La estrategia de la tensión
Vienen meses duros para la política española. En especial para el Gobierno. Que deberá soportar una presión de la derecha que puede ser muy fuerte. Excediendo incluso lo que hasta ahora han sido los límites de la contestación. Y todo porque Pedro Sánchez ha hecho lo único que podía hacer a la vista de los resultados de las elecciones generales de julio: ahormar un pacto con todos aquellos partidos que no querían que la derecha gobernara y que, en conjunto, obtuvieron más escaños que la suma de los del PP y de Vox.
Esos acuerdos son habituales en Europa. Pero aquí, a los ojos de muchos, parecen un sacrilegio. Primero, porque la condición sine qua non para que tengan lugar es que se conceda una amnistía a los procesados y condenados por la revuelta catalana de 2017. Algo que la derecha considera intolerable porque fueron sus dirigentes y sus poderes fácticos los que propiciaron esas sanciones terribles que relevantes exponentes políticos y judiciales europeos consideran “desproporcionadas” y que el día que el asunto se vea en los tribunales de la Unión Europea podrían incluso terminar en algo parecido a la anulación de las penas.
El rechazo a la amnistía no es sólo la confirmación de que la derecha mantiene sin haber variado un ápice la intolerancia hacia cualquier aspiración del nacionalismo catalán -que fue una de las causas de la radicalización independista previa a 2017-, sino también la defensa a ultranza de lo que entonces hicieron Mariano Rajoy y los jueces. Si esas posiciones dejan de tener sentido, que es lo que podría y debería ocurrir si la amnistía y el gobierno de coalición se asientan en la práctica, el PP se quedaría en una especie de limbo político en el que se vería obligado a reconstruir su propuesta política, prácticamente de arriba abajo.
De ahí la beligerancia extrema del Partido Popular que se observa en estos momentos y que seguramente se mantendrá en el horizonte político inmediato. Vox está poniendo todo de su parte para que esto ocurra y siga ocurriendo. Y su radicalismo creciente, por ahora sólo verbal, es una justificación de su existencia, en cierta medida puesta en cuestión por sus malos resultados electorales, por su creciente pérdida de perfil propio y por sus problemas internos. Vox se juega mucho en esta batalla y, por el momento, no se puede decir que le esté yendo mal. Las 100.000 personas que acudieron a su llamamiento en Madrid hace diez días son prueba de ello. El nuevo protagonismo de los partidarios de Vox en los ambientes de derechas, tras meses de relativo apagamiento, indica eso mismo.
Aunque sólo sea por no quedarse atrás, el PP va a golpear contra la izquierda y los nacionalistas con toda la fuerza de la que sea capaz. Sus medios adictos no se van a quedar atrás en ese empeño. Con lo cual el gobierno de coalición y el propio Pedro Sánchez lo van a tener difícil desde el primer momento.
Pero esa crispación, a veces insoportable para un observador moderado, ¿puede ir más allá? No son pocos los que se han hecho esa pregunta, u otras similares, en estos últimos tiempos. Dicho de otra manera: ¿existe el riesgo de un golpe involucionista en la España de 2023?
La impresión de los que saben -y hay unos cuantos especialistas que siguen la cuestión día tras día, especialmente en el Gobierno- es que no. Que las fuerzas armadas de nuestros días han sufrido reformas internas lo suficientemente profundas, especialmente de tipo organizativo, como para que las posibilidades de una intervención golpista en la escena política queden sustancialmente descartadas.
No es que nuestros militares se hayan hecho de izquierdas, aunque alguno sí de centro, o simpatizantes de los nacionalismos periféricos. Es que la posibilidad de actuaciones autónomas por parte de las fuerzas armadas se ha ido reduciendo paulatinamente en las últimas décadas. Y que Margarita Robles vigila con particular atención cualquier movimiento en ese terreno. La situación en el seno de las fuerzas de seguridad interior podría no ser exactamente la misma.
En los años setenta y ochenta del siglo pasado, la terrorífica dinámica política italiana llevó a crear el concepto de “estrategia de la tensión”. Una vasta confabulación de terrorismo de ultraderecha, sectores de las fuerzas armadas, importantes empresarios y servicios secretos, con el apoyo y la inspiración de Estados Unidos, propiciaron un clima de violencia y de tensión política insostenible con el fin de que el entonces poderoso Partido Comunista Italiano no accediera al poder en coalición con el otro gran partido transalpino, la Democracia Cristiana. Esa batalla duró una década y, al final, los golpistas no la ganaron. Pero hubo momentos en que parecieron a punto de hacerlo.
El término vuelve a la mente escuchando estos días a José María Aznar, a Santiago Abascal e incluso a Alberto Núñez Feijóo. Pero eso es fruto de los nervios del momento. Cuando está a punto de votarse la investidura de Pedro Sánchez que a la derecha le parece una ignominia y de aprobarse una amnistía que para esa derecha es poco menos que una traición a la patria. Pero más allá de las salidas de tono y de la enfermiza actuación de los medios conservadores, las cosas aquí están bastante bien atadas como para temer sustos de un cierto calibre. Pueden pasar cosas desagradables, pero los problemas no van a ir a más.
35