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El futuro, pero ¿qué futuro?

Brazo robótico adquirido por el Centro Princesa Máxima de Utrecht, especializado en oncología pediátrica.

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“Mi vida es oscura, los días son grises”, me pareció oír en la música que sonaba en el móvil del chaval con el que me crucé esta mañana. Iba hacia el colegio con la capucha puesta y tras su mascarilla se entreveía una cara desvaída y ya cansada. En estos tiempos confusos e inquietantes me pregunto qué esperará este joven y otros del futuro.

Cuando se oye a figuras públicas hablar de “no dejar a nadie atrás”, además de pensar en el presente, en los que vivimos o malvivimos ahora, es necesario pensar en el futuro, en los que sin duda vendrán y a los que tendremos que dar explicaciones. Existe una responsabilidad colectiva de hacer posible que las vidas futuras sean también dignas. Los jóvenes ya nos llamaron la atención con el cambio climático, sin embargo parece que no les hacemos mucho caso. Ni en eso, ni en otras muchas cosas. Y ellos también cuentan.

Los jóvenes y no tan jóvenes nos vamos a ver en un espacio de tiempo muy corto afectados por la robotización, el desarrollo de la inteligencia artificial y el progreso de los algoritmos. Ya no hablaremos del “internet de las cosas” sino del “internet de todo”. Sin embargo no existe un verdadero derecho de acceso universal a internet dotado de las garantías necesarias para el usuario.

Este es un gran reto para la sociedad en su conjunto, pero también especialmente para el sistema educativo. El joven que vi esta mañana trabajará codo con codo con algún tipo de robot. ¿Qué tipos de tareas realizarán uno y otro? Los robots han dejado de realizar trabajos pesados y repetitivos y se está desarrollando su capacidad para aprender de la experiencia y tomar decisiones casi de forma independiente, por lo que cada vez más van a interactuar con su entorno y van a poder modificarlo. Y su entorno también será el nuestro. ¿Tendrá este joven capacidades digitales básicas que le permitan tener un trabajo decente? ¿Qué competencias digitales se están enseñando en nuestras escuelas? ¿Son nuestros sistemas de formación flexibles como para garantizar el desarrollo de capacidades que se ajusten a las necesidades de una economía que claramente va a cambiar por la cada vez mayor utilización de robots? Y algunos aturdidos e incomodados por la lengua vehicular de la escuela… que quizá debiera ser el Java.

Y los que ya no vamos a las escuelas ¿cómo nos adaptaremos al mercado laboral? ¿Cómo vamos a afrontar la deslocalización y la pérdida de puestos de trabajo debida a la utilización de robots e inteligencia artificial? Una respuesta, ya vieja, es la del aprendizaje a lo largo de toda la vida, pero este esfuerzo ¿lo deberemos pagar los trabajadores o lo deberían costear los empleadores? ¿Cómo serán los modelos de empleo? ¿Será el trabajo más seguro por la utilización de robots o por el contrario se hará más peligroso por la necesaria interacción con ellos?

¿Deberemos tener varios empleos para poder alcanzar un sueldo que cubra nuestras necesidades? O a la inversa: ¿podremos trabajar menos tiempo liberados por el trabajo que realicen los robots? Ya se están planteando jornadas de 32 horas semanales. La idea no es nueva, el filósofo y monje dominico Tommaso Campanella en su obra utópica Cité du soleil, de 1611, ya apostaba por una jornada de 4 horas al día.

Más preguntas: ¿cómo se sostendrán nuestros sistemas tributario y social? ¿Seremos capaces de proporcionar los recursos suficientes para mantenerlos y mejorarlos teniendo en cuenta que los robots no cotizan a la Seguridad Social? ¿Deberían las empresas muy robotizadas pagar un impuesto especial? ¿Estaría justificada la implantación de una Renta básica para toda la ciudadanía? ¿Será posible la tan deseada desconexión del trabajo o estaremos más controlados y se invadirá más nuestra privacidad con sistemas de geo-localización y reconocimiento facial? ¿Se vulnerarán aún más nuestros derechos fundamentales en el ámbito laboral?

Más allá del ámbito laboral, ¿cómo impactará la robotización en el medio ambiente? ¿Se generarán más residuos eléctricos y electrónicos? ¿Cómo se repararán? ¿Se utilizará la economía circular tan vaciada de contenido ya en la actualidad? ¿Serán positivos para la agricultura? ¿Se desarrollará la agricultura de precisión? ¿Cómo repercutirá en las pequeñas explotaciones ganaderas y agrícolas en las que compramos? ¿Cómo repercutirá en el transporte? ¿Veremos cómo los drones nos traen a la puerta de nuestras casas las lechugas, las acelgas y las zanahorias que compramos ahora en el mercado cercano?

¿Cómo afectará la utilización de robots a nuestras relaciones sociales? Ya ha cambiado nuestra forma de comunicarnos, ahora lo hacemos a través de las redes sociales en las que las “cámaras de eco”, que retroalimentan nuestras ideas y nos ponen anteojeras volviéndonos más jamelgos que corceles, nos impiden conocer ideas distintas a las nuestras, de las que siempre se aprende algo. Redes sociales que en ocasiones propagan falsedades con no se sabe qué fin oscuro. Todavía no existe un verdadero derecho a la neutralidad de la Red. ¿Habrá sido el algoritmo de una plataforma de música el que haya recomendado al chico que vi esta mañana la canción que iba escuchando?

Y si tenemos en cuenta la perspectiva de género, ¿cómo logramos que las jóvenes escojan carreras vinculadas con el mundo digital para que ellas también estén capacitadas para los cambios que se avecinan? El derecho a la igualdad y a la no discriminación en el entorno digital, al igual que la protección de menores, personas mayores y personas con discapacidad (me sorprende que se haya utilizado este término), ya viene recogidos en la Carta de Derechos Digitales, en la que se ha podido participar con aportaciones públicas hasta este pasado 20 de enero. Sin embargo, si nos quedamos en una mera declaración de intenciones poco vamos a solucionar.

Aunque es obvio el avance que supone la utilización de la robótica, la Inteligencia artificial y los algoritmos, surgen también posibles riesgos que deben estudiarse teniendo en cuenta la dignidad humana, el derecho a la libertad y la seguridad, el respeto a la vida privada y familiar, el derecho a la protección de datos o la no discriminación. Todos ellos derechos fundamentales de la ciudadanía. Profundizar en su desarrollo, siempre teniendo en cuenta la igualdad, justicia y equidad entre los ciudadanos y ciudadanas, no se puede olvidar. Necesitamos, en definitiva, una ética para dar respuesta a esta transformación que vamos a vivir en la organización de nuestra sociedad, nuestra economía y en nuestras vidas. ¿Se estudia Ética en nuestras escuelas?

El individuo, como decía Ortega y Gasset, “no estrena la realidad”. El individuo se encuentra con unas posibilidades y unas limitaciones, es heredero de un pasado que condiciona tanto su ser como sus posibilidades de triunfo o fracaso. Nacemos en una sociedad que ya está configurada. Nuestro destino va de la mano del destino de los otros, con los que compartimos nuestra vida y nuestra Historia. Poner por encima la protección humana y la protección de la vida dibuja un camino por el que se puede transitar estos tiempos llenos de desánimo, impotencia y desengaño. Por aquellos que recorrerán el futuro, el abatimiento no nos puede ganar. Se pone de manifiesto la necesidad de descubrir un innovador orden para la vida, la presente y la futura. Con el atrevimiento y la audacia de los jóvenes seguro que lo conseguimos. La vida será luminosa y los días azules.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.

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