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Hecho lo imposible. Ahora solo queda lo obligado y lo muy difícil

Una investidura ajustada, un Gobierno de equilibrios

Garbiñe Biurrun Mancisidor

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Resultaba que para el hoy presidente Sánchez no podía haber un gobierno de coalición, por muchas razones: porque ni se sumaba mayoría absoluta, ni podía haber dos gobiernos en uno, ni cabía en cabeza alguna que se integrara en él el candidato de Unidas Podemos (UP) a la presidencia...

Resultó también que con esos mimbres no hubo gobierno y que, tras otras elecciones, la cosa aún estaba más complicada, por lo que todos los problemas se resolvieron de inmediato y lo que no podía ser se convirtió en la mejor fórmula posible para el progreso social. Y que quien no iba a poder dormir lo hace a pierna suelta –o eso es de esperar–.

Y así con otros muchos temas. Pero, como dije la semana pasada, pelillos a la mar, en aras de lograr una mayoría de gobierno que permita avanzar en las cuestiones que más preocupan a la ciudadanía.

Y en esas estamos ahora. Olvidadas las rencillas del pasado y nombrado el Gobierno –de una muy peculiar manera, por cierto, a cuentagotas y con una discutible estrategia–; superada la curiosidad sobre los nombres que ocuparán los ministerios –y de los nombres de los propios ministerios, que se las traen–; tomando posesión hoy mismo este Gobierno, es claro que lo imposible se ha superado. ¡Tres hurras por la política –y por la necesidad de conseguirlo y por la vergüenza de no haberlo hecho–, que lo han logrado!

Ahora queda por resolver lo que siempre está pendiente. Lo que genera miedo e inseguridad en la gente, lo que hace que necesitemos las respuestas públicas, respuestas inmediatas y profundas.

Tenemos mucha vida y mucha angustia pendientes. Y para llenar la vida y calmar la angustia exigimos que el nuevo Gobierno ponga en marcha políticas en muchos terrenos.

Un programa social de reformas en materias laborales y de Seguridad Social, como se ha anunciado, pero sin demora y sin complejos, en el marco del imprescindible diálogo social que ni siquiera la patronal rechaza, para revertir la situación generada no solo por la crisis, sino por unas normas que desregularon en gran medida las relaciones de trabajo, y para garantizar la suficiencia de las pensiones sin olvidar el compromiso con las nuevas generaciones.

Un programa para desarrollar los derechos de la ciudadanía, para permitir que podamos seguir –o volver a– expresarnos en libertad, para recuperar la calle y la palabra sin temor y para que la seguridad que importa sea la que nos brinda el trabajo y la lucha compartida.

Un programa en el que se nos garantice el dominio sobre nuestra vida y nuestra muerte, que nos permita decidir vivir y marcharnos con dignidad, sin depender de creencias y compromisos que no son los nuestros, que responda a las peticiones angustiadas de tantas personas que no quieren seguir sufriendo o viendo sufrir a sus seres queridos.

Un programa en el que se garantice que las mujeres seremos –o seguiremos siendo– dueñas de nuestras decisiones sobre nuestras vidas, nuestra maternidad y nuestra libertad en todos los terrenos y que responda adecuadamente a los ataques y limitaciones a estos derechos.

Un programa para la difícil igualdad, que no mantenga la fácil desigualdad, que permita de verdad redistribuir la riqueza y someterla a los intereses generales, que son los de quienes más lo necesitan; que garantice una vida digna a todas las personas, con un ingreso vital garantizado, un empleo también garantizado y una vivienda, todo ello para desarrollar todas las expectativas personales.

Un programa que sitúe la cooperación al desarrollo en un lugar relevante de la acción política para alcanzar lo antes posible el 0,7% de la RNB y los objetivos de desarrollo sostenible y justicia global.

Un programa que garantice una justicia independiente de todos los poderes, públicos o privados, conocidos o desconocidos, y eficaz; una justicia que sea un verdadero baluarte para los derechos de todas las personas y que permita defender a las más débiles frente a los abusos de cualquier clase.

Un programa que reconozca el derecho de la ciudadanía de cada nación a expresarse sobre su futuro, sin prisa ni agobios, pero con decisión y seguridad, y que permita que la convivencia se sustente sobre la libertad y no sobre la imposición.

Un programa que impida que siga habiendo una política penitenciaria de excepción para las personas presas por delitos de terrorismo y que aplique las normas con justicia y equidad.

Y así, ¡hasta el infinito y más allá!, pero sin ensoñaciones, pues todo, absolutamente todo, es realizable. Lo es porque así se quiere –eso se dice y así lo espero– y porque es posible desde la mayoría parlamentaria que, con afirmaciones y abstenciones, se ha logrado.

No obstante, es cierto que hay malos augurios sobre que correrán negros tiempos y que habrá muchos obstáculos. Será muy difícil revertir algunas realidades –sin ir más lejos, la composición del CGPJ o del TC, determinantes de cuestiones vitales– porque no alcanza la mayoría hasta ahora lograda, pero ahí debieran terminar las dificultades. Solo lo que no está en manos del Gobierno y de la mayoría que lo sustenta es lo muy difícil; lo que está en el marco de sus decisiones es lo que une a quienes han facilitado su formación y esto es posible solo, como ya es usual decir, con “voluntad política”, con fe y con convicción.

Acaba de decir el presidente que este Gobierno será el del diálogo social y territorial y que tendrá varias voces pero una sola palabra. Solo hay que exigir que del diálogo resulten respuestas positivas a las demandas sociales y que esa sola palabra sea la dada, la que servirá para enfrentarse a estos retos y a muchos más. Es lo obligado y se tiene que lograr. Y lo muy difícil también, pues para eso está la política.

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