Esta estabilidad no, la otra
La aprobación de los primeros presupuestos del Gobierno de coalición viene con un pan bajo el brazo. Han pasado con una mayoría superior en votos y socios a aquella que posibilitó la investidura de Pedro Sánchez. Y no acaban ahí las buenas noticias, algunos de los hipotéticos socios que ahora se inclinarán por el 'no' o la abstención ante las cuentas de 2021 se mantienen plenamente disponibles para llegar a acuerdos a lo largo de la legislatura.
El Gobierno dispone de mayoría absoluta en un Parlamento donde las viejas primacías absolutas de partido único parecen un escenario que tardará unos cuantos años en volver. Una mayoría que, además, puede armar sobre diferentes combinaciones posibles para sacar adelante sus proyectos legislativos. Nadie puede subir a la tribuna del Congreso para decir que la legislatura durará lo que diga él, con la excepción del único que tiene la prerrogativa constitucional de disolver las cámaras y convocar elecciones en sus manos: el presidente.
Tenemos las cuentas aseguradas y tenemos un ejecutivo estable, apoyado sobre una mayoría más que suficiente; los dos requisitos que se listaban indispensables para alcanzar aquello que también se nos aseguraba debía constituir la primera y gran prioridad: la estabilidad. Pero como poco dura la alegría en casa del pobre, ahora que se ha consolidado aquella ansiada y demandada estabilidad, a muchos entre quienes la reclamaban –vaya por Dios– no les gusta y no les vale.
Lo que antes resultaba ineludible y deseable, sumar con holgura más de 175 votos en el Congreso, ahora se ha convertido en una amenaza para todo: para la independencia de la Justicia, para el castellano, para los bolsillos de los madrileños, para la unidad de España… Piense en lo que quiera, no lo dude, estará amenazado por la mayoría que gobierna. Se desmorona la famosa tesis del “gobierno Frankenstein” que se autodestruiría solo en cuestión de meses, incapaz de gobernar porque sus partes quieren cosas opuestas y contradictorias. Le sustituye la pavorosa conspiración de un “gobierno Soviet”, inspirado por un plan tan malvado como perfecto, donde nada es dejado al azar para asegurar el gran objetivo final: una España bajo un mandato comunista y disgregada a la vez, donde no se pueda emprender, ni hablar castellano, ni ser hombre en paz, ni ser mujer como Dios manda, ni ir a los toros, ni salir de caza o ni siquiera celebrar la navidad.
La confirmación de que el desarticulado Frankenstein sabe andar solo y un Gobierno de izquierdas gestionará los presupuestos más expansivos de nuestra historia reciente, sin mayores problemas que aquellos que el propio gabinete pueda crearse con su acreditada capacidad para dispararse tiros en los pies, inspira y explica la exuberancia de melodrama venezolano que exhibe la oposición y los pronunciamientos zarzueleros que resuenan estos últimos días, llamando al ejército y a un Rey que se deja arrastrar por semejante lodazal guardando un silencio tan temerario como temeroso.
Esta estabilidad no, proclaman; exigimos la otra, la nuestra. En un minuto que le deje libre su angustia ante el dramático riesgo de desaparición del castellano en España, la Real Academia de la Lengua va a tener que añadir una nueva acepción al término “estabilidad”: figurará como otra forma de decir que únicamente me vale que gobiernen los míos y para hacer mis políticas; como la democracia, que a muchos solo les vale cuando gobiernan los suyos porque, si ganan o gobiernan los otros, o hubo fraude o es una dictadura.
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