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Maquiavelismo de puticlub

El secretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea.

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La Justicia le ha dado una patada a seguir al balón y mantiene endosado el marrón a los madrileños. Que se vaya preparando el pueblo para votar cuando le conviene a quien manda, que es lo bonito y lo democrático.

Es el penúltimo episodio del folletín de la política española. Todo empezó mientras la gente normal imaginaba el momento en que le llegará la vacuna, cuando una poderosa alianza de cargos resentidos, líderes de mercadillo, estrategas del Risk y cuñados desatados pergeñaban el asalto a la nueva normalidad desde las remotas playas de Murcia. Tiene pinta de ir a acabar con el resultado que hemos visto repetido demasiadas veces durante la vieja normalidad: los votantes estamos para sujetarles el cubata cuando se vienen arriba y limpiar el estropicio con nuestros votos después. No sé ustedes, pero yo ya no tengo tiempo para esto.

Solo un analfabeto político con la visión de Rompetechos podía confiar en que aquello que se amañara en Murcia se quedaría en Murcia; como si aquello fuese Las Vegas y la política española un casino con cena y espectáculo incluidos.

Solo una monja de la caridad o un misionero de los de antes podrían confiar en que saldría bien una moción de censura pactada con un partido donde una mitad busca dónde llevar la barca antes de hundirla, mientras la otra únicamente espera que alguien se lo ofrezca para abandonarla.

Solo un conspirador de la señorita Pepis o un niño de San Ildefonso pueden no tener preparada una moción de bloqueo, para impedir que la presidenta de Madrid hiciera aquello que llevaba meses buscando una excusa para perpetrar: adelantar las elecciones.

Solo un líder con la astucia de Anacleto, agente secreto, puede dejarse meter no uno, sino dos goles en la única comunidad que controla al ciento por ciento, Murcia, mientras se pelea con los lideres territoriales de su propio partido por ganar un congreso provincial en Sevilla o en Valladolid…

La lista de despropósitos se vuelve interminable. España ha batido en apenas dos días todos los registros de estupidez política y maquiavelismo de puticlub, dejándonos a todos un regusto amargo a cubata de garrafón, una monumental resaca y unas ganas insoportables de volver a meterse en la cama hasta la siguiente pandemia.

Únicamente este Gobierno de genios del marketing podía elegir la semana en la que aprobaba un fondo de rescate de 11.000 millones, dedicado a salvar el turismo y la hostelería, para lanzar el desembarco de Normandía contra el PP. Se les vio confiados en que la derecha española, esa misma que lleva mandando toda la vida, se retiraría galantemente, abrumada por semejante audacia y reconociendo caballerosamente tanto ingenio y tanta estrategia. Pero no se enseña a los dueños del puticlub cómo se lleva el negocio. Se aprende en primero de estrategia o te lo enseña la vida; eso sí lo puedes elegir.

A media mañana del jueves, desde la prensa amiga, todo eran alabanzas para la lucecita que nunca se apaga en Moncloa y su brillantísima jugada murciana, mientras la preocupación por la calidad de la democracia se extendía entre la prensa hostil y los círculos bien pensantes de la derecha. A media mañana del viernes cambiaron las tornas; desde la prensa antigubernamental todo era entusiasmo ante la capacidad de compra de los populares murcianos y la audacia de la presidenta de Madrid, mientras la prensa progubernamental y los círculos bien pensantes de la izquierda clamaban desconsolados por la calidad de nuestra democracia. Resulta todo tan previsible que dan ganas de llorar, pero de verdad, sin consuelo.

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