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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

¿Habrá cobrado Tamames?

Ramón Tamames y Santiago Abascal, en el Congreso.

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Juan Barranco es el último socialista que gobernó Madrid. Desde entonces han pasado 34 años. En estos días, el ex alcalde de Madrid, que a sus 76 años mantiene intacto el recuerdo de aquellos años y el mismo verbo ágil,  se ha declarado “víctima” de Ramón Tamames. Un personaje al que recuerda siempre como un “vodevil de egos”, un equilibrista siempre más apegado al interés personal que a los principios.

Así que, a tenor de la definición de Barranco y de cómo se ha mostrado en las últimas semanas ante los medios de comunicación, el candidato a la presidencia del Gobierno que el próximo martes subirá a la tribuna del Congreso es la excepción a la regla general de todos esos estudios de prestigiosas universidades que sostienen que no somos la misma persona durante toda nuestra vida. Y no sólo por los rasgos físicos, sino porque la llamada Tríada Oscura -el maquiavelismo, el narcisismo y la psicopatía- también tiende a disminuir. 

No es desde luego el caso de este economista, político e historiador que hablará de España como de una “autocracia absorbente” en el discurso que pronunciará ante la Cámara Baja -adelantado en exclusiva por la periodista de elDiario.es Carmen Moraga- y que mantiene intacta su personalidad de antaño: la egolatría, la ideología líquida y una infinita lealtad a los intereses privados.

Atentos, porque la próxima semana promete ser de las más estrambóticas que ha vivido el Parlamento dada la combinación explosiva entre una dirigencia de Vox dividida ante la elección del candidato y un excomunista que luego perteneció a la Federación Progresista, después a IU, más tarde al CDS y ahora llega de la mano del partido ultra para protagonizar sus últimos minutos de ¿gloria?  

Más bien de vergüenza. La misma que provocó entre sus compañeros de IU en 1989, después de haber encabezado bajo esas siglas la lista al Ayuntamiento de Madrid en 1987, y sumar su voto dos años después al de los concejales del CDS en la moción que arrebató a Juan Barranco el bastón de mando de la Casa de la Villa. Siempre se sospechó que tras aquella censura en la que Tamames cobró un especial protagonismo por su traición a sus siglas había un pelotazo urbanístico en el Pinar de Chamartín y que nada tenía que ver con el mal estado del tráfico en Madrid, como se dijo.  

Recuerda Barranco también en conversación con elDiario.es, que antes de coincidir con él en la legislatura constituyente del Congreso y más tarde en el Ayuntamiento de Madrid, conoció al economista en los tiempos de la clandestinidad por su adscripción a una coordinadora sindicalista que buscó en Tamames asesoramiento ante la negociación de un convenio colectivo para los trabajadores de la banca. “Acudimos con sigilo a una reunión en un despacho que entonces tenía por la zona del Santiago Bernabéu, le pedimos un estudio en base a los beneficios del sector para plantear la subida salarial en un marco realista. Nos dijo que sí, pero que el precio eran 100.000 pesetas el folio. ¡Éramos cuatro desarrapados perseguidos por el franquismo que nos jugábamos la vida y él, un comunista de tarifas desorbitadas. Salimos de allí corriendo y espantados”, recuerda el exalcalde. 

Tamames no ha cambiado, “mantiene la coherencia con su egolatría y sus intereses personales”, añade el veterano socialista. Y la misma vanidad enfermiza. Pocos recuerdan que allá por 1977, quien se presenta ahora como candidato a la Presidencia del Gobierno y pedirá elecciones generales anticipadas para mayo, escribió una novela bajo el título Historia de Elio, un texto mitad autobiográfico mitad ficción que presentó al premio Planeta y en el que ya fabulaba con que las masas populares le iban a buscar a su casa y le llevaban en volandas a La Moncloa. La misma obsesión le persigue 45 años después.

Y eso que algunos de sus amigos de la derecha empresarial y mediática han intentado disuadir a Abascal y a él mismo en los últimos días de su estrambótica actuación. Por vergüenza torera, para evitar el escarnio público, por no hacer del Congreso un circo y para que no convierta al partido ultra en una marca grotesca e innombrable hasta para sus propios electores. No lo han conseguido porque el ego de Tamames es proporcional al inmenso desprecio que los dirigentes de Vox sienten por las instituciones democráticas. 

Santiago Abascal sigue adelante con el esperpento y no cambiará un ápice su estrategia, pese a los múltiples obstáculos con que se ha topado la moción y a la insistencia de sus hasta ahora opinadores de referencia en que desista de una operación que llenará de bochorno a la opinión pública. Lo que pase con Vox a partir del miércoles, una vez que la Cámara Baja rechace la moción, lo determinarán las urnas, algo que al “independiente Tamames” seguramente le trae al fresco, pero lo que está claro es que los españoles asistirán, sin necesidad de pagar entrada, al canto del cisne de un personaje devorado por la vanidad. Inevitable preguntarse si el protagonista cobrará por la función para la que le ha contratado Vox igual que pasaba la minuta durante la dictadura cuando militaba en el PCE a los sindicalistas, que como Barranco, se jugaban la vida. Al fin y a la postre, también la ultraderecha ha ido a buscarle en busca de asesoramiento y les ha enviado 33 páginas. Otra cosa es que durante su canto del cisne se los lleve a ellos por delante y acabe por beneficiar al PP de Alberto Núñez Feijóo, que es realmente contra quien se diseñó este circo. Si fuera así, Tamames, aunque fuera a título póstumo, seguro que enviaría la minuta a los de Génova.

Esto no es Política. Es otra cosa.

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