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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Esperanza Ayuso

La expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre (c), junto a los candidatos del PP a la Comunidad de Madrid y al Ayuntamiento de la capital, Isabel Díaz-Ayuso (d) y José Luis Martínez Almeida (i), durante la convocatoria internacional para respaldar el apoyo de la UE a Venezuela y el reconocimiento a Juan Guaidó como presidente interino, en la Puerta del Sol, en Madrid.

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Isabel Díaz Ayuso va de descarada por la vida, habla con atrevimiento, insolencia y falta de respeto. Y eso le permite obtener el apoyo de algunos ciudadanos cabreados con la pandemia y sus consecuencias que no entienden, o no quieren entender, lo que la ciencia explica, y prefieren teorías psicodélicas de avezados especialistas como Miguel Bosé. Por eso, Ayuso rebaña tan bien el socarrat electoral de Vox en Madrid.

Ayuso, además del descaro, tiene otra ventaja, y es que cuando los datos le son adversos los carga en el debe del gobierno central, y cuando le son favorables los suma a su gestión. Así, siempre gana.

Esto es lo que su mentora Esperanza Aguirre parece querer explicar cuando habla de una política sin complejos. Recientemente, ha afirmado que “Ayuso sabe defender sin complejos todos los principios y valores del centro y la derecha”. Y lo sabe hacer, como no lo ha sabido el presidente del PP, Pablo Casado. Porque Casado, nos lo explica Esperanza, ha fracasado mientras que Ayuso marca el camino del futuro. 

Aguirre es certera al explicar los hitos que han jalonado ese fracaso de Casado: la expulsión de Cayetana Álvarez de Toledo, el discurso contra Santiago Abascal con motivo de la moción de censura, y la entrevista en RAC1 en la que el presidente del PP se refirió a los hechos del 1 de octubre de 2017 en Catalunya. “Esa estrategia -sentencia Esperanza Aguirre- no ha dado resultado, mientras que la estrategia de Ayuso sí da resultado”. Adiós Casado, bienvenida Esperanza Ayuso.

Aguirre fue presidenta de la comunidad de Madrid, y lo que quiere ahora es que su discípula Isabel logre la mayoría absoluta y pueda campar a sus anchas en la política madrileña y, si puede ser, derive a la nacional.

Ella es noticia estos días tanto por su apoyo a Ayuso y su reconvención de Casado, como por ese pequeño detalle del cuadro de Goya de su familia, que no pasó por los controles oficiales y fue vendido, como informaba este diario, al empresario de la construcción Juan Miguel Villar Mir, ex ministro del presidente franquista Arias Navarro, por más de cinco millones de euros embolsados a tocateja.

Es lo que tiene este tipo de derecha, siempre la razón de su mano, sobre todo con el dinero, que es la esencia de su política. Ella fue ministra de Cultura y presidenta de la Comunidad de Madrid, además de cocinera de muchas salsas políticas, pero el cuadro de Goya no lo consideraba un bien cultural, simplemente un bien para hacer caja, de la forma más opaca posible. En la oscuridad.

Pero Aguirre, para otras cosas, es diáfana. Por ejemplo, sabe lo que quiere hacer este gobierno de coalición: “Cambiar a los jueces, para que cuando cambien las leyes que estén en el límite de la constitucionalidad, si cambian a los jueces  todas serán constitucionales, y así ganar todas las elecciones seguidas en todas  las convocatorias. Es un gobierno que quiere ir más allá y desbordar la Constitución”. 

Lo ha dado a conocer esta semana en una entrevista en la Cope, en la que, por cierto, al entrevistador se le olvidó preguntarle por el cuadro de Goya, minucias de cinco millones de euros. Allí, Aguirre informaba de que “eso es lo que ha dicho el filósofo que a ellos les dirige, que se llama Laclau, que es lo que tienen que hacer”. Aguirre se refería a Ernesto Laclau, filósofo argentino ya fallecido. 

Pero Laclau, el filósofo que Aguirre dice marca las líneas del Gobierno, también explicó que “el populismo puede ser de izquierda o de derecha, no tiene un contenido ideológico determinado. El populismo es más bien una forma de la política que un contenido ideológico de la política”. Y esto suena a Ayuso, es lo que Esperanza Aguirre llama “dar la batalla cultural sin complejos a la izquierda”.

Esperanza Aguirre quiere que Ayuso se convierta en la nueva Esperanza de la derecha, más allá de Casado. Y en ese camino es necesario no tener complejos, vamos, ser descarada. Precisamente, el filósofo que mencionaba Aguirre como “el que dirige” a la izquierda, Laclau, dejó escrito algo que le puede sonar tanto a ella como a su discípula Ayuso: “El populismo emerge asociando entre sí estas tres dimensiones: la equivalencia entre las demandas insatisfechas, la cristalización de todas ellas en torno de ciertos símbolos comunes y la emergencia de un líder cuya palabra encarna este proceso de identificación popular”. Ahí han andado listos.

Es evidente que han aprendido la lección. Caminan sin complejos, como dijo Donald Trump que podía hacerlo por la Quinta Avenida pistola en mano disparando a la gente. “Me seguirán votando”, decía. Saben que hagan lo que hagan van a votarles. “Vamos a ganar sí o sí”, es un mantra repetido en los círculos de Ayuso.

Aunque Esperanza, en la misma intervención áulica de esta semana, dejó también un mensaje a navegantes: “No hay que vender la piel del oso, antes de matarlo”. La derecha siempre ha sido de caza mayor, sus palacios y mansiones están repletos de cabezas y cornamentas, de animales acorralados y abatidos en cotos de caza privilegiados. Y aunque tiene mucho de su nombre, Esperanza, recuerda que fue presidenta gracias al sucio sistema del tamayazo, y que en política es mejor ser precavido porque los vivas a Ayuso de hoy de hosteleros convertidos en propagandistas pueden tornarse en ayes en la noche electoral, a poco que los exabruptos guerracivilistas de Vox asusten hasta a la pensionista del cartel y el compromiso de unión del bloque de izquierda anime a la participación en un día laborable.

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