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La izquierda lo va a pagar

El socialista Pedro Sánchez, y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, tras firmar el acuerdo para la formación de un Ejecutivo en noviembre de 2019. EFE/Paco Campos

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El Gobierno se puede romper de un momento a otro provocando la anticipación de las generales. O Pedro Sánchez puede aguantar unos meses con pactos puntuales en el Parlamento. Tirar con lo que hay y tal como está o un replanteamiento de la alianza entre el PSOE y Unidas Podemos es difícil si no imposible. Se verá por dónde se sale. Lo único claro es que la crisis de la ley del “sí es sí” ha sido un durísimo golpe para la posibilidad de una victoria de la izquierda en las elecciones de dentro de menos de un año. Lo más seguro es que ya sea insuperable. Y las perspectivas para las municipales también se han visto recortadas.

Porque esta crisis ha mostrado demasiado a las claras y los ojos de todo el mundo las insuficiencias y limitaciones de este gobierno. Y lo que es peor, su capacidad de cometer errores inexplicables en políticos mínimamente duchos en su oficio. ¿Se pueden borrar esas sensaciones que no son de un día, sino que se han repetido semana tras semana, durante más de dos meses? No hay muchos antecedentes de que eso se haya logrado en un periodo tan corto. Lo ocurrido se va a pagar en las urnas. No hay otra.

Sobre todo, porque la nefasta actuación de los líderes socialistas y en particular de Pedro Sánchez no tiene justificación posible. Han cometido demasiados errores de bulto y demasiado graves.

No se entiende cómo permitieron que la ley fuera aprobada, primero por el Gobierno y luego por la mayoría parlamentaria, cuando relevantes miembros del equipo  -el ministro de Justicia Juan Carlos Campo y la vicepresidenta Carmen Calvo- habían advertido de los efectos indeseados que podía tener el texto.

Ambos políticos fueron cesados. ¿Porque Sánchez había decidido que no se podía contradecir la voluntad de Podemos, autor de la ley y de sus errores, porque eso podía suponer la ruptura del Gobierno? La dureza con que Pablo Iglesias se había manifestado contra Yolanda Díaz simplemente porque esta no había salido en defensa de la ministra de Igualdad cuando ya habían caído las primeras revisiones de sentencia dejaba bien a las claras que Podemos estaba dispuesto a todo con tal de que no se pusiera en cuestión la capacidad política de Irene Montero.

Y Sánchez cedió. Y Podemos arremetió contra los jueces sin que desde el Gobierno nadie les dijera que se estaban pasando. Y también callaron cuando destacados representantes de la judicatura democrática dijeron que no se podían evitar las revisiones porque la ley las permitía. Que eso solo se habría evitado con una disposición transitoria que a ningún ministro socialista se le ocurrió añadir o no se atrevió a hacerlo para no indisponerse con Podemos.

¿Qué habría pasado si Sánchez hubiera optado por el camino contrario, el de decirle a Irene Montero que o cambiaba la ley o el Gobierno no iba a aprobarla? ¿Diez u once meses más de legislatura compensaban ese trágala cuyas consecuencias pueden ser nefastas? ¿Creyeron Sánchez y sus expertos que las revisiones iban a ser algo puntual y que no iba a ir a más? ¿Por qué tardaron más dos meses en darse cuenta de que eso no iba a ser así, que el fenómeno era imparable e iba a tener un impacto fortísimo en la opinión pública?

Puede que el presidente del Gobierno hubiera pensado que si el amplio malestar ciudadano que habían provocado las reformas de los delitos de sedición y malversación había podido aplacarse un tanto, lo mismo iba a ocurrir con las revisiones de condenas y las excarcelaciones. O que ya habría tiempo para explicar que no era para tanto, tan solo reducciones de muy pocos años.

Se equivocó y el mal ya está hecho. Además, las relaciones con Podemos están peor que nunca. El vodevil de las negociaciones para reformar la ley del “sí es sí” está demostrando cada día que Irene Montero, Ione Belarra o Pablo Echenique no han modificado un ápice su postura inicial, que el desastre que la ley ha provocado no va con ellos.

Cabe sospechar que su visión global de la situación es radicalmente distinta, si no opuesta, a la que hacen Pedro Sánchez y el PSOE. Y más concretamente que el objetivo prioritario que hasta ahora ha movido al líder socialista, el de volver a ganar las generales, no es para nada el de Podemos. Se diría que Pablo Iglesias, que sigue siendo el inspirador máximo y único de la política de su partido, no cree que la izquierda pueda volver a ganar y que su prioridad es prepararse lo mejor posible para entrar, seguramente por mucho tiempo, en la oposición. Y que es bueno llegar a esa situación con gallardía, sin haber cedido en nada a los socialistas, sus rivales de siempre.

Es difícil intuir los planes de Pedro Sánchez a medio y largo plazo. Pero si en estos figura, o figuraba hasta hace poco, el de renovar su pacto de gobierno con Unidas Podemos, su proyecto tiene debilidades flagrantes. Porque ese pacto ya ha caducado, no tiene sentido prolongarlo y con esa propuesta como portaestandarte es muy difícil ganar las elecciones. El líder socialista ha perdido la ocasión de adelantarse y evitar males mayores. Y solo porque no cuadraba en su plan de hacer valer el impacto social que habría de tener su política de gasto y su mayor influencia en el escenario internacional. Para esos pocos millones de votantes que deciden la suerte de las generales, los efectos de la ley del “sí es sí” pesan mucho más que eso. Que las elecciones se ganan con emociones, positivas o negativas. Y no con sesudos análisis.

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