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Hora de balances: gobierno progresista, derechas españolas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

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Se apresuró a decir un portavoz del PP que el balance de Gobierno de Sánchez este martes “sería negativo por las barbaridades cometidas”. Sin sustentarlo, por supuesto, en datos concluyentes. Así opera el principal partido de la oposición, anotando una muesca en su propio balance. Lo cierto es que la realidad muestra un extraordinario esfuerzo del Ejecutivo progresista en paliar los efectos de la profunda crisis que ha afectado a España (como a la sociedad mundial) por el coronavirus, la guerra o los abusos de grandes compañías en el río revuelto.

En momentos críticos como los que está viviendo la humanidad, se impone el sentido común y se derrumban los mitos neoliberales. Así está ocurriendo en las economías avanzadas. Lideradas por España en una serie de cuestiones, se nos dice. Lo cierto es que la UE está dando respuestas opuestas a las de hace una década en la crisis anterior: inversión pública, deuda común, impuestos a las energéticas e intervención en los mercados de la energía.

España ha destinado a lo que llaman “gasto público” más dinero que nunca en 2021 y 2022, ajustando con impuestos proporcionales poder contar con mayores ingresos. Les recuerdo que denominarlo “gasto” es para que duela dado que se trata de una inversión social. El último consejo de ministros del año ha añadido hasta 10.000 millones más para ampliar las ayudas anticrisis y abaratar los precios, en el tercer paquete destinado a este fin. Suprime el IVA de alimentos básicos esenciales y lo reduce a la mitad (al 5%) en el caso de del aceite y las pastas alimenticias. Se darán también cheques de 200 a familias vulnerables y se congelan los alquileres entre otras medidas.

 Para esta labor el Gobierno ha contado con el consenso de la coalición progresista –con las fricciones propias de toda negociación- y sin duda con el apoyo de sus socios de investidura. Esos que enferman a la derecha y sus socios de ultraderecha y sus medios ad hoc.  

Con absoluta seguridad, un gobierno del PP no lo hubiera hecho. No lo ha hecho. Como muestra Madrid, que del dinero recibido en los pasados ejercicios ha logrado el récord de ser la última comunidad en inversión en Sanidad por habitante y la penúltima en educación, entre otros datos igual de significativos. Ayuso se consagra sin embargo como líder indiscutible gracias a la propaganda mediática de sus promotores. Ahí tienen otro dato para anotar en el balance del PP, de las derechas que en sectores clave del país operan juntas.

Es una variable fundamental. De pasmo ha sido saber que ante este paquete de medidas anticrisis las preguntas de los enviados por los medios han versado masivamente sobre Cataluña y el independentismo. No es la primera vez, claro. Las derechas tienen de tal manera amaestrados a muchos portadores de micrófono que ni sorprende ya que jaleen los intereses que resalta la oposición aunque no sean el tema esencial de la convocatoria. Es un problema gravísimo porque ni siquiera sorprende ya a las audiencias.

Hay gente que nos acusa a los periodistas críticos de tener manía al PP. Dado que en este momento la fiscalización de los desmanes políticos de las derechas es una práctica minoritaria, alguien debe pensar que algo de razón deben tener. Todavía existen personas –incluso las que se dedican a informar- convencidas de que la objetividad es criticar por igual al Gobierno y a la oposición, o yuxtaponer lo que “dicen”, como practica TVE en sus telediarios sin más precisiones, para que cada cual elija al gusto. Es la falsa equidistancia que a menudo consiste en poner en el mismo plano al agresor y a su víctima. Otro dato para el balance del desmedido peso de las derechas. Por supuesto, una ciudadanía educada en el pensamiento crítico sabe discernirlo, pero no ha sido un objetivo que se haya propiciado en España. Por las derechas, de nuevo. Bien claro, en aquel dicho que mi padre les atribuía: “Cuantos más burros haya, mejor cabalgaremos”.

    No es manía gratuita lo que provoca el PP. Es que nos ponen en peligro. En asuntos vitales. De caer en un centro sin médicos con una urgencia grave de salud, a cualquier edad –desde bebés a ancianos- o en cualquier geriátrico de rapiña. El riesgo de desviar el dinero público, de nuestros impuestos, para regar a contribuyentes de su causa o de ir viendo como desaparecen los servicios públicos.

El riesgo sobre todo de descimentar la cohesión de la sociedad fundamentada en que las desigualdades se palian con la enseñanza y la sanidad. El riesgo también de privar a nuestras mentes –algunas, muchas, ya lo están- de todo el universo de matices que constituyen la realidad y empujan al pensamiento a abrir cauces.

¿No lo ven sus fieles? ¿A este ese punto llega su sesgo al mirar, su odio o no se sabe qué? Como ejércitos orquestados, agreden con gruesos insultos a personas que ni conocen, ni alcanzan a saber por qué se las han señalado realmente. Sin duda, en la derecha es hegemónica la hipocresía del a dios rezando -no ruegan- y con el mazo dando y en ese vaivén algunos deben marearse. Pueden ser de otra forma y lo son en otros países, no en España. La crispación es otro logro que se anotan en su balance.

Son las derechas, incluidas las que se ubican en el PSOE mientras les parezca que su sol les calienta más, quienes tienen a este país en una inquietante crisis. Con el Tribunal Constitucional como bastión –parece que la idea del recurso del PP partió del propio Tribunal-. Atrincherados en sus puestos caducados. Hasta una renovación este mismo martes extraída con fórceps que al menos tumba el bloqueo del PP. Alentados por su prensa. Y la que amplía el círculo para reverenciar la Corona que les sirve a todos ellos de argamasa. Qué sonrojo ver los elogios al discurso tan vacuo de Felipe VI. No se implicó para nada en resolver la rebelión de las derechas al punto que será el tiempo el que diga si su tibieza no les ha dado más alas.

Una reflexión muy acertada que leí nos lleva a fijarnos en que no son todas las instituciones las que fallan como dijo el Jefe del Estado. El Gobierno, no. A pesar de las enormes dificultades por las que ha transitado desde la pandemia a esta amplia y traicionera oposición que no es política precisamente. Y ahí van llegando los resultados que se esforzarán en seguir tapando.

¿Cuál es el germen del odio cerril que suscitan en las derechas y sus plagas de adeptos agresivos? ¿Que se ocupan preferentemente de las necesidades de quienes más lo necesitan? ¿Que usan los instrumentos del Estado en su gestión de gobierno? ¿Que les restan privilegios? ¿Que les revienta no tener el poder? ¿Que no creen en la democracia?

La perfección no existe, desde luego. Pero la diferencia de objetivos y resultados es clamorosa y solo no querer mirar y no querer saber explica la situación en la que nos encontramos.

¿Críticas al Gobierno progresista a la altura de estos descalabros? Sí, pero sin malsana y culposa equidistancia. Que no se impliquen a fondo en resolverlos, sobre todo. Algo se empieza a ver. Deberíamos esperar, a pesar de semejantes losas, una reacción en positivo de todo profesional decente, desde cualquier función de la justicia, a la política de derecha e izquierda, al periodismo, al empresariado, a la Iglesia católica con su desmesurado peso en nuestra democracia aconfesional, a las fuerzas de seguridad, a la sanidad pública que es la que mejor está reaccionando, a la ciudadanía.    

En el balance de Gobierno y oposición destaca el uno con logros importantes en tiempos difíciles; el otro, en fructífera siembra de discordia para ver de pescar en la crispación un camino a La Moncloa y desplegarse sin labores sociales que aportar. Es posible, sin embargo, ver entre la niebla. No hacerlo conduce a peligrosos batacazos que, en estos casos, arrastran a toda la población.

 

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