron varios digitales, como este: ElDiario.es, que han tomado el testigo del periodismo independiente. La crisis es profunda. The New York Times ha alcanzado el récord de 7.8 millones de suscriptores pero el 44% de los nuevos no lo hacen por las noticias sino por productos como recetas, juegos o podcasts. Es de imaginar pues el éxito de los chismes y mentiras gruesas de la infracomunicación en España.

Cultivada pues en la desinformación y en los temores que causa un virus mortal, se ha desatado con total virulencia la pandemia de la estupidez que coloca como valor a respetar la mismísima ignorancia.

La elección de Ayuso en Madrid ha sido el síntoma demoledor, pero vemos cómo grandes errores estructurales de España incrementan su ritmo imparable de degradación. Sentencias judiciales verdaderamente alarmantes, porque entran en un campo político e ideológico fuera de sus atribuciones. El atrincheramiento de los pervertidores del periodismo ofendiditos encima. Desde luego ya aparecen los BancosdeEspaña de siempre recetando sus clásicas medidas para perjudicar al grueso de la sociedad. Sin osar jamás tocar a los intocables. Y políticos buscando la tajada en el caos.

Hay movimientos de militares fascistas en EEUU, Francia y Alemania como mínimo. Preocupando y ocupando en su solución a sus gobiernos. En España tenemos a quienes, con armas aún en el retiro, desean fusilar a 26 millones de españoles y escriben cartas al jefe del Estado sin que éste diga ni palabra. La causa ya está archivada incluso. Como el resto de los movimientos antidemocráticos.

El mundo se tiñe de brutalidad extrema en Colombia para reprimir las protestas sociales desde un gobierno del gusto del establismenth. Y el Israel de Netanyahu masacra a los palestinos poniendo a prueba a Biden y sus medidas porque, como todo mandatario estadounidense, ha de ponerse del lado del lobby judío. Mientras en la lucha desigual, sigue la vieja proporción por la que la vida de ocho israelís cuesta la de cien palestinos.

Todo venía avisado en el año de todas las pandemias. El coronavirus ha evidenciado las fallas del sistema hegemónico para afrontar crisis como las de la salud. Salir de esta terrible prueba exigía hacer justo lo contrario de lo que propician quienes solo buscan sus propios intereses sin importar a quienes perjudican y hasta dejan morir. Se está abandonando la apuesta por la razón.

“Nos enfrentamos a elegir entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano”, escribía Yuval Harari (autor de Sapiens) en la primera ola ya. Es peor aún, nos enfrentamos a estar gobernados por una ultraderecha fascista o tener un Estado social más justo. Quienes desde la grada de sus opiniones alquiladas al mejor postor denigran o minimizan al 15M y el renacer de la ciudadanía son parte del problema. Ya lo dijimos y la balanza está cada vez inclinada a la barbarie fascista.

El gobierno progresista ha aprobado una histórica ley del cambio climático. Le queda por afrontar los graves escollos que nos dificultan el camino en justicia y equidad, hasta en democracia. Sigue habiendo muy poco pan para tanto chorizo. Muy triste justicia para tanto sinvergüenza. Necesitamos dormir además de soñar. Encender la mente y apagar la tele es ya una medida imperiosa. Ejercer el “cogito ergo protesto”, pienso luego protesto, como decían aquellos días los italianos. Con información. Con la exigencia de lo que es justo para no seguir diciendo de este país: No creo en ti.

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