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Impecables refugiados en Davos

'Un día en la vida de un refugiado', simulación en Davos 2017.

Ruth Toledano

Con la nariz roja por el frío de los traslados oficiales, y acaso por los excesos del buen vino, hemos visto a los mandatarios y millonarios del mundo en las imágenes que nos han llegado de Davos. Impecablemente vestidos, como exige un encuentro donde se representa al capital y al poder. Impecablemente optimistas, como se nos ha comunicado, acerca de los derroteros de la economía, a pesar de que tras la crisis mundial siga aumentando una desigualdad social que fomentan sus entramados financieros y sus propios patrimonios: los más ricos (muchos de los cuales han estado allí) son el 1% de la población mundial pero poseen el 82% de la fortuna global. Impecablemente feministas, a pesar de que son los principales consentidores y promotores de la discriminación de las mujeres en sus cuadros de mando y de la brecha salarial. Impecablemente preocupados por el cambio climático, aunque sean sus empresas y sus corporaciones las principales culpables del desastre.

En la agenda de Davos estaba también, impecablemente incorporada, la crisis migratoria y de fronteras. Esas migraciones que generan sus hambrunas y sus guerras, esas fronteras que ellos protegen a costa de las vidas de sus víctimas. Resulta moralmente penoso ver cómo se les llena la boca de solidaridad a los mismos que alimentan la injusticia. Pero Davos está tan impecablemente organizado que se ofrece una actividad muy especial para que los ricos y los poderosos tomen conciencia de las consecuencias de sus actos económicos y políticos: ‘Un día en la vida de un refugiado’, experiencia que propone la Crossroads Foundation.

Consiste en una simulación a través de la que los participantes en el encuentro de Davos (CEOs, ejecutivos, gobernantes, el rey Felipe VI) pueden vivir una (falsa) inmersión en la vida de un refugiado. Tiendas de campaña, policías armados, serrín por el suelo, ropas raídas tendidas de un cordel, cubos oxidados, alambradas o barreras que impiden el paso, portones con candados, renqueantes bancos de madera, mugrientos útiles de cocina, componen la puesta en escena donde los poderosos, impecablemente disfrazados de lo que no son, presuntamente se acercan a una dramática realidad a la que dan la espalda cada día. Una iniciativa semejante al Airsoft (ese juego que simula combates de guerra en el campo y que las empresas organizan para, presuntamente, desestresar a sus equipos: los jefes y los trabajadores se pegan tiros sin consecuencias un sábado por la mañana y aquí paz y después gloria; sobre todo, gloria, para los CEO).

La Crossroads Foundation anuncia que algunas de las personas que colaboran con la simulación son voluntarias que fueron refugiadas y considera que el simple hecho de “ponerse un rato en sus zapatos” puede generar empatía y recordar lo que el mundo suele olvidar: la experiencia real que sufren. Pero el caso es que observar las impecables fotos de esa experiencia simulada provoca la impresión de estar asistiendo a algo perverso. Cabe preguntarse si unas personas que han llegado tan alto en sus currículos y en sus cuentas bancarias carecen, sin embargo, de la capacidad de entender la realidad de las personas migrantes que precisan refugio y protección sin necesidad de ponerse un trapo en la cabeza o de ser obligados, de mentira, a ponerse de rodillas en el suelo. Por qué, a pesar del enorme acceso a la información del que disponen, no les ha bastado con ver las miles de imágenes que cada día nos muestran su tragedia real. Por qué necesitan de tal representación si esa realidad está cada día encima de las mesas de sus impecables despachos, en las actas de sus impecables reuniones, en sus impecables portafolios, en sus dossieres, en sus extractos, en sus acuerdos, en sus pactos, en sus conversaciones de altísimo nivel. Aunque ni mencionen esa realidad.

Viendo para lo que, en general, sirve Davos al bien común, a la redistribución de la riqueza, a la protección del medioambiente o a la desigualdad de género, ‘Un día en la vida de un refugiado’ es a la cuestión migratoria y de fronteras como un parque temático de la solidaridad, como un parque de atracciones de la mala conciencia, como la gentrificación de los campos de refugiados, como un fake de la Carta de los Derechos Humanos. Basta con repasar la lista de sus impecables sponsors: J.P. Morgan o Nestlé, por ejemplo. Se trata además de “un día” que ni siquiera, por cierto, dura un día sino 75 minutos, a diferencia de cualquier día en la vida de un refugiado, que debe de durar una eternidad.

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