Nuestra lucha por el poder (8M)
Si las mujeres tuvieran poder, ¿qué sería un hombre sino una mujer que no puede dar a luz?
Creo que cada mujer guarda en su interior el recuerdo de ese momento en el que sintió por primera vez la humillación, la rabia ante una desigualdad impuesta desde fuera que jamás había sentido en su interior. Probablemente también atesora el recuerdo de su primera rebelión. La mía la tengo grabado a fuego y versa de mis 12 años. Teníamos en el cole de las monjas un profesor de matemáticas, don Carlos, comandante veterano de la División Azul. Sí, sí, tal y como lo digo. Entró un día con su bigote del fascio haciendo aspavientos con las manos y gritando: ¡Abran esas ventanas, que aquí huele a niña indispuesta! Yo era aún ajena a la menarquia pero la sensación de humillación, de estar siendo sometidas a un acto de vergüenza colectiva por una circunstancia que a mí ya me habían explicado normal y natural me hizo saltar del pupitre y ponerme en pie. Y sí, me enfrenté a aquel personaje, y sí, acabé en el despacho de la directora. “Solo sé que la gente me llama feminista cada vez que expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo”, dijo Rebbeca West. Ese día yo comencé a llamarme feminista sin aún saberlo.
La lucha de cada mujer empieza con la primera bofetada de realidad y continúa, persistente y cansina, cada uno de los días de su vida. Así fue durante mucho tiempo, algo individual, un acto de rebeldía y de dignidad personal, en este país en el que el franquismo adormeció y trituró tantas cosas. Luego en los años 80 empezamos a leer a otras mujeres, a oír a las generaciones anteriores que habían comenzado la lucha política de forma clandestina. Consiguieron y conseguimos muchas cosas. Hasta hace un par de décadas definirte en público como feminista era tomado como una especie de excentricidad. Recuerdo hace años haber llegado un ocho de marzo cargada de rosas a mi trabajo en un medio, para regalarle una a cada compañera, y que muchas me preguntaran a qué venía tan bonito gesto.
Ahora estamos en las calles. Nuestra lucha las llena desde hace unos años y nuestras reivindicaciones y nuestro levantamiento colectivo han derivado en una fuerza política de una magnitud tal que produce miedo. ¡Estamos mucho más cerca! Solo con oír crujir los pilares del patriarcado, con observar la atención que nos dedican ideologías y partidos que jamás habían tenido un hueco para nuestras demandas, con sentir el interés de los mercados, simplemente con comprobar que el feminismo ya es temido, como sujeto político, con ver cómo todos se llaman y se predican y se disfrazan de feministas, tenemos una aproximación a nuestro éxito. Ninguna lucha por el poder se hace sin resistencia y la nuestra es también una lucha por el poder. La igualdad total comprende la obtención por las mujeres de la cuota de poder real y completa a la que tenemos derecho. Produce muchos escozores afirmar rotundamente que el feminismo es una lucha por el poder, porque eso es precisamente lo que el patriarcado está más celosamente dispuesto a negarnos.
Cuando un movimiento político pasa a ser un adversario que pelea por el poder, muchos se ponen nerviosos. Por eso nos salen tantos enemigos y tan encarnizados y revestidos de las formas más diversas. Por eso pretenden domesticar nuestra lucha, volverla a lo que consideran sus cauces, confundirnos hasta hacernos perder la brújula. Desde dentro y desde fuera. Por eso pretenden que nuestra lucha sea abierta a todo y, por tanto, vaciarla por ocupación. Por eso nos quieren despojar hasta de nuestra esencia de mujeres y de nuestra condición de oprimidas para pretender obligarnos a coger las banderas de todos los oprimidos del mundo, hasta que por el camino perdamos las nuestras propias.
El feminismo no es ocupar las calles, pero tampoco podemos aceptar ser desalojadas de ellas precisamente por tratarse del feminismo. Las concentraciones del 8M han sido prohibidas por los jueces en un acto de injusticia y de desigualdad entre las feministas y todos los que se han ido manifestando durante la pandemia y con todas las mujeres que sí van a poder hacerlo en el resto del territorio nacional. En la ponderación de derechos, los nuestros ¡qué importan! Somos simples mujeres. Lo nuestro no es importante o ¿es que nos tienen más miedo que a los demás? Esta resolución debe ser recurrida hasta el final. Yo ya no fui a la manifestación del año pasado y no voy a ir a la de este –mi vulnerabilidad inmunológica me lo impide y la prudencia pandémica también–, pero me revuelvo si pretenden mandarnos a casa por las buenas como no lo han hecho con ninguna otra reivindicación: ni siquiera con la de los negacionistas de la pandemia que camparon sin mascarilla. Nada menos que trece sociedades científicas han salido con un comunicado para apoyar la prohibición a las mujeres de Madrid. ¡Trece asociaciones de médicos y científicos que callaron ante la hostelería abierta y las caceroladas y los ensalzamientos fascistas, pero que se atreven con las feministas! Pobres y tontas y locas mujeres.
El acto administrativo de prohibición llevado a cabo por la Delegación del Gobierno de Madrid es un acto político y es un acto de miedo. Somos más poderosas en tanto en cuanto nos temen. La derecha, que nos teme mucho más que la izquierda, utilizó espuriamente como arma política las manifestaciones del año pasado para embestir contra el Gobierno que pretende derribar. Nos volvieron a utilizar, como tienen por costumbre, como a niñas estúpidas que no saben lo que hacen y a las que otros les mueven los hilos. Tanto que han llegado a decir que las manifestaciones las convocaba el Gobierno. No olvidemos tampoco que el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco, estuvo injustamente imputado por estas manifestaciones, sin que se cuestionaran ningún otro de los actos masivos que se celebraron simultáneamente. Sufrió pena política de banquillo por las manifestaciones del 8M. Así que somos un arma en la batalla política pero se olvidan de que, sobre todo, somos combatientes en ella. Poniendo la pelota en el tejado de los jueces, la amenaza política se despeja y pasa a ser una decisión ajena e independiente. La prohibición total ha sido una cobardía que han ratificado los jueces, aunque comparto el llamamiento a no salir masivamente a las calles. Bastan unas pocas. Basta demostrar que somos capaces de exigir igualdad también en nuestras reivindicaciones. Las demás seguiremos haciendo la guerra en cada trinchera diaria y nos vestiremos el lunes de lila para ir al trabajo y nos pondremos lazos morados y sacaremos globos en los balcones.
Las terrazas rebosan en Madrid de público, los franceses nos invaden para darse a la fiesta y no habría justicia alguna en prohibir precisa y únicamente los actos de las feministas. '¡Aquí estamos las feministas!' es un eslogan muy querido que va a volver a resonar en Madrid y en el resto de España el lunes. Con o sin prohibición. Habrá grupos de 19 mujeres por la ciudad, las justas para no ser una concentración. Con menos voces, atenuado por las mascarillas, con más distancia pero amplificado por la seguridad que nos da saber que vamos ganando, que cada vez esta más cerca, que van a aprender a respetarnos aunque no sea más que porque se han dado cuenta de que somos temibles.
¡Ni con sonrisas van a detenernos, hermanas, cuanto menos con prohibiciones!
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