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De física cuántica ni hablamos

El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau

Jose A. Pérez Ledo

De la noche a la mañana, gran parte de mis amigos científicos quieren ser canadienses. La culpa la tiene Justin Trudeau, primer ministro de Canadá. Y Rajoy, claro.

Hace unos días Trudeau estaba de visita en un instituto de física teórica de Ontario cuando un periodista le preguntó, de broma, cómo andaba en computación cuántica. Si estaba preparado o no nunca lo sabremos, pero el hecho es que el primer ministro sabía lo suficiente y se lo demostró. En menos de un minuto, Trudeau resumió el funcionamiento básico de la computación clásica y señaló que la dualidad onda partícula abre nuevos horizontes, hasta hace poco inconcebibles, para el almacenamiento y tratamiento de la información. Aplausos de la concurrencia.

En España las cosas funcionan de otro modo. No la física, eso funciona igual (incluso la cuántica, según tengo entendido). La política, sin embargo, presenta algunas variaciones notables con respecto al modelo canadiense. Por ejemplo: aquí nuestro presidente llegó al cargo tras poner en cuestión el cambio climático porque algo le había comentado un primo suyo. Fue una declaración grave y, en un país más o menos sensato, habría bastado para, como mínimo, colgarle el cartel de negacionista.

Claro que eso hubiese sido injusto porque, en el fondo, no parece haber una verdadera intencionalidad en los arrebatos anticientíficos de nuestro presidente; solo pura y simple ignorancia. El episodio más demencial en este sentido tuvo lugar en septiembre de 2015, cuando Rajoy clamó, ante un grupo de simpatizantes, que “nadie sabe” por qué llueve. Aplausos de la concurrencia.

De física cuántica, por tanto, ni hablamos.

Es obvio que Rajoy desconoce buena parte del temario de secundaria, pero eso, al parecer, no supone un problema en términos electorales. No mientras, de cuando en cuando, mencione a un escritor del Siglo de Oro, escudándose en el conocido mantra “yo es que soy de letras”. Como si eso fuese una justificación. Como si haber leído las obras completas de Góngora o saberse de memoria el Romancero gitano le privase a uno irremediablemente de comprender por qué luce el sol o cómo funciona un GPS.

No es una cuestión menor. Presidir un país desarrollado en 2016 supone, entre otras muchas cosas, diseñar un modelo productivo que garantice la máxima competitividad posible para hoy y, sobre todo, para mañana. Eso pasa por una apuesta decidida a favor de la ciencia, la tecnología y la innovación. Pero ¿cómo va a apostar por algo así un tipo que ni siquiera sabe por qué demonios cae agua del cielo? ¿Cómo va Rajoy a apoyar la tecnología limpia si hace cuatro días negaba en público el cambio climático?

En realidad, no es extraño que el PP haya desmantelado buena parte de nuestro sistema científico tecnológico en los últimos años. Lo extraño es que no haya metido a todos los científicos en un gulag por antipatriotas y por jugar a ser Dios con el dinero de los españoles.

Justin Trudeau, por cierto, también es de letras.

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