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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

¿Y si pasara todo esto? Los riesgos del 26J

Rafael Escudero

Ante el fracaso de la legislatura que acaba de cerrarse de forma anticipada, la celebración de nuevas elecciones generales el 26J parece haber generado expectativas en buena parte de la ciudadanía sobre la posibilidad real de un profundo cambio político. No obstante, también supone una nueva oportunidad para mantener el statu quo típico del régimen consagrado por la Constitución de 1978 y su particular sistema electoral. A tenor de lo que señalan las encuestas -sancta sanctorum de la denominada “nueva política”-, no parece muy lejana la posibilidad de que el bipartidismo y sus integrantes, juntos o por separado, resulten victoriosos de la próxima contienda electoral. Dado que todo es susceptible de empeorar, imaginemos por un momento que las nuevas elecciones (no la segunda vuelta, como erróneamente se dice) traen consigo el siguiente escenario:

1. Aumento de la abstención con respecto a las elecciones del pasado 20D.

Sin duda, este dato resultaría profundamente descorazonador. Después de años y años pidiendo la institucionalización de mecanismos que posibiliten una mayor implicación de la ciudadanía en la toma de decisiones sobre cuestiones que afectan a lo público, un repliegue en la participación supondría un jarro de agua fría para quienes apostamos por la democracia participativa.

En cualquier caso, si el descenso en la participación fuera significativo, vendría a probar la existencia de una cierta “saturación electoral” derivada de un supuesto fracaso de los actores políticos a la hora de resolver una cuestión conflictiva como fue la incapacidad para formar gobierno tras las pasadas elecciones. Puede que este argumento pese en la mente de muchos electores, dado que efectivamente nos encontramos ante una situación inédita en el régimen del 78. Un régimen diseñado desde, para y por la gobernabilidad y que, sin embargo, ahora se muestra incapaz de garantizarla. No es extraño entonces que desde sus entrañas se eche la culpa de las nuevas elecciones a los líderes de los partidos y a sus respectivas estrategias post-20D. Y si este argumento cala con fuerza en el electorado, el resultado final podría ser el que se esboza en el siguiente punto.

2. Victoria electoral del PP, que le permitiría formar gobierno en solitario o con apoyos parlamentarios no muy exigentes.

Una baja participación supondría un casi seguro gobierno del PP y la profundización en las políticas neoliberales y autoritarias que hemos sufrido durante los últimos tiempos. Además, supondría un triunfo para el mainstream del régimen del 78, dado que habría demostrado que está lejos de ser superado (o “sorpassado”, como se dice ahora). Y si la victoria del PP no fuera tan holgada que para gobernar necesitase el concurso de Ciudadanos, pues mejor para los del 78, pues habrían demostrado que son capaces de reproducirse a través de nuevos actores políticos que sigan garantizando sus postulados básicos. Sería una especie de “victoria histórica” de los hijos y nietos de la Transición frente a sus descarriados parientes. No solo es que lo viejo no termine de marcharse, sino que es capaz de mudar en nuevas formas que mantengan su esencia. En cualquier caso, y por si la opción de Ciudadanos al final no fuese tan de fiar, siempre quedaría el tercer punto.

3. Debacle del PSOE, con un resultado electoral todavía peor que el cosechado el 20D.

Algunas encuestas así lo vaticinan, lo que podría explicarse por el hecho de que el electorado valorara negativamente los esfuerzos postelectorales de Pedro Sánchez por aferrarse a un pacto con Ciudadanos difícilmente explicable en clave de izquierdas. Si así fuera, significaría que por fin buena parte del electorado históricamente fiel al PSOE se habría decidido a castigar en las urnas esa conga “izquierda-derecha” a cuyo baile este partido es tan aficionado desde hace ya demasiados años.

Esta debacle colocaría al PSOE en una difícil tesitura: o bien apoyar un gobierno “constitucionalista” (palabra de moda para referirse al bloque del 78) liderado por el PP, lo cual tendría serias consecuencias para una futura reconstrucción de su perfil de izquierdas; o bien apoyar un gobierno de cambio liderado por Podemos, lo cual supondría eclipsarse y diluirse entre los intersticios de ese gobierno. O quién sabe si, quizá, sería este el momento perfecto de Pedro Sánchez para recordarle a Pablo Iglesias aquello de “la sonrisa del destino” y cerrarle el paso al gobierno.

En todo caso, para tan siquiera poder plantearse un dilema de este tipo, deberían salir las cuentas. Y el PSOE se libraría de tal tesitura si estas no salieran, es decir, si se produjera el siguiente resultado.

4. Podemos no suma lo suficiente para convertirse en fuerza mayoritaria capaz de hilvanar un gobierno.

La confluencia con Izquierda Unida-Unidad Popular nace y se concibe como un potente instrumento para ganar terreno en estas elecciones. Sus defensores alegan que la suma permitirá obtener mejores resultados que los alcanzados por cada fuerza por separado en el 20D. Además de sortear algunas de las “trampas” del sistema electoral del 78, la confluencia generaría un efecto de ilusión que convertiría la mera suma en una potente multiplicación en términos electorales. Si así sucedió con la llegada de las mareas a las listas de Podemos el 20D, hay motivos para pensar que lo mismo sucederá el 26J con la inclusión de miembros de IU-UP y la conformación de una coalición electoral entre todas estas fuerzas.

Pero ¿y si no fuera así?, ¿y si fueran ciertas las advertencias lanzadas desde los partidarios de la tesis de la transversalidad y la búsqueda de la centralidad del tablero como mejores armas electorales que los eslóganes tradicionales de la izquierda? En efecto, puede que buena parte de la (hasta la fecha exitosa) estrategia electoral de Podemos se viniera abajo si muchos de sus votantes vieran aparecer en el programa consignas propias de la izquierda “radical”: la reivindicación de la República como forma de Estado, la paulatina supresión de la escuela concertada o la defensa de un proceso constituyente superador del marco del 78, por citar algunos ejemplos. Si los partidarios de la “hipótesis populista” tienen razón y su tesis se demostrara en las urnas el 26J, la coalición con IU-UP habría supuesto un fracaso en términos electorales y habría impedido un gobierno liderado por Podemos. Además, habría dejado una víctima colateral, como se advierte a continuación.

5. IU-UP pierde su capital político ganado tras el 20D.

Una de las pocas cosas valoradas como positivas que ha traído esta corta legislatura ha sido la capacidad de hacer política de los dos diputados de IU-UP, Alberto Garzón y Sol Sánchez. Su decidida actuación a la hora de promover un foro desde el que construir un hipotético gobierno de izquierdas ha hecho que cambie la visión que se tenía de esta fuerza política. De ser un sujeto casi residual a convertirse en un espacio muy a tener en cuenta de cara al futuro. De ahí las expectativas positivas que ha levantado esta nueva cita electoral para IU-UP y el consiguiente cambio de actitud de Podemos con relación a la coalición.

Pero, en caso de que la confluencia con Podemos no diera el resultado esperado, el proyecto de refundación de Izquierda Unida quedaría tocado del ala. No faltará tiempo para que se personen de inmediato los viejos fantasmas, quienes han llevado a esta formación al desastre en términos electorales y políticos, y reclamen de nuevo su lugar en el mundo. Sería un golpe demasiado duro como para recuperarse de él tan fácilmente.

Por supuesto, el dramático escenario compuesto por estos cinco puntos no es inexorable. Puede evitarse, aunque para ello tendrían que cambiar los factores. Y hasta la fecha el único factor nuevo con relación al 20D es la coalición entre Podemos-IU/UP. La coalición podría funcionar como una herramienta para provocar ilusión. Pero para ello no basta con el voluntarismo, ni representarla como una suerte de pócima mágica con efectos sobrenaturales. Solo funcionará si se concibe, diseña y ejecuta bien. Y esto implica abandonar viejos vicios y prácticas que todavía hoy se atisban en el horizonte.

Citaré tan solo un ejemplo; uno, pero importante. La insistencia en hablar de repartir posiciones en las listas (reservando cuotas o blindando nombres) es garantía de fracaso. Por supuesto que habrá que colocar personas en las listas, pero, por favor, hágase pensando en el objetivo final (confluir para ilusionar) y no en acaparar espacios de poder. Y, si hay dudas, que abran las ventanas, miren hacia afuera y busquen a las personas que, antes de pertenecer a tal o cual partido, representan cabalmente el espíritu y sentido de la confluencia. Una buena confección de las listas electorales es el mejor termómetro para comprobar la salud de la coalición y su capacidad para presentarse ante el electorado como ese factor distinto y distintivo de ilusión que tanto necesitamos.

En su 18 Brumario Marx afirmó que los hechos relevantes de la historia aparecen dos veces: primero como tragedia y después como farsa. En las manos y mentes de quienes estos días tejen la confluencia está que en esta ocasión la segunda no se produzca.

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