¿Qué hacemos con los votantes del PP?
Da igual que en su seno se organicen tramas delictivas, que funcionen con una contabilidad B desde hace al menos 18 años, con sus máximos cargos públicos cobrando en negro. Da igual que lo acrediten los jueces.
Da igual que mientan a los votantes, que hayan incumplido sistemáticamente sus promesas. Da igual que ordenen perseguir y golpear a la ciudadanía más comprometida, a jóvenes y mayores, a los disidentes de su austeridad. Da igual que nos amordacen.
Da igual que sus destacamentos armados expulsen a familias pobres de sus hogares. Da igual que al mismo tiempo cubran de euros a los bancos, a los grandes acreedores, a las empresas del IBEX 35. Da igual que todos sepamos que nos mienten cuando dicen que el rescate bancario se va a devolver.
Da igual que cobren “mordidas” al adjudicar colegios concertados, que se les sorprenda contando billetes, que escuchemos sus voces in fraganti, que construyan aeropuertos peatonales. Da igual lo del tesorero, los sms, las evidencias. Dan igual.
Da igual que persigan a nuestros vecinos por el solo hecho de tener otro color de piel, que los encierren, los maltraten, los deporten por cientos. Da igual que dejen morir a tanta gente en el Mediterráneo, que erijan alambradas, que apelen a lo más sórdido de nuestros valores. Da igual que los disparen en Ceuta, que todos lo veamos.
Da igual que no comparezcan, ni consulten, ni respondan. Da igual que manipulen y organicen su propaganda con medios públicos, que despidan periodistas independientes.
Da igual que privaticen la sanidad, que destruyan la escuela y la Universidad públicas. Da igual que incrementen la pobreza, las desigualdades, el paro, la emigración, a niveles insoportables. Da igual.
Da igual porque a día de hoy el Partido Popular, el responsable directo de todo lo anterior, y quizá de más por destaparse, a pesar de un serio desgaste sigue arriba en las encuestas.
¿Qué hacemos, llegada esta situación, con el votante del PP?
La democracia
La democracia descansa sobre el supuesto del respeto a la diferencia. No hay votos correctos y erróneos. Sin embargo, más allá de una diversidad ideológica aceptable, uno de los grandes desafíos que nos legó el siglo veinte tiene que ver con lo siguiente: ¿qué hacemos cuando la mayoría del pueblo que vota lo hace por opciones manifiestamente corruptas, represoras y xenófobas?
La democracia es mucho más que votar. Y al mismo tiempo las convicciones democráticas nos llevan no solo a respetar, sino también a intentar comprender qué es lo que conduce a millones de ciudadanos a apostar por partidos de este calibre. En Francia están con dudas teóricas no tan lejanas de las nuestras. ¿Hablamos de la parte más siniestra de nuestra sociedad? ¿Son estos votantes cómplices necesarios de aquellas fechorías? ¿O ignoran lo relatado más arriba? ¿Son malos ciudadanos? ¿Serán responsables ante la historia?
Se suele decir que ni ángeles ni demonios. De manera realista la ciudadanía es radicalmente plural, y en cada uno de nosotros habitan tensiones no siempre benéficas. Votar contra esta derecha, seamos realistas, tampoco nos santifica.
Desde los clásicos se nos viene recordando nuestras potencialidades para ser políticos, ciudadanos plenos. A menudo renunciamos a estas capacidades innatas y preferimos ser solo consumidores, trabajadores, empresarios. Como mucho votantes. Pero ahí en el fondo de nosotros mismos, recordemos, tenemos la posibilidad de intervenir desde la palabra en lo común.
Hay una sabiduría ciudadana que funciona como base de todo reclamo democrático. Quienes apostamos por las bondades del sorteo o las rotaciones, por ejemplo, lo hacemos confiando en este saber. Hemos de participar directamente, decidir sobre lo público y obtener cargos relevantes, porque en cada uno puede aflorar este saber. Y la práctica es la mejor de las enseñanzas. Se trata además de la mejor manera de combatir la oligarquía, de frenar la corrupción, de reducir desigualdades. No nos referimos al conocimiento experto e informado, que de la mano de profesionales específicos en cada materia nos ha de auxiliar en determinadas decisiones. Se trata en cambio de un saber popular que nos hace capaces de trazar las prioridades de la política pública en nuestro entorno, de razonar y dialogar sobre las decisiones más adecuadas.
Y en ese pueblo, cuyo saber ensalzamos al defender una democracia radical, entran todos aquellos millones que votan lo que no nos gusta.
Aquí hemos de entender que una cosa es tener capacidades y otra desarrollarlas. Hace mucho que vendimos nuestro ser político por un plato de lentejas, que diría Sheldon Wolin. Es por ello que no valen excusas, es preciso retomar la política, el gobierno de nuestras vidas. De todo esto iba el 15M. Cultivar la educación cívica, reforzar el tejido asociativo, favorecer la autogestión en diversos ámbitos institucionales y laborales, informarse, reducir las horas de trabajo, plantarse ante la barbarie. Reconocer conflictos que habrá que saber afrontar desde una participación no esporádica, desde las decisiones directas pensadas y discutidas desde abajo. Varias son las vías que favorecen esta recuperación, paulatina, no milagrosa ni inmediata, de la política.
Hemos de contar con que si gran parte de la población permanece apolítica es porque quiere, pero también porque se encuentra atosigada por la falta de tiempo, rodeados por una precariedad que no es climática, sino provocada, al igual que las jornadas laborales extensas, una deficiente política de conciliación y todos los demás etcéteras que los lectores conocen de sobra.
Es en este ataque contra la ciudadanía, en esta glorificación de la población políticamente apática en un modelo productivo, laboral, de consumo y mediático a medida, desde donde quizá podamos explicarnos la persistencia del voto al PP. Es ahí donde triunfa el mensaje manipulado, el enfrentamiento identitario, la defensa numantina, espontánea, más visceral que deliberada, del propio interés.
Repolitizar
El que haya otras opciones conservadoras (Vox) o neoliberales (Ciudadanos) dejan sin muchos argumentos a aquellos votantes del PP que se defendían hasta hace poco indicando que esta era la única opción ideológica disponible para ellos.
El recuerdo de voto, la costumbre, la identificación partidista –semejante a la de los equipos deportivos–, los intereses económicos privados, las burbujas sociales, así como los prejuicios sobre los otros, puede estar en la raíz de repetir papeleta.
El votante del PP puede ser una persona excelente, cariñosa, honesta, leal, razonable, solidaria, no racista, pacífica, y sin embargo el día de las elecciones apostar por personajes como Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes en Madrid. Quienes tengan votantes del PP entre sus familiares, amigos y vecinos, comprobarán fácilmente que no se verifica aquello de que todos esos millones sean gente siniestra, indecente.
Tengamos en cuenta que el electorado del PP, pese a estar aún en cabeza a nivel nacional, ha caído a niveles cercanos al 50%. Pero persiste, incluso repunta en ciertas zonas. Eso es lo que nos interesa discutir aquí.
Confrontemos pues, y de esta manera, politicemos. En términos de igualdad, sin espacio para la propaganda, abiertos a la discusión. Multipliquémonos para debatir, escuchar, respetar, tratar de entender, mostrar argumentos, exponer. Y dirijámonos al electorado, es decir, a nuestros vecinos, amigos y familiares, no a aquellas de sus líderes cuya bajeza moral solo busca elevar la tensión para que las identidades se hooliganicen y, así, se petrifiquen.
Conocer una persona gravemente enferma a la que hayan negado la asistencia sanitaria por no tener papeles; escuchar a un joven represaliado por la policía de Cifuentes; hablar con un estudiante que se haya visto fuera de la Universidad, con una trabajadora que haya tenido que abandonar el país; mostrar aquellos barrios donde se perciba la crisis en cada esquina. Una empatía capaz de compartir el infortunio del otro, decíamos con Nussbaum cuando la crisis del ébola, justo lo que le ha faltado a este gobierno. Fomentémosla, provoquémosla.
Y no dejemos de explicar, espoleados al fin por la ilusión de lo que se está viviendo estos días en ciudades como Madrid o Barcelona, las propuestas de transformación con las que tanto soñamos.
Habrá así que dialogar con los votantes del PP, recordarles las consecuencias de su voto, mostrarles nuestras historias de vida, echar abajo prejuicios, apelar a su ser político, a su sentido de la justicia, a su coraje cívico. Contraponer la defensa de lo público frente a la tentación del interés privado así se hunda el mundo. Apelar a su inteligencia e independencia, despertar la nuestra. Restaurar los grandes argumentos que conforman los pilares de la ética pública desde hace milenios. Aprender y enseñar.
Nos daremos contra la pared en muchas ocasiones, eso seguro. Habrá votantes racistas, corruptos y cómplices, oligarcas, amantes de la represión y de la violencia, defensores de las mordazas, como los hay en otros electorados. Habrá otros muchos con los que se podrá dialogar, nos darán sus razones de voto, nos hablarán de las huidas de capitales, de que todos son iguales, de las subidas de impuestos, de sus intereses materiales, de la recuperación económica, y deberemos responder, cuestionar, apelar a una renovada capacidad de juicio.
El reto está ahí. Pensemos que a cada paso, en nuestros entornos, asociaciones, partidos, instituciones, grupos de afinidad, nos aparecen opciones de voto impensables que debemos entender más allá del insulto y el desprecio.
No vale lamentarse diciendo que millones de españoles son sus cómplices, por mucho que sea relevante destacar la responsabilidad del votante. Recordemos que en Cataluña todo apunta a que ganará la CiU de Jordi Pujol, y en Andalucía acaba de ganar el PSOE de los ERE. El asunto es más complejo y hay que salir a las calles a confrontarlo. El 24 de mayo hemos de lograr que en este país no siga gobernando nuestros pueblos y ciudades, nuestras comunidades, un partido corrupto, represor y xenófobo que está destrozando nuestro frágil sistema de libertades y protección social. Y al día siguiente, pase lo que pase, habrá que seguir intentándolo.
Porque no da igual.