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Historia de un matrimonio (con hijo)

Fotograma de 'Historia de un matrimonio'

Mónica Zas Marcos

Muy pocas veces se ven películas de divorcios como la de Historia de un matrimonio. Es interesante leer las críticas de los medios porque la cinta de Noah Baumbach está pensada para dividir a la audiencia como en las dos bancadas de un juicio. En una se encuentran los que empatizan con el Charlie de Adam Driver y la súbita torpeza a la que se enfrenta después de separarse de Nicole y, en la otra, los que lo hacen con esta última.

La mujer a la que procura su bello rostro Scarlett Johansson ha invertido demasiados años en supeditar sus deseos a los de su marido y, para colmo, tiene que cargarse con una infidelidad que ni siquiera le afecta de forma peliculera. Charlie se acostó con otra mujer porque ya no hacían el amor porque ya no se aman. Punto. Pero eso no le resta alcance a la infidelidad, solo hace más elocuente que el divorcio era inminente.

Sin embargo, hay un tercer segmento de público que está pasando desapercibido en los análisis a pesar de ser el germen de esta historia: los que nos identificamos con el niño. A casi nadie le cae bien Henry porque actúa como un crío mimado, solo abre la boca para quejarse y parece no entender el complicado proceso emocional que están emprendiendo sus padres. Porque, en efecto, no lo entiende. Y que una película logre captar por fin una separación traumática en su justa medida para el hijo no solo está bien, sino que era necesario.

En 2018, según datos del INE, hubo más de 95.000 divorcios en España a los que se les concedió un 33,8% la custodia compartida. Puede parecer un porcentaje escaso, pero es bastante mayor del que hace un par de décadas cuando se divorciaron mis padres. Era mediados de los 90 y yo tenía cuatro años. Quizá no entendiese qué pasaba en mi familia, pero entendía aún menos las caras de condolencia de quienes se enteraban -y aún se enteran- de que mi infancia transcurrió entre dos casas.

Una de las cosas que más me conmovió de Historias de un matrimonio fue el sumo cuidado con el que los padres mantienen al hijo fuera de la odisea legal y del rencor que inevitablemente crece en ellos durante el proceso. Las separaciones despiertan todo tipo de sentimientos primitivos incluso entre las personas más civilizadas. Los menores se convierten en un bien inmueble más, pero es importante (y complicado) no hacerlos sentir como tal.

Si Charlie y Nicole no hubiesen tenido a Henry, se habrían ido cada uno por su lado, habrían repartido los muebles de la casa y a lo mejor se mandarían un mensaje por Navidad. Él habría regresado a Nueva York y ella habría conocido en Los Angeles al mismo novio chutado de anfetaminas del final de la película. Pero no, tienen un hijo que ambos aman con locura y al que ninguno de ellos está dispuesto a renunciar.

Mucho se habla de la brutal escena de la pelea, en la que dos adultos educados y contenidos dan rienda suelta a sus fantasías más macabras. Rompen a llorar, rompen las paredes y se desean la muerte. Todo eso ocurre, pero nunca delante de Henry. Él vive su proceso aparte, en un segundo plano y, aunque sea difícil de entender, de una forma mucho más sana de lo que parece y con la que me identifiqué enseguida.

Debe aprender a tener dobles celebraciones, dobles Halloweens, dobles cumpleaños y dobles navidades. Asumir que su “nuevo” papá es menos divertido solo que cuando estaba con mamá, y que mamá quiere y puede rehacer su vida con otro hombre al que nunca hará pasar por su padre. Henry sabe que Nicole llora en silencio y que Charlie se encuentra desvalido en una casa cutre donde debe crear hogar para su hijo (aunque sea colgando garabatos infantiles en la pared), pero no carga con ello en su día a día.

Es importante destacar ese esfuerzo en pleno Apocalipsis emocional porque, en una sociedad que premia la estructura familiar tradicional, se sigue confundiendo lo que es bueno para los niños. Niño con papá y mamá, juntos, siempre. Es importante que existan películas como Historia de un matrimonio para recordar que hay divorcios bien llevados que pueden hacer mejor la vida de los menores que el presenciar discusiones “salvavidas” de una relación muerta. Se puede hacer, y se debe hacer más.

También lo es para romper el tabú del hijo de padres divorciados, que lo sigue siendo aunque cada vez menos. Por desgracia, la violencia machista muestra cada día que los niños son víctimas directas y que, comparado con esta parte de la realidad, Kramer contra Kramer era un cuento de hadas. Pero el cine es inspiración, para lo bueno y para lo no tan bueno. Y ojalá inspire a muchos Nicole y Charlie a hacer las cosas bien por sus hijos.

Firmado: una Henry que siempre les querrá por habernos protegido de todo en los peores momentos, incluso de ellos mismos.

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