El eterno retorno del espíritu de la transición
A dos meses de celebrar el aniversario de la reforma constitucional exprés pactada por PSOE y PP el verano pasado, estos partidos acaban de hacerle su primer regalo de cumpleaños: la ratificación por el Parlamento español con sus votos --más los de CiU, PNV, UPyD y UPN-- del Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria, conocido como el pacto fiscal europeo. Un tratado que consolida el camino trazado por el nuevo artículo 135 de la Constitución: una cesión de soberanía y un cambio en los principios básicos del régimen constitucional sin respetar los cauces establecidos para una reforma de tal calado; en concreto, sin preguntar a la ciudadanía al respecto.
Es de esperar que a este acuerdo entre los partidos políticos mayoritarios le sigan otros similares en su filosofía y contenidos. Se trata de la primera escenificación, pero no la última, de la etapa de consensos que previsiblemente se nos viene encima.
Poderosos medios de comunicación, con el diario El País a la cabeza, llevan tiempo dedicando sus esfuerzos a generar un ambiente proclive a pactos de Estado, gobiernos de unidad o consensos entre los dos grandes partidos sobre las medidas a adoptar para la salida de la crisis. more
A este llamamiento se han sumado con entusiasmo exministros de uno y otro bando y --cómo no-- políticos (de derechas) disfrazados de tecnócratas. Incluso el secretario general del PSOE, Pérez Rubalcaba, parece perseguir al presidente del Gobierno en busca del deseado consenso, al tiempo que dirigentes socialistas de su entorno, como el lehendakari Patxi López, no dudan en apoyarle y reclamar un “pacto de país” con el PP.
Asistimos, una vez más, al eterno retorno del espíritu de la transición. Si entonces fue el pacto de la transición el que permitió una salida pacífica y ejemplar de la dictadura, conduciendo a la Constitución de 1978 y a una época de prosperidad y democracia jamás conocida por estos lares, hoy es ese espíritu de consenso el único que puede salvar al país de la crisis económica e institucional en que se halla sumido.
No es la primera vez que se hace. Suele recurrirse a la transición --elevada a la categoría de mito-- cuando se pretende acordar políticas de Estado, entendiendo por tales aquellas que garantizan el statu quo frente a cualquier tentación de ir más allá de lo fijado por los estrechos márgenes constitucionales. Ahora, la llamada al espíritu de la transición se hace por quienes buscan una “foto de consenso” que garantice que las políticas a adoptar no van a salirse de los márgenes fijados por la troika (Comisión Europea, BCE y FMI) y que, a su vez, estigmatice a quienes sostengan posiciones contrarias. Si se hizo entonces, por qué no ahora de nuevo.
Antes de seguir adelante, conviene recordar a los apologetas de la transición que no fue tan pacífica ni modélica como el discurso oficial proclama. Difícilmente puede calificarse como tal un proceso político que olvidó a las víctimas de la dictadura franquista; que se desarrolló con un alto índice de violencia política en las calles dirigido, alentado o tolerado por autoridades del Estado a los efectos de amedrentar a la ciudadanía en sus demandas de profundización democrática, libertades y derechos; y que consolidó una democracia de baja intensidad, cuyos déficits en materia de participación, transparencia y control del poder político se muestran hoy con mayor crudeza que nunca.
Por otro lado, la búsqueda de pactos y acuerdos es un legítimo instrumento político, al que en teoría nada cabe objetar. Salvo que la apelación al “sacrosanto” consenso conlleve el intento de desacreditar políticamente a sus opositores. Así ha sucedido en la reciente experiencia constitucional en lo relativo a cuestiones de política económica, fiscal o social y de política internacional; cuestiones, por cierto, frecuentemente interrelacionadas.
Aquellas fuerzas políticas de izquierda que en los años ochenta abogaban por que España no entrara en la OTAN o que a comienzos del siglo XXI rechazaban la ratificación del tratado de la Constitución europea tuvieron que enfrentarse, más que a refutar las razones esgrimidas, a descalificaciones y cuestiones ajenas a la cuestión objeto de debate. Es común calificar a quienes no comulgan con estos pactos como “estrambóticos”, “ajenos a la realidad” o, simplemente, carentes de “sentido de Estado”. Ello ha impedido que se generaran auténticos y sosegados debates de fondo sobre todos estos temas, al contrario de lo que sí ha sucedido en otros países de nuestro entorno.
Además, la opción por el consenso es políticamente conservadora. El bipartidismo reinante en el sistema español convierte al resto de las opciones políticas en meras espectadoras del proceso consensual. La experiencia de estos años de pactos y consensos muestra que, normalmente, en ellos triunfan los conservadores. Sin ir más lejos, recuérdese que el nombramiento de Dívar como presidente del CGPJ también fue un ejercicio de ese talante conciliador del que tanto le gustaba presumir al anterior presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero.
El éxito de las posiciones conservadoras radica en que ejercen un derecho de veto frente a las propuestas que exceden lo que para ellos es admisible o digno de pacto. Es claro que estas últimas se van a quedar fuera de juego, como ha sucedido siempre que se han abordado cuestiones tan relevantes como la forma de Estado, la configuración territorial del Estado español, las relaciones internacionales, la legislación electoral, el rol de la Iglesia católica o el modelo educativo; cuestiones, todas ellas, para las que se invoca el tan traído y llevado consenso.
A ello se suma que cuanto más se consolida un determinado pacto, más se tiende a mitificar y naturalizar lo decidido en él, impidiendo así la futura entrada en el debate a sujetos que no concurrieron a la formación del viejo consenso. Como sucederá, sin duda alguna, respecto de quienes osen discrepar en las recetas oficiales contra la crisis, a los que se acusará de antipatriotas --como se hizo en el pasado-- o de antieuropeos, que está más de moda.
Estos días Rajoy participa en la cumbre europea con todos los parabienes del líder de la oposición. Quizá sea el comienzo de una hermosa amistad entre ellos. Pero al resto, ¡qué larga travesía del desierto nos espera!