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Esclavos del like

Una joven accede a una red social desde el móvil.

Pascual Serrano

La celebrity Kim Kardashian, que alcanzó la fama como carne de reality show y cuyo trabajo actual consiste en anunciar y exponer perfumes y marcas de maquillaje, anda muy preocupada por una psoriasis. Y, como no, lo cuenta en su Instagram con fotos incluidas.

Para demasiada gente, y más entre los jóvenes, figuras como Kardashian se convierten en su referente y redes como Instagram o Facebook son el escaparte en el que exponen su vida a la aprobación de los demás. Esta gente se siente presionada para crearse una identidad pública y expansiva tal y como la tienen los famosos que ven en los medios de comunicación. Esa exposición, como ya dijo Zygmunt Bauman, sería su equivalente a la revista '¡Hola!', templo referente de culto a la celebridad. Necesitados de autoestima, y a modo de revista de celebridades para pobres, el formato de las redes se convierte en la plaza pública donde se te saluda, se te sonríe o se te aplaude como antes sucedía en una discoteca, una plaza del pueblo o un paseo por el bulevar del centro de una ciudad. Un “me gusta” ha pasado de ser un gesto de simpatía de alguien hacia ti —o a tu mensaje concreto en la red— a un signo de integración social y, posteriormente, una obsesión para muchos jóvenes necesitados desesperadamente de reconocimiento en un mundo, el virtual, en el que se sienten más desenvueltos que en el real.

El resultado, los medios nos dan ejemplo a diario, son personas esclavizadas por su perfil: subiendo fotos cada vez más espectaculares (con menos ropa, en lugares más insospechados, con selfies con compañías más envidiables), respondiendo diligentemente a los reconocimientos de los demás para mantener su fidelidad, compartiendo sus “éxitos” para seguir promoviendo su maquina de autoestima. En definitiva, personas inseguras que hacen lo imposible por no parecerlo.

El fenómeno ha provocado incluso que algunas empresas de telecomunicación iniciaran campañas dirigidas a los jóvenes y a los padres para afrontar esa “dictadura del like”, y enseñarles a quitarle importancia a las redes sociales en la vida de las personas y advertir del peligro de esa obsesión, llegando incluso a elaborar un decálogo de falsos mitos de la tiranía del like que pasan desde quitarle la importancia a una popularidad virtual, a relativizar la felicidad expuesta tras una sonrisa en un fotografía que no sabemos ni si es real, pasando por no sentirse mal si no recibes la respuesta esperada cuando cuelgas una fotografía.

Aunque muchas veces de poco sirva predicar con el ejemplo, la prueba de lo absurdo e insustancialidad de los likes es que una fotografía de un simple huevo sobre un fondo blanco, publicada el 4 de enero de 2019 por la cuenta 'world_record_egg', superó el récord de 'me gusta' en Instagram, con 27 millones de 'likes'.

La consecuencia de todo lo anterior es, que si no lo manejamos bien, nuestra vida se convierte en una exposición constante de quienes somos y de lo que hacemos, aunque tengamos que inventárnoslo para mejorar en aceptación social: esperando si hay comentarios a nuestras fotos en Instagram, comentarios a nuestros comentarios en Facebook, respuesta a nuestras preguntas y propuestas en el grupo de Whatsapp, reacciones a nuestro chiste en ese grupo, si aumenta el número de visitas a nuestro vídeo en YouTube o nuestro post en el blog, si comparten nuestra ocurrencia en Twitter. Y finalmente, como dice Enric Puig en su libro 'El Dorado. Una historia crítica de internet', “la respuesta definitiva nunca tiene lugar. En gran medida porque es un gran océano de conversaciones, en un complejo rizomático en el que todos hablan, el interés se diluye. El reconocimiento nunca llega de una manera concreta, y se transforma en pura expectación, en una larga espera”.

Lo peor es que todo el mundo quiere contar sus cosas: lo que está haciendo, compartir su chiste, exponer su foto, lucir su sonrisa y alegría, enseñar su viaje, mostrar sus amistades como trofeo. O sea, ser protagonista del '¡Hola!'. Pero solo a alguien le interesa todo eso, y es a la propia red, que se nutre y se enriquece de nuestro exhibicionismo, primero, y de la demanda y espera de reacciones, después. Haciendo caja con los anuncios publicitarios que nos muestra, con el negocio de los datos de nuestra intimidad que acumula y comercializa. Y mientras todo eso sucede, el mundo real sigue fuera, y nosotros nos lo perdemos.

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