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La imposible unidad del independentismo

Miles de personas reclaman la independencia en la plaza Espanya de Barcelona

Neus Tomàs

Al movimiento independentista se le podrán reprochar muchas cosas pero nadie podrá recriminarle que no tenga paciencia. Primero con sus dirigentes, divididos y desnortados, pero también con los que no entienden que lo suyo no es una fiebre que bajará con el tiempo. Esta Diada eran muchos menos que otros años, pero han vuelto a llenar el centro de Barcelona en un ejercicio catártico que prueba su capacidad de resiliencia a la espera del mazazo que significará la sentencia del procés.

Quedarse solo con que eran menos que el resto de años es menospreciar su capacidad de resistencia. Quedarse solo con que son una multitud es desdeñar el hartazgo existente en sus filas. En todo caso, la Diada ha servido para firmar una tregua temporal entre los partidos a los que sus votantes piden una unidad que a estas alturas se intuye imposible.

¿Unidad para qué? Esa es la clave. La lectura que Junts per Catalunya, ERC y la CUP hacen del referéndum del 1-O, la declaración de independencia y las consecuencias posteriores es tan dispar que hace imposible esa estrategia conjunta que les reclaman en la calle. Algunos diputados afines a Carles Puigdemont y defensores (al menos en público) de Quim Torra han empezado a repetir a modo de eslogan una frase: “Ponemos la directa hacia la independencia”. Si se les pregunta cómo y cuándo van a hacerlo no lo aclaran. Hace dos años, cuando se les formulaba la misma pregunta, la respuesta era igual de confusa. No hace falta recordar cómo acabó la cosa.

En octubre del 2017 el argumento que se esgrimió para no implementar la declaración aprobada en el Parlament fue que existía el riesgo de que se produjesen episodios de violencia en la calle. El hervidero de rumores en que se convirtieron esos días los despachos del Palau de la Generalitat incluyó avisos de que el Ejército estaba preparado para actuar en cualquier momento. En privado, en las múltiples reuniones que se produjeron se llegó a hablar de “baño de sangre”. El propio Puigdemont aseguró a quien quiso escucharle que él como presidente de la Generalitat no podía asumir un escenario de confrontación de este tipo.

El movimiento independentista catalán se ha caracterizado por su transversalidad y por su carácter pacífico y así sigue siéndolo. Por lo tanto, los dirigentes que insisten en que ahora ponen la directa deberían aclarar si han cambiado de opinión y están dispuestos a asumir un escenario de violencia. Si no es así harían bien en no prometer una independencia exprés.

En su discurso de investidura, Torra aseguró que iba a construir un estado propio en forma de república e impulsar un proyecto de Constitución propia. Más tarde, en una conferencia pronunciada hace un año, defendió que el independentismo tenía detrás a una mayoría del país. Si es cierto que se está diseñando una república, no se ha enterado nadie. Y el último sondeo del Centre d'Estudis d'Opinió, un ente que depende de la Generalitat, apuntaba en el mes de julio que el apoyo al independentismo registraba el porcentaje más bajo de los últimos dos años y se quedaba en el 48,3%. Es un apoyo muy alto, por más que haya quien pretenda desdeñarlo, pero no es mayoritario.

Si los partidos que defienden esta opción quieren que sea la preferida por los catalanes es imprescindible que dejen de mentirles. Decir la verdad no les garantiza que lo consigan pero ocultársela es cometer los mismos errores que tan caro están pagando algunos de sus dirigentes.

La autocrítica es imprescindible para no situar este movimiento en un callejón sin salida. En ERC parecen haberlo entendido mejor. Su secretaria general, Marta Rovira, ha reconocido que la votación del 1-O “no tuvo suficiente legitimidad”. Ella fue de las que más se enfrentó a Puigdemont en los estertores de la pasada legislatura. Pero ambos han logrado recuperar una mínima complicidad, la que no tienen ni han tenido nunca Junqueras y el expresident.

Mientras los protagonistas del futuro del independentismo sean los mismos que los de su pasado difícilmente podrá avanzar. Las rencillas y las complejas situaciones personales juegan en contra de esa unidad que les reclaman sus electores. Además, aunque a veces intenten disimularlo con grandes proclamas, son partidos y su razón de ser es acaparar el máximo de poder. Solo hace falta hacer un repaso a los pactos alcanzados tras las últimas municipales para constatar cuál es su prioridad. ERC quiere elecciones y no tiene ninguna intención de compartir lista con Junts per Catalunya. Y JxCat, en plena reorganización de su espacio, busca cómo evitar una mayor descomposición.

Si la sentencia es condenatoria, como temen los presos, el independentismo volverá a salir a la calle para mostrar su rechazo y más si el fallo implica penas altas. Es probable que se repitan fotos conjuntas como la que han protagonizado los partidos independentistas y los 'comuns' esta Diada en el acto organizado por Òmnium. Puede incluso que la manifestación postsentencia sea tan o más multitudinaria que la de este miércoles. Pero la pregunta seguirá siendo la misma: ¿Unidad para qué?

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