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Ganar un Mundial como una chica

Olga Carmona celebra su gol en el partido contra Inglaterra de la final del Mundial de Fútbol.

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Cuando una mujer, unas mujeres, derriban un muro más, atraviesan otro techo ayer inalcanzable, y hacen historia, el mundo avanza un poco más hacia la igualdad y todas, todas nosotras, nos sentimos concernidas y, por supuesto, emocionadas. Cuando ocurre en un universo donde los hombres son mayoría absoluta y mandan de manera incontestable, como el del fútbol, tradicionalmente vetado a las niñas, la emoción es aún más intensa. 

La victoria de la selección femenina es el relato de un grupo de mujeres que en pocos años ha hecho mucho, casi todo, a pesar de la desigualdad, la invisibilidad y la falta de recursos. Como tengo unos años, he visto unas cuantas primeras veces de mujeres, y cada una de ellas me sigue produciendo un nudo de en el estómago por la inmensa puerta que abren a las nuevas generaciones, no solo a las niñas en busca de referentes, también a los niños que tendrán como ídolos a Olga Carmona, Aitana Bonmatí, Salma Paralluelo o Alexia Putellas. Se publicaba hace pocas semanas la encuesta 'Qué quieres ser de mayor', de la Fundación Adecco, y la mayoría de niños españoles quieren ser futbolistas (35,8%) mientras que las niñas se decantan por ser profesoras (24,2%). Esa brecha de expectativas y posibilidades según el sexo se hará, quizá, desde esta victoria de la selección española, un poco más pequeña. El gol de Olga Carmona es el de la victoria, pero también el de la igualdad.

Es la determinación de las jugadoras que levantaron el domingo la Copa del Mundo, las que no estuvieron porque reivindicaron unos derechos mínimos que les pertenecían y las que las precedieron a todas a pesar de la precariedad y hasta de la burla, la que lleva de la mano a todas las mujeres a dar un paso de gigante en la creencia de que se puede no solo participar, sino ganar en los terrenos de juego masculinos.

A las de mi generación todavía nos enseñaron de pequeñas que había cosas de chicos y cosas de chicas, y el fútbol era desde luego para ellos a riesgo de que te llamaran marimacho. Esto lo incrustaban en la cabeza con tanta eficacia que la mayoría de nosotras ni siquiera se planteaba querer jugar al fútbol o practicar deporte, por educación, inseguridad o indecisión y porque los retos físicos no eran para nosotras. Las valientes que lo hacían se topaban con todo tipo de obstáculos de entrenadores, profesores y padres, porque todo el país pensaba como José María García, el autor de la frase “lo único más plomizo que una etapa ciclista es ver un partido de fútbol femenino”. El cine americano de adolescentes ha dividido tradicionalmente a las chicas en empollonas y animadoras, en decenas de películas absurdas sobre lo impopular que es querer hacer cosas de chicos en lugar de animarlos. Todos los mitos sobre las cosas de chicas explotaron el domingo, y eso, siempre, favorecerá a niñas y a niños.

Esta selección es indudablemente mejor que los equipos que tendría en mente el veterano periodista deportivo por la sencilla razón de que cuentan con más medios. El presupuesto de la selección española ha pasado de tres millones a 27. La selección femenina tiene ahora campo, gimnasio y vestuario propios, con analistas, técnicos, fisioterapeutas, nutricionista, equipo de marketing y comunicación. Han pasado de alojarse en habitaciones dobles a individuales, se les han duplicado las primas y dietas y, aunque se sigue discutiendo el sueldo mínimo, ellas ya tienen derecho al mismo porcentaje de los ingresos de televisión que la masculina. Queda, como siempre, mucho por hacer, y quizá el mayor de los retos es que el fútbol femenino no caiga en los mitos y valores negativos que campan a sus anchas en el fútbol masculino.

En una final perfecta, lo peor de la jornada fueron las imágenes y declaraciones tras el triunfo de los únicos dos protagonistas masculinos de la jornada, Jorge Vilda y Luis Rubiales, que hubieran hecho mejor en dejar el foco a quien lo merecía. El abrazo en el límite del magreo de Luis Rubiales, presidente de la RFEF, a algunas de las jugadoras en un acto de entrega de premios en el que se saltó el protocolo, culminó en un beso en la boca (un pico) a Jenni Hermoso, que no solo se puede calificar de “inapropiado”. Las explicaciones las tendrán que dar los afectados, aunque yo he visto muchas escenas parecidas en las que las mujeres quitan importancia a una evidente agresión de baja intensidad. Mientras tanto, Jorge Vilda era incapaz de decir “somos campeonas del mundo” y todo lo expresaba en un masculino plural que se intuía quería ser masculino singular. En esos momentos bochornosos aprecié la compostura de la entrenadora inglesa, Sarina Wiegman, una de las mujeres que más ha hecho por el fútbol femenino. Si en un futuro se convierte en la primera entrenadora de un equipo masculino, será otra celebración, otro muro derribado, otro techo inalcanzable, superado.

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