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Mal resultado, peor reacción

El presidente del PP, Pablo Casado, interviene en un acto político

Javier Pérez Royo

El PP no sabe rectificar. No es capaz siquiera de contemplar la alternativa de que pueda tener que hacerlo. Se enroca en la posición en que se encuentra, por mala que sea, esperando que el paso del tiempo lo saque del agujero.

Le ha venido ocurriendo con la corrupción. La acumulación de poder que tenía era tanta, que ha podido aguantar mucho tiempo sin que la bomba de la que era portador le estallara. Pero al final estalló y acabó de momento con el Gobierno de Mariano Rajoy además de proyectar una sombra ominosa sobre el futuro del partido.

Ahora parece que le va a ocurrir con los resultados electorales del 28A. Han sido sin duda malos, pero la forma en que está reaccionando es todavía peor. En lugar de mirar hacia dentro y preguntarse por qué no han defendido su posición como único partido de gobierno viable de la derecha española, plantando cara tanto a Vox como a Ciudadanos, Pablo Casado ha destituido a García Egea y Maroto, los números 2 y 3, que habían dirigido la campaña que le hizo ganar las primarias y que han dirigido la campaña electoral de conformidad con las instrucciones por él impartidas, al mismo tiempo que se mantenía como presidente del partido.

La política de exonerarte de responsabilidad y hacerla recaer en los que están a tus órdenes no es que esté condenada al fracaso, sino que es ella misma expresión de un fracaso. Indica que el partido en el que eso sucede ya no existe como partido, que es una estructura hueca sin vida en su interior.

Un partido con instinto de conservación no reacciona como lo ha hecho el PP ante el 28A. El argumento de que el 26 de mayo hay una triple convocatoria electoral, no justifica actuar de esa manera. Todo lo contrario. Lo que se ha hecho es anestesiar al partido en el momento en que lo que había que hacer es provocar una convulsión, que podría llevárselo por delante, pero que era la única posibilidad de explorar una vía de supervivencia.

Lo único que el PP no puede pretender es quedarse como está. Porque nadie se queda nunca como está. En casi ningún terreno de la vida, pero en política menos que en ningún otro. Y menos en un tiempo tan convulso como el que estamos atravesando desde hace ya más de diez años.

Tiene que ponerse en riesgo de desaparecer para tener alguna posibilidad de que eso no ocurra. Cómo provocar ese riesgo es en lo que debería estar pensando la dirección del PP. Después del 26 de mayo es posible que ya no pueda hacerlo. El batacazo del 28A ha sido políticamente enorme, pero ha afectado a unas decenas de diputados y senadores directa e indirectamente, y puede que a algunos trabajadores del partido como consecuencia de la reducción de la financiación pública por el mal resultado electoral. Un batacazo el 26M puede afectar a bastantes miles de concejales desparramados por todo el territorio. La pérdida de esos miles es lo que el PP no puede soportar.

La reacción del PP tiene que ser antes del 26 de mayo. Y no puede consistir en autoproclamarse de centro y expulsar a Vox a la extrema derecha y a Ciudadanos a la socialdemocracia. Eso es ridículo. Sobre todo si el protagonista de la operación es Pablo Casado, que acaba de recorrer España lanzando el mensaje que ha lanzado hasta la víspera de la jornada de reflexión. Lo último que le oyeron los españoles es la oferta a Vox de un Gobierno. No hay quien pueda creerle con un discurso distinto.

Todo lo que no sea la dimisión de Pablo Casado es política de avestruz. Es posible que no haya energía en el interior del PP para evitar la hecatombe, pero lo que no resulta posible es que la dirección actual pueda movilizar la energía que pueda existir. Es preferible una convulsión total y que en cada municipio y comunidad autónoma se las avíen los militantes locales como puedan, que estar pendientes de una dirección nacional que simplemente ya no existe y que, sin embargo, impide que la energía que haya en el partido salga a la superficie.

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