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Entre la justicia y la impunidad

Palestinos desplazados sostienen ollas y baldes vacíos a la espera 
de ayuda alimentaria en el campo de refugiados de Rafah.

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Siempre es lo mismo y apenas hay un punto intermedio entre la justicia y la impunidad: paños calientes cuando a menudo se precisa amputar. Es la historia de este periodo histórico que se conforma con el mal menor y, de esta forma, está repitiendo sus peores tragedias.

La Corte Internacional de Justicia de la ONU no se ha atrevido a hacerla completa –por el momento– ante la demanda de Sudáfrica contra Israel por el genocidio del pueblo palestino. En consecuencia, ha dejado grandes márgenes de impunidad. Para muchos el Alto Tribunal ha dictado un auto histórico al declarar que tiene jurisdicción para juzgar el caso, al pedir a Israel medidas cautelares para proteger a los palestinos de un “posible genocidio” y que reporte resultados en un mes. No ha requerido un alto el fuego como pedía Sudáfrica –y el sentido común–. Su ministra de Exteriores ha dicho que hubiera sido preferible ese alto el fuego para cumplir las demandas, frente a la euforia de otros. Siempre es el resultado de ceder y conformarse con el mal menor.

De entrada, y aunque los dictámenes de la CIJ son vinculantes, no tiene forma directa de aplicarlos a no ser con la colaboración de los países implicados de los que espera ejerzan algún tipo de presión. Estados Unidos –como Rusia, China, India, Ucrania o Israel, entre otros– no han ratificado el Tratado. Todavía es más voluntaria su participación.

Todos quienes suministran armas o dan su apoyo y comprensión a Israel, país que –no lo olvidemos– supo un año antes los planes de Hamás y no hizo nada por evitarlo, pueden parar esta ofensiva en cualquier momento. Sus prácticas son más que evidentes, casi nos salpican físicamente desde las imágenes. A la vista de lo que la Corte ha pedido a Israel que evite hacer durante un mes... lo que ha venido haciendo.

Casi 26.000 muertos y 62.000 heridos, aproximadamente la mitad, niños, no han sido suficientes para exigir un alto el fuego. No lo ha sido el ver críos heridos, temblorosos, mutilados, vueltos a bombardear en los hospitales, asesinados. Lo mismo que los adultos, atropellados en el suelo sus cuerpos por vehículos del ejército israelí, entre risas y bailes si apetece, machacados sus cementerios…

Según ha comprobado el Tribunal y contaba Íñigo Sáenz de Ugarte: “Tras la misión en el norte de Gaza, la OMS informó de que el 93% de la población de Gaza, una cifra sin precedentes, sufre niveles de hambre propios de una crisis por no haber alimentos suficientes y altos niveles de malnutrición”. Les han destruido sus casa, escuelas, la universidad, centros médicos...

¿Y hace falta más pruebas? ¿Más víctimas? ¿Que se avenga Netanyahu a aceptar la competencia de este tribunal? La ONU y la OMS ya no son gratos a sus ojos. Con ejemplos bien claros: el elevado número de muertos de su personal asesinados por Israel. Los periodistas tampoco les gustan: a los locales los matan en cifras de récord absoluto de cualquier otro conflicto, a los internacionales no les dejan entrar. Egipto tampoco, por cierto, y es que se olvida que allí manda un dictador.

Pues no, ya tenemos otro enemigo de su Israel: Netanyahu respondía pocas horas después de su dictamen al Tribunal de la ONU: “Estamos librando una guerra justa y la continuaremos hasta la victoria total, hasta que derrotemos a Hamás”, ha dicho y ha acusado a la Corte lnternacional de hacerse con “una marca de vergüenza que no se borrará durante generaciones” por afirmar que están cometiendo un genocidio.

A estas alturas de la historia, cada vez encuentro más cierto que dar soluciones a cuentagotas no salva vidas. Y que aceptar justicia en dosis no es justicia. Esas demoras en abordar los problemas serios demuestran que, lejos de arreglarse solos, suelen empeorar. La gente no termina de enterarse, en sus miedos, que somos marionetas de intereses cruzados. Mueven ficha en Estados Unidos por las inminentes elecciones y por las dudas de altos vuelos en los beneficios. Solo tomar las riendas avanza en el remedio.

Nos sirve de ejemplo España y su justicia, en el retraso aceptado por cumplir el mandato constitucional y renovar a tiempo sus órganos rectores antes de llegar a la insólita revuelta en la que estamos. Y los medios, como siempre. Y esas políticas que se saltan con pértiga toda decencia y todo escrúpulo. Hoy no toca, porque los males endémicos tocan siempre. Y, por supuesto, las incongruencias del mejor gobierno posible, porque el mejor posible no equivale a ser el culmen de la excelencia.

Toca la población palestina a ver si suena la campana e Israel deja de herir, mutilar, pisotear, destruir, matar… La ministra de Asuntos Exteriores de Sudáfrica ha incluido en sus declaraciones una gran verdad: “Apoyamos al pueblo palestino y le pedimos que no pierda la esperanza, ya que anteriormente nos deshicimos del régimen de apartheid.”

Es así. Pero cuesta. Mucho más cuantos mayores son los impedimentos que se enfrentan. Y aun con todo se puede. Con la suma de muchos y siempre avanzando al menos en la solución buscada, sin retroceder como no sea para tomar impulso: acercándose más hacia la justica que hacia la impunidad.

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