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Irene y los guardianes del fango

La ministra de Igualdad, Irene Montero.

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En las democracias tuteladas –como lleva demostrando ser durante décadas la española- una simple piedra remueve las aguas del lago que guarda una densa mugre en el fondo. Allí se asientan cimientos intocables, desde la corrupción a la escala de privilegios, desde el machismo feroz al conservadurismo recalcitrante aunque vista con ropas de vanguardia; el franquismo sociológico y los fascismos de nueva ola y, con ellos, cuantos mandan y deciden. Los guardianes del fango no toleran intrusos. Han vivido estupendamente así, eso es lo único que importa. Caiga quien caiga, o lo que caiga. Los cambios han de ser superficiales, lo más profundo no se toca.

Y allí fue Irene Montero y su equipo del Ministerio de Igualdad con sus leyes de protección a las mujeres y defensa de las agresiones que sufren por serlo. Pero no se limitó a un maquillado que quedara presentable para los dueños y dueñas de este país, ha pretendido cambiar esquemas. Y eso a los dueños del cortijo español les ha parecido intolerable. Se han revuelto hasta feministas de toda la vida partidarias de avanzar en pasos de toda la vida. Es complicado: hay cosas que crujen los compartimentos cerrados.  

La cacería sigue y alcanza proporciones apenas vistas incluso en la persecución de ella misma y su pareja. No, el estanque no se toca para nada. Lleva así décadas, engullendo además a quien se sale de las normas dictadas por sus mandamases. Van de caza, pues, con sus ojeadores y ojeadoras. Algunos en plan servil, como Paco El Bajo de Delibes; otros, con aires de suficiencia. Media España ya se ha convertido en experta en justicia, disposiciones transitorias e interpretaciones de jueces, y tres cuartos como poco se encuentra sacudida por la alarma social desatada en los medios.

El Telediario de TVE entrevista en apertura de edición a posibles víctimas de los agresores sexuales que salen a la calle. No hay matiz alguno, no hay información. Y ya se van sumando nombres sonoros de la comunicación para dictar sentencia en la prensa: La ministra abrasada. Abrasada por quienes encienden la mecha y la mantienen prieta y firme a ver si logran la dimisión.

Y que explote el Gobierno. ¡Por su culpa!, grita con severidad la redactora jefe de Opinión de El Mundo, Lucía Méndez. En TVE. Rivera fue, dice, el culpable de tener este gobierno. Albert Rivera, la gran apuesta del IBEX y sus vendedores mediáticos, vean sus reuniones “secretas” en 2018, que dejó Ciudadanos convertido en el Partido Mínimo y que solía hacer declaraciones terribles pero gustaba mucho a ciertos medios.

La presión sigue. Y la costumbre marca ceder. Lo practican las gentes dóciles. Aunque se revuelvan sapos dentro. Es mejor contemporizar, dadas las circunstancias: la judicatura es como es, los poderosos mandan, están los intereses de algunas empresas mediáticas y los de los informadores que les sirven. Mejor no menearlo. El eterno chantaje que hunde el progreso en honestidad. Y ahí sigue engrosándose el lodo.

No me digan ustedes que no es enternecedor que la COPE y sus empleados se rasguen las vestiduras por algunas interpretaciones judiciales que reducen la pena a agresores convictos. La COPE, la Conferencia Episcopal que la rige con nuestros impuestos, alza la voz contra las víctimas de la ley. Nunca han sentido el menor aprecio por los derechos de la mujer, ni por las violaciones o malos tratos. El “aguanta, hija mía” fue norma dictada en los confesionarios. Y ahora piden la cabeza de Irene Montero. ¿Les han oído hablar algo de los delitos de pederastia de miembros de la Iglesia? ¿Por qué tenemos que pagar con nuestros impuestos su hipocresía, su ley del embudo?  

¿Y el PP, que lleva al Parlamento de Estrasburgo el montaje sobre la ley del Ministerio de Igualdad a ver si cuela? Y no cuela. Solo le han secundado la ultraderecha y el partido escueto: Ciudadanos. Un diputado de sus filas, corto de modales, insulta en el Congreso español a la ministra llamándola inútil y soberbia sin mirar los espejos que brinda su partido. 

Y comparece Feijóo en el Senado increpando literalmente al presidente del Gobierno Pedro Sánchez como una metralleta que lanza mentiras a ver si bate el récord de Pablo Casado que hasta ahora lo tenía registrado en una cada 2 minutos. Mentiras, insultos y exageraciones tras un nuevo “mandato” de portada en El Mundo que pedía en boca del PP ser “implacable”. Sánchez se lo ha comentado con ironía: “No hay más que ver las portadas de los diarios conservadores para saber lo que va usted a hacer”.

La campaña contra Irene Montero sorprende por sus desmesuradas proporciones a propios y extraños. Y cala en mentes débiles comedoras de bulos, algunos burdos al límite, como copiados de la secta QAnon norteamericana. Estremece que se pueda andar por la vida con esas mentalidades. Echar a Irene, sí, lo consiguieron con Pablo Iglesias, porque así terminó decidiéndolo él. Ni lo intentan con la Dama Negra de las residencias de ancianos y del destrozo de la sanidad pública en Madrid. Ni con todo el conjunto de la corrupción que nos engulle. A Irene hay que echarla. Está atrincherada cuando le presionamos para que se vaya, piensan, dicen. Cuando tantos otros han obedecido el mandato del poder del pantano intocable. 

La fiscalía –que tampoco es una Institución que se caracterice en esta etapa por el abordaje firme de los problemas- se pronuncia y rechaza rebajar penas a violadores si siguen vigentes en la ley del 'solo sí es sí'. Faltará el Tribunal Supremo, ese Tribunal Supremo que hay. El juez Marchena, al mando. Han rebajado el tono, eso sí. Ahora la versión es que Sánchez cede –siempre rendirse en su actitud bélica- por conservar la coalición. Y además, las resoluciones judiciales son diversas para la misma ley. Una sentencia del TSJ de Murcia destaca que con la ley del 'sí es sí' habría elevado la pena a un agresor. Pero el daño perseguido está hecho, la deshumanización conseguida en los becerros que manipula el sistema. 

Están en campaña electoral. Para las municipales y autonómicas al menos. Ya tienen lista la condena en la plaza pública de Irene Montero por haber hecho -junto a otros seis ministerios y los avales de alto rango pertinentes- una ley para delitos de agresión sexual, para el consentimiento preceptivo. Lo cambiaremos por grandes loas a la reducción de la sanidad y otros derechos, a ser posible servida en jarras de cerveza. Seguramente les saldrá el tiro por la culata, pero se han empleado tantos y tan a fondo que aún habrá que verlo. 

A la izquierda, a la vez, le ha dado por volver a restarse desde la enésima refundación. Cuando se abre sin filtros el espectro de la escucha se cuelan muchas veces cantos de sirena, acreditados incluso como tales. Y gente extraordinariamente valiosa en política se desubica. Momentáneamente, esperemos. Como si el fondo del lago inamovible mandase sus emisarios precisos.

Aguas muy tenebrosas. Llevan décadas sin dragarse y ahí siguen las corrupciones varias de las instituciones, sedimentadas. Igual metiendo la pala de una vez, aparece hasta el brazo incorrupto de algún santo, los restos de los cerebros lavados o la decencia perdida. La única manera de solucionar el problema es entrar a fondo y actuar. No puede estar más claro que a quien perturba su estercolero lo crucifican, por eso siempre se termina por ceder. Cuando es preferible entrar a fondo y cambiar radicalmente la tónica española que siempre dicta temor, no molestar a la bestia. Y si el monstruo se enfada, modificar leyes y conductas, amedrentarse, desistir, tragar… aguas podridas que siguen alimentando esta democracia tan imperfecta. 

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