Hablemos para no oírnos
El ruido pasa, la fuerza de los razonamientos queda
Esto va de poder y de personas.
No se han podido oír más despropósitos ni más afirmaciones desafortunadas ni mas histrionismos ni más mentiras y medias verdades en los últimos siete días. En mi caso es una maldición, porque no puedo dejar de saber dónde está el truco y la trampa de cada uno de ellos y eso me impide gritar convenientemente desde un lado, que sería lo más cómodo. Serenidad. Aquí seguimos. Salgan a la calle. Hay una desconexión entre los que viven dentro de un golpe de Estado permanente -de togas, de barretinas o de etarras- de una democracia que implosiona, de una patria que se rompe y los que compran turrones, ríen, trabajan, hacen números, follan, cogen trenes o recogen a los niños del colegio. Creo que la gente debe pensar que por un error en el canal política están repitiendo la temporada. Me da miedo decirles que vamos a estar así todo un año. Tampoco les interesa, la mayoría han cambiado a una plataforma de series más entretenidas. Desafección. Al final polarizan a unos pocos, los demás les dan la espalda.
Estamos de resaca de la jugada genial que no salió. No salen bien casi nunca. Era imposible que los de enfrente no intentaran reventarla teniendo además el asidero de la mala tramitación y era obvio que seguían conservando su mayoría en el órgano que usan como tercera cámara hace mucho. Acaba de decir Sánchez que “el Parlamento va a hablar alto y claro”, ya si además lo hace bien, en tiempo y forma, que cuenten con mi hinchada. Hacerlo mal ha costado una tensión institucional insoportable, un tener que recoger velas y volver a empezar con las enmiendas en forma de proposición de ley, un tirón de orejas de Europa y, dramáticamente, la entrega de un relato sobre la felonía gubernamental al PP, que lo va a usar hasta la saciedad para, según han confesado, intentar rascar votos de esos votantes socialistas no tan hooligans como para aplaudirlo todo.
Serenidad. Tenemos un problema base y un problema avanzado, como cuando se sube al Everest. El problema base es el secuestro del CGPJ y el que se ha intentado solucionar ahora de forma chapuceramente urgente es el problema avanzado. Ese problema derivado, la renovación del TC, precisa para solventarse de que el propio CGPJ nombre a dos personas -tradicionalmente magistrados del Supremo- que deben pactar con una mayoría de 3/5. La forma es fondo en democracia. Si ven 3/5 traduzcan: consensuar a unas gentes de tanto prestigio que puedan ser apoyadas por ideologías diversas. No es eso lo que se está meciendo en estos días. Se trata de poder y, claro, de nombres. Toda esta bronca mantiene en la sombra que solo hay un magistrado de JpD que los vocales progresistas, en sintonía con el Gobierno, quieren que sea designado y se apellida Bandrés. No hay más propuestas progresistas. No hay una terna. No hay ningún puñetero magistrado más en el Tribunal Supremo de tendencia progresista que pueda ser válido. Tiene que ser ese, dicen que por su gran sintonía y para asegurarse que luego vote a Conde-Pumpido como presidente del TC y no a Balaguer que, por cierto, se ha hecho una ronda promocional estos días por teles y radios.
Lo que pretenden en realidad es que cada grupo imponga el suyo; que los progresistas nombren al suyo (Bandrés) y los conservadores al de su cuerda (Tolosa), vulnerando el espíritu que la mayoría fijada de nombramiento impone. Los conservadores no quieren a Bandrés ni en pintura, porque lo ven haciendo pinza con Conde-Pumpido y su grupo, así que proponen ellos mismos otro candidato progresista, Pablo Lucas, que sí están dispuestos a apoyar. Así anda la cosa.
Pero a nadie se le ocurre, por supuesto, romper con buena voluntad ese bloqueo planteando una terna cada sector para poder negociar otros nombres o buscar magistrados más fáciles de aceptar por los otros para conseguir los votos o echarlo a suertes. No, se trata de Bandrés, Tolosa, Lucas y Conde-Pumpido y ahí parece estar encallada la Constitución Española, según dicen, porque para romper ese bloqueo y que salga Bandrés fueron pensadas las enmiendas mal tramitadas que el TC también de mala manera ha paralizado.
¿De verdad estamos al borde del precipicio por Bandrés, Tolosa, Lucas y Conde-Pumpido? ¿No hay más puñeteros magistrados en este país aunque entre estos los haya muy buenos? ¿A Bandrés, que técnicamente es muy bueno, le parece bien ser designado de esa forma? ¿Vamos a romper la baraja para que Cándido presida el Constitucional? ¿Puede el PP vetar en un paso previo al presidente que debe ser designado por sus pares? Madre mía. Le están vendiendo a la ciudadanía que solo buscan la mayoría progresista que corresponden en el TC pero olvidan decir que es la mayoría formada por unas personas concretas. El Gobierno ya ha designado -yo creo que erróneamente- a los dos magistrados que le corresponden, no puede intervenir en la designación de un tercero por vía indirecta.
Lo que quiero decir es que aquí ni dios puede tirar la primera piedra.
Solventar esta crisis precisa de mentes finas y respetuosas de la letra y del espíritu de las normas. Mentes finas. Claro que entonces sale Gómez de Celis, vicepresidente del Congreso, y se despacha con la siguiente melonada: “No vamos a parar hasta no darle al pueblo a esa mayoría progresista que se obtuvo en las urnas, la correspondencia en los órganos judiciales”. O sea que no sabe que no se trata de órganos judiciales sino de órganos constitucionales. O sea que no entiende que la aprobación de la famosa enmienda Bandrés en 1985 -mera coincidencia de apellidos- hizo sentar doctrina al Constitucional afirmando precisamente que las cámaras pueden intervenir en la designación de los vocales del CGPJ, siempre y cuando no reproduzcan miméticamente la aritmética de las cámaras. Eso es justamente lo que tantos exigen a gritos ahora mismo. Es el problema de la falta de fineza y de pesquis.
Claro que por la otra banda te sale Feijóo reconociendo públicamente que tiene secuestradas las instituciones “para protegerlas” del gobierno salido de las urnas. Son de brocha y engrudo. Ni qué decir tiene que pretender, como se ha dicho a voz en grito, que la soberanía popular constituye por sí misma una democracia y que no puede ser controlada ni contrapesada es del más puro populismo iliberal. Una democracia es soberanía popular, elecciones, parlamento y además Estado de Derecho y contrapesos y controles. Por no hablar de los exabruptos contra el “Poder Judicial golpista”, cuando en esta vaina el Poder Judicial, encarnado en cada uno de los jueces que ejerce jurisdicción, no ha pinchado ni cortado nada. Ninguno de los órganos en liza forman parte del Poder Judicial, pero no lo saben o prefieren olvidarlo para el eslogan.
Espero que lo que se haga se haga con fineza. Podrían probar a pensar una reforma que de verdad sacara las manos partidistas de estos órganos políticos, que introdujera los méritos baremados y hasta el azar, todo antes de que como hienas se revuelvan en torno al poder y a los nombres concretos de personas a las que prefieren por motivos partidistas o para premiar por los servicios prestados. No lo harán. Será una reforma para salir de este paso pero no olviden que ellos no la cambiarán y que cuando les toque, estarán habilitados para nombrar sin consensuar con el progresismo y entonces vendrá el llanto y el crujir de dientes.
Esto va de poder y de nombres concretos y de carreras y de premios y de pagos de servicios. Esto va de hablar para que nadie oiga. Igual que los diez años que llevo denunciando las tropelías del PP en el mundo judicial, algunas muy sutiles y malvadas.
Periodismo, amigos, es pedirle cuentas al poder. Lo otro es infinitamente más cómodo.
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