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La línea roja del mal en el mar

Miembros de la Guardia Civil, junto a un cadáver hallado en la playa de la Ribera, en Ceuta. / Efe

José Saturnino Martínez García

Líneas Rojas —

En España han muerto casi 900 personas debido a que ETA consideraba que su proyecto político era más importante que los derechos humanos. EEUU, en su origen, era una democracia compatible con la esclavitud, debido a que se le daba más importancia a la propiedad privada que a los derechos humanos. Fascismos y comunismos a lo largo del mundo han masacrado a cientos de millones de personas porque consideraban que sus ideologías eran más importantes que los derechos humanos.

Podemos seguir con la interminable lista de las ignominias de la historia. Cada dolor que causan en una persona de carne y hueso es indescriptible, y la lógica maléfica que se desarrolla tras cada una de estas brutalidades es única en cada ocasión. Por eso hacemos un flaco favor a la comprensión del mal cuando intentamos reducirlo todo a una única lógica (son “terroristas”, son “nazis”…). Pero ello no quita que la historia del mal tenga una línea roja que siempre lo separa de la historia del bien: las invenciones humanas (la patria, la propiedad, la raza, la revolución…) son más importantes que las vida humanas.

Están del lado del mal quienes apoyan que una institución, una idea, una ley o cualquier creación humana justifican matar o no ayudar a una persona. Si vivimos en un país con 15 muertos por una convención social como es una línea en un mapa, y no hay responsabilidades de ningún tipo, la marca España está del lado de la ignominia.

El control de fronteras es necesario, pero será justo sólo si los protocolos para defender esas fronteras no ponen en peligro la vida humana. Si hay muertos, y somos un país de gente decente, quienes hayan diseñado esos protocolos deben dimitir, simplemente por dignidad y por buena conciencia, sin que nadie se lo pida. Pero si se dice públicamente que esos 15 muertos son “violencia proporcionada”, se ha cruzado la línea roja del mal.

Además, a la muerte física se suma el deprecio simbólico de considerar que hay víctimas de primera, que merecen nuestro apoyo y respeto, y víctimas de segunda, que se merecen lo que les ha pasado. Los malvados siempre aseguran que la víctima se lo tiene merecido.

Podemos entender que al calor de la acción, quienes están sobre el terreno tomen decisiones equivocadas, que valoren mal los riesgos, o que la confusión sea tal que haya muertes. Lo que no tiene sentido es decir que en un mundo justo eso pueda pasar una y otra vez. Habrá que reconocer que se ha pasado una línea roja, y tomar medidas, con responsabilidades políticas y morales. Debe haber dimisiones, al más alto nivel, y así hay que exigirlo. Pero además de eso, por favor, que salga alguien a decir que no puede dormir porque en ese contexto se optó por disparar y no por ayudar.

También podemos entender que, en caliente, en un momento de caos, alguien se equivoque y dispare un arma en lugar de tirar un salvavidas como debería; pero es repugnante que eso se pretenda defender en frío, cuando el peligro ha pasado. Es decir, defender que vivimos en el mundo del mal, donde los derechos humanos valen menos que una línea sobre un mapa.

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