La igualdad insospechada
El 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, se ha convertido en un día semáforo. Es alrededor de esa jornada cuando todo el mundo, incluso quienes durante el resto del año son resistentes o indiferentes a la agenda feminista, descubren a las mujeres y se multiplican los discursos –habitualmente victimizantes, todo hay que decirlo-, sobre distintas situaciones o realidades.
El efecto es paradójico porque, alrededor de esa jornada, también florece en demasiadas ocasiones todo un ramillete de tópicos y estereotipos. El carácter del 8 de marzo es político y reivindicativo y, si el año pasado estuvo centrado en la lucha contra la reforma de la ley del aborto, este año el foco debe colocarse en la situación económica de las mujeres –además de continuar oponiéndonos a esa reforma que ha vuelto a ser anunciada en vísperas de una nueva cita electoral y esta vez para eliminar los derechos de las mujeres más jóvenes y vulnerables-.
Cuando desde el feminismo hablamos de economía, no nos referimos a la visión clásica, la que se repite en las escuelas y facultades. La que habla de un sujeto varón que realiza un trabajo remunerado en cualquier actividad productiva. Esa es una visión incompleta y, por lo tanto, falaz. No existe ese hombre que, como una seta, sale de la nada y aparece ya adulto y sano en el mercado laboral.
Como dice Carmen Calvo, “el punto cero, aunque no le guste al patriarcado, son los paritorios, no el IBEX 35”. Así, la economía de la igualdad incorpora el mundo de los cuidados porque sin ellos es impensable cualquier actividad económica. Según los cálculos de la catedrática de Sociología y profesora del CSIC María Ángeles Durán existe un trabajo, ingente y vital para quienes se benefician de él, que no figura en los medidores de la riqueza de un país. Es el realizado por quienes en el hogar hacen la comida, atienden a los niños o mayores o cuidan a los enfermos. Si hubiera forma de contabilizarlo, el impacto económico de estas atenciones familiares representaría, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, casi el 55% del producto interior bruto (PIB). Y son las mujeres las que, en una proporción de tres a uno, cargan con este trabajo no remunerado sobre sus espaldas. Si lo traducimos en horas –y siguiendo con los cálculos de Durán-, esto quiere decir que por cada 100 horas de empleo se necesitan 127 horas para mantener nuestro estado del bienestar que no son pagadas, horas gratis que en su inmensa mayoría realizamos las mujeres.
Así, el verdadero debate político en este momento es: ¿quién pone el tiempo? ¿Quién lo regala? ¿A quién se lo regala? ¿Por qué lo hace? El verdadero debate político es recolocar la economía en una dimensión completa y real, una dimensión que no confunda empleo y trabajo (remunerado y no remunerado respectivamente). Porque como se decía en las manifestaciones de los años 80, a las mujeres trabajo nos sobra, lo que queremos, lo que necesitamos, es empleo.
Continuando con los estudios de Durán, las mujeres hacemos alrededor del 80% del trabajo no remunerado y en el 40% del remunerado, más o menos, una hora extra de trabajo para las mujeres como media. Al año son 365 horas, en una vida, ¿cuántos años de vida extra regalamos?
El verdadero debate político está en la necesidad de negociar un nuevo pacto generacional y un nuevo pacto de género, ya que no parece razonable que la expectativa para las mujeres sea seguir aguantando todo ese trabajo de forma gratuita. No parece razonable que la economía sea una “ciencia” parcial y ciega a las mujeres en pleno siglo XXI.
En España, todos los indicadores señalan cómo la combinación de las políticas económicas conservadoras, especialmente la reforma laboral, con los recortes en servicios sociales y el desmantelamiento del Estado del Bienestar tiene una primera consecuencia: la expulsión de las mujeres del mercado de trabajo. En esta legislatura se han perdido 162.000 empleos femeninos. El número de mujeres desempleadas se ha incrementado en 204.400 y la tasa de paro se ha situado en torno al 25%, llegando a alcanzar en 2013 máximos históricos próximos al 27%. Por primera vez en 40 años está cayendo la población activa femenina. Pero además de la destrucción de puestos de trabajo, el Partido Popular ha precarizado la situación laboral de las mujeres que tienen empleo: el 74% de las personas ocupadas a tiempo parcial son mujeres y en lo que llevamos de legislatura se han perdido 392.000 empleos a tiempo completo.
La brecha salarial ha llegado a alcanzar el 24%. Una brecha que aumenta especialmente en la edad de jubilación, pasando del 24% al 39%. A 1 de enero de 2015, la pensión media de los hombres era de 1.178 euros al mes, frente a 723 euros mensuales de la media de las mujeres.
Tenemos mucho que reivindicar para este año. A la urgencia de hacer todo lo posible por conseguir sociedades libres de violencia de género y a la exigencia al Gobierno de que retire la reforma de la ley del aborto y no amenace a las mujeres de 16 y 17 años, es fundamental reivindicar que queremos cobrar lo mismo y cuidar lo mismo.
La crisis actual es el resultado de un cambio de modelo económico que necesariamente trae consigo un cambio de modelo social que afecta especialmente a las mujeres. Las cifras son rotundas. ¿Qué valor alcanzaría la brecha salarial si se contabilizara todo el trabajo gratuito que realizamos las mujeres diariamente?
Es hora de parar este modelo de sociedad insostenible e injusto. Un modelo de sociedad que cercena, en la práctica, la capacidad de diseñar su propia vida a la mayoría de las mujeres. La igualdad pasa por los lugares en los que hasta ahora está inédita, por eliminar la asignación tradicional de los cuidados a las mujeres y por una Ley de Igualdad Salarial y una Ley de Usos del Tiempo que desmonten un sistema económico y social que continúa cerrando los ojos a los derechos de la mitad de la población.