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Jueces solos ante el peligro

Javier Gallego

El premio más repartido de ayer nos lo dio el juez Castro a todos los españoles al imputar a la infanta Cristina por delitos fiscales que atentan contra los intereses de toda la ciudadanía. El mayor premio se lo dio Castro a la Justicia española, a la que ha salvaguardado de los tejemanejes políticos. Contra viento y marea, contra Gobierno y monarquía, contra Horrach y Fiscalía, ha decidido lo que era de sentido común pero las manos negras trataban de evitar: que la infanta responda de su responsabilidad en el blanqueo de dinero como directiva de Nóos.

Castro acusa a la hermana del rey de ser cooperadora necesaria de su marido y le reclama 2,6 millones de euros en concepto de responsabilidad pecuniaria. Se agradece que haya corroborado que ni las mujeres son tontas ni el amor es ciego, como quiere hacer creer la defensa. Se agradece que no nos tomen por tontos.

Pero esto no puede servir como coartada para decir que la justicia ya es igual para todos. No es la justicia la que se ha impuesto, es la tenacidad de algunos jueces. Espero que el nuevo rey, en su primer discurso de Navidad, no nos quiera hacer creer, como su padre, que esta es la prueba irrefutable del buen funcionamiento del sistema.

No podemos olvidar que el juez Castro ha tenido que sortear innumerables obstáculos que han estado a punto de sacarle del caso y que ha protagonizado un encarnizado folletín con el fiscal, al que ha tenido que rectificar auto a auto. Puede que lo de Horrach sea solo exceso de pleitesía, aunque su obsesiva dedicación a la defensa de Cristina de Borbón hace difícil creer que no le hayan llamado de Moncloa y Zarzuela, como asegura. En cualquier caso, es evidente que la infanta no ha recibido un trato igualitario porque, reconozcámoslo, no es igual a cualquier ciudadano. Es hija y hermana de reyes en una monarquía que no gobierna pero aún manda mucho. Moverá todos los hilos para que conserve esos privilegios también en el estrado.

Hay que felicitarse porque por ahora sus maquinaciones no han conseguido evitar que un miembro de la Familia Real se siente en el banquillo de los acusados por primera vez en la historia. Es un triunfo histórico de un juez valiente que no se ha dejado amedrentar ni manejar. Es un gran paso para la Justicia española pero un pequeño paso en el proceso, en realidad. Estamos solo en la fase de instrucción y ya se ha encargado el PP de mandar el recadito de que el Tribunal Supremo suele revisar a la baja las penas de Castro.

Hasta jueces conservadores del máximo tribunal se revelaron la pasada semana contra estos intentos de manipulación del Gobierno, imaginen la presión a la que están sometidos. Imaginen también el miedo a enfrentarse a ellos. El reguero de cadáveres es cada vez más largo: Garzón y Silva, inhabilitados; Ruz, próximamente apartado de la Gürtel; y el fiscal general, dimitido. La Justicia española libra un duelo a muerte con el Gobierno en el que cada pequeña victoria judicial se cobra una víctima en la judicatura.

En el cómputo global, no parece que vayamos ganando la guerra, a pesar de las honrosas conquistas. Se ha conseguido encerrar a algunos corruptos, incluso de primera línea, se va a sentar a una infanta en un banquillo de acusados y se ha hecho dimitir a una ministra, sí, pero ya está recolocada con mejor sueldo; la plana mayor del PP sigue campando a sus anchas, Rato y Blesa están libres y los jueces van cayendo como moscas cada vez que sus pesquisas se aproximan a la cúpula.

Están solos ante el peligro. Asediados también por la prensa cortesana. La indignación pública y la movilización social es su única defensa. Si el pueblo se esconde en sus casas a ver cómo los acribillan, veremos solo heroicos sacrificios humanos. La justicia no es igual para todos, por eso más que nunca, es cosa de todos.

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