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Los fetichistas que ahogan a Yolanda Díaz

Archivo - Pablo Iglesias, cuando era vicepresidente del Gobierno, con Yolanda Díaz e Ione Belarra
11 de junio de 2022 21:25 h

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Yolanda Díaz tiene más enemigos en su propio espacio político que en aquel que aspira a desgastar. Todos esperaban que fuera el PSOE el que, viendo en la ministra de Trabajo una rival poderosa, usara todos sus artificios para desgastarla, pero la izquierda nunca decepciona y ha decidido que el mayor enemigo del proyecto de Yolanda Díaz esté en su propia casa. Resulta paradójica la existencia de una izquierda fetiche que quiera ahorcar a Yolanda Díaz con los acuerdos que ellos mismos firmaron. No fue ella la que firmó una coalición en la que no se cuestionaba el papel de España en la OTAN, ni se ponía en solfa el papel de Pedro Sánchez en política exterior. Cedieron y se sometieron. Fue su decisión. Por eso Podemos siempre habló de respetar los acuerdos que España tenía en la OTAN y se ponía de perfil en la cuestión del Sáhara cuando Pablo Iglesias era el vicepresidente. Porque consideraba que existían cuestiones accesorias que convenía no disputar a cambio de centrarse en una política reformista basada en la consecución de derechos.

Estos días en Podemos han usado la polémica ficticia de la cumbre de la OTAN para presentarse como antagonistas de Yolanda Díaz. Podemos no quiere a ir a la cumbre –tampoco les han invitado– para poner en un brete la posición de la que ahora es la vicepresidenta del Gobierno y no tiene demasiado margen para elegir qué hacer en caso de asistir a una cumbre de una organización de la que su gobierno forma parte. Esa era también la posición de Podemos cuando el vicepresidente era Pablo Iglesias, ya que siempre defendieron que los acuerdos con la OTAN del gobierno tendrían que respetarse y avanzar en una posición de defensa integral europea. La paradoja a la que nos enfrentamos es que el proyecto que encarna Yolanda Díaz defiende lo que siempre defendió e hizo Podemos. Al menos, hasta que Pablo Iglesias salió del Gobierno y dejó de callarse lo que se había callado mientras tenía un cargo para comenzar a echar en cara a la vicepresidenta lo mismo que él hacía. 

Yolanda Díaz se ha creado un capital político poniendo en el centro los avances materiales. Su plataforma Sumar está focalizada en las consecuciones de derechos, en los logros sociales y en el progreso con una agenda reformista basada en los derechos laborales, el feminismo y la lucha contra el cambio climático. Sumar no es más que aquello para lo que nació Podemos adaptándose a las nuevas realidades y aceptando el cambio de paradigma. El único problema es que no lidera como otros quisieran y no acepta tutelas, así que se tiene que enfrentar a una parte de la izquierda que usa fetiches identitarios para ponerle palos en las ruedas y aparecer ante la opinión pública del electorado de izquierdas como un garante de las esencias ante las traiciones de Yolanda Díaz. Ponerse de perfil, lo llaman. De eso han acusado a Yolanda Díaz y a Alberto Garzón desde el brazo mediático de Podemos. La misma izquierda que hace no mucho acusaba a Izquierda Unida de enrocarse en unas siglas y no aceptar trascenderlas para lograr encauzar a una mayoría social que las consideraba obsoletas. 

No lo entenderé. Pocos lo entenderán. En un momento de avance reaccionario, cuando la extrema derecha gana posiciones y amenaza con desmontar lo poco que se ha logrado en estos años de gobierno progresista, toca cerrar filas. Pero en lugar de eso, son los celos, las envidias y las facturas pendientes las que se han colocado como prioridad para el círculo de poder de Podemos, el que aún está en el gobierno y el que quiere manejar los hilos desde fuera. El objetivo común no es sumar colectivamente, sino desgastar a Yolanda Díaz con polémicas estériles y haciéndola aparecer ante buena parte de su electorado como una traidora que no continúa con su política cainita de enfrentamiento frontal contra todo aquel que haya causado quebranto en el pasado al exvicepresidente. Yolanda Díaz no cree que Íñigo Errejón sea su enemigo, nadie debería creerlo a la hora de construir un espacio amplio, como tampoco tendría que serlo Pablo Iglesias. Porque ninguno lo es. Pero no es posible pensar en dinámicas de entendimiento y suma cuando existen heridas y egos tan soberbios incapaces de pensar en colectivo porque asumen que es tiempo de recesión y es momento de replegarse, cavar trincheras y salir indemnes de la carnicería capitalizando agravios para el momento en el que toque avanzar. 

La izquierda fetichista ama unas siglas, no unas ideas, mitifica un logo, no unos valores, adora a un líder, no un programa. Por eso cualquier cambio que afecte al nombre, el color, la forma o el liderazgo lo considera una afrenta personal que provocará que todos aquellos señalados por no sentir una adhesión inquebrantable al proyecto partidista sean despeñados, despreciados e insultados. Los partidos son una herramienta, era una de las máximas fundamentales del Podemos primigenio que tanto hizo por encauzar el malestar del 15M y agitó la política hasta cambiarnos a todos los que lo vivimos en el centro. Por eso cuesta reconocerlos haciendo de unas siglas gastadas un talismán intocable. 

La realidad no es halagüeña. Nada sería más positivo para la izquierda que su estado fuera otro más responsable que pensara en lo común antes que en el ego. Si tienen dudas que miren las imágenes de las trabajadoras del hogar celebrando la consecución de sus derechos. No tengo demasiadas esperanzas, pero no dejaré de insistir en la necesidad de que Pablo Iglesias, Yolanda Díaz, Íñigo Errejón, Teresa Rodríguez y cualquier persona con valor y potencial para sumar dejen a un lado las diferencias para unirse en un frente común. Yolanda Díaz lo ha entendido, no piensa en relatos con los que bunkerizarse, sino en un proyecto político ambicioso que ayude a construir un dique contra la extrema derecha basado en la ilusión, el progreso y los derechos, con alegría. Aún hay tiempo de ser un ladrillo más de ese muro y no enterrar un bonito legado. 

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