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La luciérnaga, el gorrión y la sardina

Gorrión común.

José Luis Gallego

Es posible que el lector se haya sorprendido al leer este titular con aire de fábula en la columna de opinión de eldiario.es. Sobre todo en estos momentos: cuando la actualidad política aprieta tanto y hay tanto en juego. Pero es que lo que me dispongo a contarles no es una fábula. Ojalá lo fuera.

El propósito del titular es ése: romper la dinámica y llamar la atención de todos sobre un tema que considero tan importante para todos aunque nos preocupe solo a pocos. Porque lo que está pasando, lo que sigue pasando ahí fuera, en la naturaleza, es tremendo.

Permítanme que, más allá de preguntarles cuánto hace que no salen al campo, insista en preguntarles cuánto hace que no ven una luciérnaga, una mariquita, un ciempiés.

Cuánto hace que no escuchan a los grillos, que no dan un par de manotazos al aire al oír el zumbido de una abeja. Que no les distrae el soniquete de las golondrinas en los alambres de la luz o el vuelo bajo de una libélula.

Hace cuánto que no acuden los gorriones a las migajas del parque, que no les salta ningún saltamontes a los pies, que no juegan con las tijeretas.

Lo más inquietante de la pérdida de biodiversidad, de esa acelerada extinción de especies que según los expertos está sucediendo a un ritmo hasta 1.000 veces superior a lo que sería natural, es que acontece en buena parte por la base: la que representan todos los que les acabo de citar.

Estamos perdiendo a la infantería de la naturaleza. Lo que desaparece ahora son los primeros eslabones de la cadena trófica, y además se están yendo de puntillas. Porque el descenso, que afecta de manera generalizada a todos los ecosistemas del planeta, incluidos los marinos, se está produciendo en el más absoluto anonimato.

Uno de los descalabros más sobrios es el de la sardina. El año pasado, un informe científico elaborado por los investigadores del Consejo Internacional para la Explotación del Mar (ICES, por su sigla en inglés) alertaba de que las poblaciones de sardina ibérica están en caída libre desde 2006 y se encuentran en mínimos históricos.

El descenso está resultando tan precipitado que la especie ha pasado en apenas una década de ser relativamente abundante a encontrarse en serio peligro de extinción. Algo que con toda certeza científica ocurrirá si no se ponen en marcha acciones inmediatas para garantizar su conservación.

Para evitar su desaparición los expertos recomendaron suspender terminantemente y con carácter inmediato la pesca de la sardina (captura cero) en nuestras costas y las de Portugal. Lo que proponían con los censos y las estadísticas en la mano es dejar de pescar sardinas para darles un respiro y seguir pescándolas una vez se recuperasen las existencias. Pero no hubo manera. Ahora el ICES ha presentado un nuevo informe en el que denuncia que el plan de gestión propuesto por los gobiernos de España y Portugal para detener el declive de la sardina no es suficiente (“no preventivo”) y recomiendan un mayor compromiso para evitar el colapso definitivo de la especie.

Estamos hablando de la sardina, la humilde y antaño abundantísima sardina ibérica, que se va, que se nos está yendo. Por eso a muchos les causó tanta sorpresa que la sardina apareciese en una de las esquelas publicadas por Greenpeace (#RIPBiodiversidad) el pasado Día Internacional de la Diversidad Biológica (22 de mayo), junto al tigre, el orangután o el tiburón ballena. Esa campaña de Greenpeace fue un relámpago, un electrochoque.

Porque mientras se recupera el panda gigante (por favor, no le llamen oso), el lince ibérico o el gorila de montaña, lo que ahora está cayendo en picado es lo que hasta hace poco considerábamos común y dábamos por imperecedero. Por todo ello les apuntaba que no, que lo de la luciérnaga, el gorrión y la sardina no era el título de una fábula. Ojalá lo fuera.

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