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El juguete de dios

Montero Glez

Denominar al problema con el nombre de la solución es algo que viene sucediendo desde que el mundo tiene dueños; hombres y mujeres que no hablan otro lenguaje que no sea el lenguaje del poder. Con ello, para conducirnos con criterio, lo más razonable es dar la vuelta al falso discurso. Por ejemplo, que un Banco se presente como Popular nos lleva a suponer que el citado Banco es de todo menos popular.

Algo parecido revela la noticia que saltó el otro día, anunciándonos la quiebra del citado Banco y su posterior adquisición a cargo del Banco Santander, entidad famosa por su apuesta especulativa sobre el índice de las necesidades primarías. De ahí que su presidenta forme parte de los Selectos Cielos de las Finanzas o lo que es lo mismo, del club Bilderberg; una pandi que se reúne para diseñar el mapa de un mundo donde los ricos, de los países ricos, hacen negocio con los ricos, de los países pobres, siendo los pobres de ambos países los que pagan las transacciones. Según rumores, el otro día, en la reunión anual del Bilderberg, se podría haber decidido la compra del Banco Popular y también su precio. Un euro.

Vamos a ponerle unas gotas de vinagre histórico al asunto para contar que el Banco llamado Popular era del Opus y que, en los tiempos del desarrollismo, sus accionistas habían recibido el bautismo de las pymes; vender dinero a la pequeña y mediana empresa. De esta manera, la clase media que había recibido el santo sacramento, se ponía a trabajar duro para la gloria de Dios y de los bolsillos de sus banqueros.

Tampoco hay que olvidar a los ahorradores que depositaban dinero a plazo fijo; gentes que creían en los milagros y que se pensaban que ahorrando podían hacerse ricos, ignorando que con el ahorro se fortalece el idealismo y de esta manera, el ahorrador se desliga de la realidad material y de la conciencia crítica.  

Porque el dinero es una mercancía que sólo aumenta su valor de cambio cuando está en manos del banquero. Es decir, que nunca tendrá el mismo valor el dinero ingresado que el dinero comprado en el mismo banco. Las trampas del poder con su lenguaje, permiten que a esta ganancia del banquero se denomine “riesgo”.

Por lo dicho, conviene dar la vuelta al discurso de Ana Botín cuando nos cuenta que va a trabajar duro pues, como ya se sabe, el capitalista no trabaja. Por algo asume “riesgos”. 

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